Si no tuviera miedo

Capítulo 20

Gael

Odiaba Metrosur. Odiaba todo lugar que me recordara a ella, todo rincón donde alguna vez la había alucinado. Pero, por desgracia, ese era el sitio que mi suegro había elegido para reunirse con nuevos inversionistas.

El éxito de InfancIA era incuestionable. Las cifras mostraban un incremento en ventas del 200 % con respecto al año anterior. Y, gracias a esto, había comprendido que yo no era el único miserable en el mundo. Había millones de personas rotas, dependiendo de una máquina para criar a sus hijos, para interpretar sus emociones y distraerlos.

Si Alizah me hubiera dado un hijo, ni ella ni yo habríamos utilizado esas malditas porquerías. Los dos habríamos dedicado cada segundo a cuidar de aquel hermoso ser, de guardar en nuestra memoria cada hito y acompañar cada tristeza o momento difícil. Todos los días fantaseaba con esa idea, con cosas imposibles. Cada vez, esas fantasías se volvían más amargas y crueles.

Habían pasado seis años, pero el dolor y la agonía se respiraban como el primer instante.

—¿A qué hora vas a regresar? —me preguntó Kendra, saliendo de su habitación—. Necesito saber si te espero para el almuerzo, mi amor.

—Voy a Metrosur, así que no me esperes —respondí sin mirarla.

—Pero queda a una hora en avión —frunció el ceño—. Y apenas son…

—No me voy a desocupar, Kendra. No insistas. Vete de compras, sal con tu suegra, haz lo que quieras.

El dolor reflejado en sus ojos no me conmovió. Hacía tiempo que sus sentimientos me eran indiferentes. Ella misma había decidido quedarse a luchar por este matrimonio muerto. Todavía faltaban unos meses, pero si esta fusión salía bien, por fin podría divorciarme. El escándalo me daba igual; al menos, mi suegro ya no podría deslindarse de mí.

—Está bien, Gael —suspiró con resignación—. Como prefieras. Espero que al menos llegues a cenar, que pasemos un poco de tiempo juntos. O al menos…

—No, no vamos a tener un hijo —la interrumpí—. Te dije claramente: jamás volveré a tocarte.

—Tocarme no es la única vía, podemos…

—Dije que no. No quiero tener nada que ver contigo, pero parece que tienes mala memoria, porque no se te graba.

—Eres demasiado cruel no solo conmigo, sino contigo mismo —replicó entre lágrimas—. ¿Qué tengo que hacer para que dejes de torturarte así por cosas que no puedes cambiar?

—Lo mismo te pregunto a ti. ¿Por qué no dejas de torturarte con cosas que tampoco puedes cambiar? —retruqué, acorralándola contra la puerta—. No te amo, y estoy dispuesto a darte el divorcio el día que quieras.

—No. Nunca —sollozó—. Nunca te daré el divorcio.

—Entonces acepta las cosas como son —respondí, alejándome—. Si quieres sufrir conmigo, lo respeto.

Kendra volvió a encerrarse en su habitación, azotando la puerta. Si yo era masoquista, ella lo era mil veces más. Al menos yo podía vivir en paz sabiendo que Alizah ya no pensaba en nadie más, pero ella tenía que soportar que el hombre que amaba siguiera obsesionado con un fantasma.

—Señor Rivadeneira, ¿volverá para el almuerzo? —me preguntó Remedios, con la voz temblorosa mientras intentaba secarse las lágrimas—. Lo pregunto para…

—No, no pienso regresar hasta tarde.

—Entonces, ¿puedo…?

—De igual forma tienes que cumplir con tu trabajo —la interrumpí con frialdad—. No me interesa si tienes algún asunto personal. Debes cumplir con tus obligaciones.

—Pero es el entierro de mi ahijado —dijo con voz rota—. Por favor, señor.

—Dije que no. Todos perdemos a alguien, pero no siempre podemos enterrarlos. La vida es así.

Remedios no respondió, pero el sudor frío que recorrió mi espalda me decía que me maldecía en silencio por ser tan intransigente. No faltaba mucho para que ella también renunciara, como todos los empleados que pasaban por mis oficinas o por mi casa.

Mejor para ellos. Y para mí. Ver siempre los mismos rostros me fastidiaba, más aún cuando tenía que soportar a Kendra de una forma u otra.

El único rostro que quería volver a ver ya solo existía en fotografías y en mis recuerdos.

Antes de ir al aeropuerto, pasé frente a la casa de Matilde, que seguía cerrada como siempre en esta época del año. Por alguna razón, que nunca me interesó investigar, se iba por largas temporadas. De vez en cuando regresaba, pero nunca se quedaba demasiado tiempo.

—No sé para qué demonios vengo —susurré, sin apartar la mirada de la casa—. No es como si fueras a aparecer, mi amor.

Apreté los labios, permitiendo que el dolor me atravesara el pecho. Ya no me quedaban lágrimas que derramar; esas se habían ido hace mucho, junto con mi alma. Sin embargo, el sufrimiento seguía ahí, aferrado, tan asfixiante como siempre. Las pesadillas no me abandonaban, y las noches de insomnio me atacaban, al menos, quince veces al mes. Dormir, comer, incluso respirar era una tortura que debía soportar para, de alguna manera, pagarle algo a Alizah.

—Después vendré a verte —le prometí—. Porque sé que sigues aquí. Te amo.

Encendí el auto y dejé atrás cualquier rastro de vulnerabilidad. Ahora debía enfocarme en llegar al aeropuerto y repasar una vez más las cláusulas del contrato. No había pasado nada por alto, pero nunca estaba de más revisar.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.