Oscura noche que me atormenta. Soledad absurda que me envuelve en el olvido. Resplandor oscuro de un día sin luz. No aguanto más, no soy capaz de soportar la muchedumbre y sus murmullos insoportables; el sonido estridente del ambiente urbano obnubila mis sentidos, me enferman. El hedor de las calles produce sabor en mi boca, tengo que escupir.
La rutina en mi vida me agobia, a veces no puedo respirar. He llegado a pensar que, tomando una decisión cobarde, o valiente, puedo dar fin a la ausencia de luz.
En el lugar donde trabajo escucho a alguien hacer mención sobre mi enmarañado pelo. Con gritarle ¡Cállate!, ¡qué te importa!, ¿ese alguien me comprendería o cómo reaccionaría? Guardo silencio y ahorro mis palabras.
¿Qué hago aquí?, ¿cuál es mi propósito? Sufrir y pagar algo que no debo, concluyo.
Tomo una pausa y salgo de mi cubículo, vuelven los murmullos. De lo que balbucean logro entender mi nombre. Giro mi cabeza hacia ellos.
- ¡Nos miró!
¡Qué pena, les arruiné la vida! ¿Entenderían eso con solo mirarlos? No sé quiénes son, veo sus rostros y no los reconozco. A veces creo que padezco prosopagnosia, ¿tendría que preocuparme?
Me acerco a una ventana, miro hacia abajo y desde el noveno piso observo el tránsito. Calles infestadas de vehículos. Las ambulancias con sus sirenas tratando de abrirse paso en una caótica ciudad intentando mantener con vida a alguien mientras logran llegar a su destino. Una ráfaga de viento me obliga a volver en mí.
El asfalto podría servir para escribir mi capítulo final. Tomo impulso y retorno a mi cubículo.
En mi ojo izquierdo un destello de luz me hace parpadear varias veces, detengo mis pasos y al aclarar la vista me encuentro de frente con una mirada casi hipnotizante. Agacho la cabeza, miro con disimulo la mujer que hay diagonal a mí. Continúo caminando, ella me dice - Hola -. tartamudeo un hola como respuesta y acelero el paso.
¿Me habrá confundido con alguien? Solo es una mujer amable, concluyo.