Sofía
Capítulo 7: La Playa y los Fantasmas del Pasado
La invitación a la playa seguía rondando mi mente, incluso después de que Valeria dejara mi cuarto. No quería admitirlo, pero algo dentro de mí me decía que debía ir. Aunque parte de mí también quería saltarse el encuentro, ignorar el pasado y seguir adelante. Pero esa parte nunca ganaba cuando se trataba de Sofía.
El día siguiente llegó más rápido de lo que esperaba. Me levanté temprano, como siempre. El cielo estaba despejado, con ese sol brillante que no te deja excusas para quedarte en casa. Me sentía inquieto, casi ansioso, algo completamente ajeno a mí.
Generalmente, era tranquilo, casi indiferente ante las cosas que pasaban alrededor, pero este día se sentía diferente. Había algo en el aire, algo que no podía ignorar.
Tomé mis cosas con la mayor calma posible, intentando no parecer demasiado interesado. Valeria estaba desayunando en la cocina, con esa expresión de "sabía que irías" en su rostro.
—¿Y qué tal el traje de baño? —preguntó burlona mientras yo le lanzaba una mirada desaprobadora.
—Cállate —respondí sin mucho entusiasmo, pero ella solo rió.
La playa estaba a unos minutos de la casa. Mientras conducía, dejé que mi mente divagara. Recordé la última vez que había visto a Sofía. Fue incómodo, frío. No éramos los mismos niños que solíamos ser, los que pasaban horas riéndose por cualquier tontería o compartiendo secretos que parecían tan importantes en ese momento.
Algo cambió entre nosotros, y no había sido fácil de aceptar.
Cuando llegué, el lugar ya estaba lleno de gente. Todos parecían estar disfrutando del día: familias enteras, grupos de amigos, algunos ya en el agua, otros tirados en la arena. Aparqué el coche y me dirigí hacia donde Fernanda había dicho que estarían. Desde lejos pude ver a un grupo que reconocí de inmediato.
Estaban reunidos en una zona más apartada de la playa, cerca de unas palmeras. Fernanda, con su inconfundible cabello rizado, agitaba los brazos para que me acercara.
—¡Por fin apareces! —exclamó Juan cuando llegué, dándome una palmada en la espalda.—Pensé que Fernanda mentía pero viéndote aquí,ya vi que no
—Ya sabes, no podía resistirme —respondí con una sonrisa, intentando sonar casual.
Miré alrededor, buscando con disimulo, aunque sabía exactamente a quién estaba buscando.
Y ahí estaba, Sofía, sentada bajo la sombra de una palmera, con los ojos fijos en el mar. Tenía el cabello más corto de lo que recordaba, pero el mismo aire melancólico en su rostro.
No había duda de que había algo entre nosotros que no había sanado.
Juan, en su típico tono juguetón, me dio un codazo ligero y dijo:
—Acercate,ambas te extrañaron.
Solté una sonrisa despreocupada y asentí.
¿Qué debería decirle en cuanto la tenga enfrente? ¡Ey Sofía ya volví!,¡hay que ser igual de inseparables como de niños!.
¿Pero en qué estoy pensando?,sin darme cuenta me encontraba a solo varios pasos lejos de Sofía y Fernanda.
—Espera, ¿qué haces? ¿Tú lo invitaste? —escuché la voz de Sofía, aunque intentaba mantener la calma.
—Sí, su hermana me dijo que volverían y yo le dije que estaríamos en la playa por si quería venir. Le dije que tú estarías aquí. Quizás por eso vino —comentó Fernanda, con ese toque coqueto que siempre sabía usar para crear tensión.
Vi el leve nerviosismo en Sofía mientras me acercaba. El silencio entre nosotros no era extraño, pero esta vez había algo más pesado en el aire. Quizá eran los años sin hablar o lo que habíamos dejado de decir.
—¡Hola, Fernanda! —saludé primero, tratando de aliviar la tensión con una sonrisa tranquila—. ¿Sofía? —Mis ojos la encontraron, y el sonido de su nombre saliendo de mi boca me hizo sentir una mezcla de nostalgia y algo más. Algo que no podía nombrar.
—Maximiliano —respondió ella, con una sonrisa que intentaba ser natural, pero noté la incomodidad—. No sabía que habías vuelto. Pensé que seguías en Inglaterra.
—Regresé hace unos días —contesté, sin apartar la mirada de ella—. Fue algo repentino.
Fernanda, que claramente disfrutaba la incomodidad entre nosotros, sonrió con picardía y de pronto soltó:
—Oh, voy a buscar algo de tomar en el hotel. Ustedes... diviértanse. ¡Ya vuelvo!
Y, con eso, nos dejó solos. Las olas rompían en la orilla a lo lejos, y el sonido del viento llenaba el vacío entre Sofía y yo. Era como si el tiempo nos hubiera arrastrado a este momento, pero ninguna palabra parecía la correcta para comenzar.
Me quedé rascándome la nuca, un gesto que siempre me había delatado cuando estaba nervioso. Estaba claro que las cosas habían cambiado entre nosotros, pero no sabía cómo abordar ese tema.
—¿Cómo has estado? —pregunté finalmente, rompiendo el silencio que pesaba como una losa.
—Bien, creo —respondió ella, pero su tono inseguro me hizo dudar de la sinceridad en sus palabras. Su mirada seguía fija en el horizonte, evitando encontrarse con la mía—. ¿Y tú? ¿Qué tal Inglaterra?
—Fue una experiencia... interesante —dije, evitando entrar en detalles—. Pero me alegra estar de vuelta. Extrañaba este lugar.
—¿Extrañabas Guaymas? —preguntó, sorprendida.
—Bueno, no solo Guaymas —respondí, tratando de no decir demasiado, pero dejando escapar un poco más de lo que tal vez debería. Su reacción fue mínima, pero noté que había comprendido
Sofía
El aire se sentía más ligero cuando Sofía y Fernanda se alejaron hacia el hotel. Observé cómo sus figuras desaparecían entre las sombras de las palmeras, dejándome solo con mis pensamientos.
Finalmente, me dejé caer sobre la arena, mirando el cielo teñido de negro con el cielo estrellado debido a la noche. Había algo en ese momento, en la soledad que me envolvía, que me permitía enfrentar los fantasmas del pasado que había tratado de esquivar durante tanto tiempo.