Sofia

Capítulo Uno.

Sofía

Capítulo 1: El Desastre de Todos los Días

No sé cómo lo hacen las demás familias, pero en mi casa el concepto de "buenos días" no existe. Aquí, las mañanas empiezan con mi mamá gritando desde la cocina como si estuviéramos a dos ciudades de distancia.

—¡Sofía, levántate ya! —gritó, y lo hizo con la energía de alguien que claramente no ha sido interrumpido en su sueño a las seis de la mañana.

No respondí, no porque no la hubiera escuchado, sino porque aún estaba tratando de ignorar el mundo. Error.

En cuestión de segundos, las sábanas que amaba con todo mi ser fueron arrancadas brutalmente de mi cuerpo. Mi mamá apareció en la puerta, chancla en mano, lista para cualquier situación de emergencia. Y cuando digo "emergencia", me refiero a que seguía en la cama.

—¡Levántate ya, vas a llegar tarde! —me dijo, mientras apuntaba su arma letal (la chancla) hacia mí. Yo, con el mejor sarcasmo que me caracteriza, solo alcancé a murmurar:

—Cinco minutos más...

—Cinco minutos más y no llegas a la secundaria, mensa —respondió, lanzando la chancla con una precisión digna de las Olimpiadas.

¡Y ahí me tienes! Saltando de la cama como si mi vida dependiera de ello, porque, seamos sinceros, con mi mamá sí dependía.

Mientras trataba de no enredarme en mi propio desastre personal (mi cuarto parecía una zona de guerra), me puse lo primero que encontré. El uniforme de la secundaria... ¿por qué los hacen tan feos? Como si alguien hubiera dicho: "¿Cómo podríamos hacer que adolescentes hormonales se vean todavía peor?" En fin, al menos ya estaba vestida.

Entré corriendo a la cocina, donde mi mamá ya estaba preparando mi desayuno a la velocidad de la luz. Las mamás mexicanas tienen una habilidad sobrenatural para hacer mil cosas a la vez. Mi mamá podía gritarme, preparar mi desayuno, mandar audios por WhatsApp y regañar a mis hermanos, todo sin perder el ritmo.

—Toma, tu licuado —me dijo, empujando el vaso en mi dirección mientras yo me metía los zapatos a tropezones.

—Gracias, jefa —le respondí, con la boca llena de licuado y tratando de amarrarme las agujetas al mismo tiempo. Spoiler: lo hice mal.

Salí corriendo de la casa con la mochila a medio colgar en el hombro. A veces pienso que la secundaria se siente como una especie de castigo, como si hubiéramos cometido un crimen y el castigo fuera despertarnos todos los días a las seis de la mañana para pasar siete horas escuchando a adultos que creen que nos interesa la fotosíntesis.

Sofía

Cuando llegué a la escuela, ya era demasiado tarde para tratar de parecer una persona normal. El cabello despeinado, los audífonos colgando de mi cuello y el uniforme... bueno, digamos que solo hice lo mínimo para que no me regañaran en la entrada. Todo bien hasta aquí.

Entré al salón con la esperanza de que nadie me notara, pero obviamente eso nunca pasa. Mi amiga Fernanda, a quien más tarde llamaré la reina del drama, ya estaba sentada, con la cabeza apoyada en una mano y una sonrisa burlona en la cara.

—¿Y tú qué? ¿Te atropellaron en el camino o qué? —preguntó mientras me lanzaba una mirada crítica.

—No, mi mamá, que es peor —le respondí, dejando caer mi mochila con un ruido fuerte y tirando una pluma en el proceso. No podía ser más torpe, lo sé.

—Apuesto a que llegaste tarde otra vez.

—¿Cuándo no? —le respondí con una risa nerviosa. Sabía que me iba a pasar el resto del día tratando de disimular el desastre que llevaba encima.

Las clases empezaron, y como siempre, mi cerebro estaba en cualquier lugar menos en la pizarra. Biología. Perfecto. Porque claro, nada como empezar el día hablando de células, mitocondrias y no sé qué otra cosa.

Mientras la maestra hablaba, yo dibujaba en mi cuaderno, o al menos lo intentaba, porque las cosas que hago no sé si califican como "arte". Estaba pensando en cualquier cosa menos en las mitocondrias, hasta que sentí un codazo en las costillas.

—Oye, este sábado hay salida a la playa —dijo Fernanda, emocionada como si le hubiera tocado el premio mayor. Otra vez la playa. Mi relación con la playa es complicada: me gusta la idea, pero odio la arena en todos lados, el calor que te derrite y los niños gritando como si les pagaran por ello.

—¿Y qué? —pregunté sin mucho interés.

—Vamos a ir todos. Mariela dice que su hermano mayor va a llevar a algunos de sus amigos. Y, ¿sabes quiénes estarán ahí? —dijo, haciendo una pausa dramática, esperando que yo saltara de la emoción.

Pero, spoiler: no lo hice.

—No, pero seguro me lo vas a decir —respondí, con una sonrisa de suficiencia.

—Los chicos de la prepa.

—Ay no, los chicos de la prepa —dije en un tono burlón, aunque la idea de ir a la playa tampoco me parecía tan mala, solo que no me emocionaba tanto como a Fernanda.

—Eres un caso perdido. Pero de todos modos vas a venir, ¿eh? —me advirtió, dándome una mirada de "si no vas, me las pagas".

Suspiré y asentí, más porque sabía que no se cansaría de insistir hasta que aceptara. Además, salir de mi rutina de desastre en la escuela no sonaba tan mal. Tal vez la playa no sería tan mala después de todo. Quizá hasta me sirviera para despejarme y, con suerte, no hacer otro desastre.

Aunque, con mi suerte, eso siempre es parte del plan.

El resto de la mañana siguió como siempre: yo, luchando por mantener la atención, y los maestros, en una competencia silenciosa por ver quién lograba que dejara de dibujar garabatos en mi cuaderno. Spoiler: ninguno ganó.

En algún momento entre biología y matemáticas, Fernanda y yo nos escapamos al baño.

Las charlas más importantes siempre ocurren ahí, es ley no escrita de la secundaria.

—Oye, ¿entonces qué? ¿Vas o no a la playa? —me preguntó Fernanda mientras se miraba al espejo, como si se preparara para un desfile de modas.




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