Sueños del Polvo | Alta Fantasía

Capitulo 1 - Una Extranjera de Pelo Rojo

Todo hombre, a la hora de aceptar su humanidad, necesita establecer límites claros. Una mente sin límites es una mente que sobrepiensa; un cuerpo que no conoce límites está destinado a la sobreactuación y a caer ante los estímulos de la carne y el deseo. Y una vez que los límites de la mente y la carne se vuelven inexistentes, es ahí cuando el hombre atenta contra su misma humanidad.

De La Complexion de la Lianert

Por Tar Al-Dah

Los finos hilos de humo emerguian de las ruinas del templo ancestral como una docena de delgados tentáculos de polvo rojo, anaranjado y humo gris. La estela se volvía más difusa conforme la barcaza se iba alejando por la corriente del río oculta entre las mesetas. Las aguas los conducieron corriente abajo posiblemente rumbo al este.

La barcaza negra se movía lentamente por el agua turquesa del río. Con su única vela inútilmente tensada por el viento fresco que corría en la grieta del río. La corriente del río cruzaba entre dos enormes mesetas de roca rojiza.

Dos mesetas, de las muchas que conformaban las Colinas Vabdem y que había sido el principal escudo del templo ancestral y la principal razón de cómo se había mantenido oculto tantos siglos. Pero aún así aquellas colinas no habían detenido a los saqueadores.

Sharavan, la extranjera, se despertó en la cubierta del pequeño barco. Tenía la garganta seca, la voz ronca, advirtió la piel roja y ardiente por el sol del mediodía, estaba brillando bajo una película de sudor. Pero aquellas no eran las razones por las cuales se había despertado. Ya había vivido en aquella tierra desértica lo suficiente como para acostumbrarse al trato descorazonado del clima de aquel pequeño continente. No. El calor ni el clima seco del desierto la había despertado.

Fue otra cosa: sentía que la estaban observando.

Observó con los ojos entornados y nerviosos los numerosos nichos con forma de cuadrado que nacían tallados en la roca roja de una de las mesetas (la de la izquierda para ser exactos). Sharavan paseo la mirada por la muralla que había más allá del río azul y miró a los habitantes de aquellas formaciones tan peculiares.

Los Escarbamuros eran crustáceos de caparazones puntiagudos, estos relucían a la luz del sol del desierto con tonos purpúreos y tonalidades carmesí que los hacían parecer como un centenar de piedras preciosas puestas a propósito en los nichos. Habitaban las mesetas cercanas a los ríos; construían sus nichos en la roca y aquello hizo que la gente de la zona los llamara por su nombre. Escarbamuros.

Los crustáceos miraban con sus ojos antenas la solitaria barca con un aire propio de un depredador a la par de con un poco de curiosidad. Los escarbamuros eran criaturas sumamente territoriales. Eso lo sabía todo el mundo. Tal vez eso explicaba porque vivían tan alejados de todas las demás criaturas.

Sharavan asintió para sí misma, avergonzada y recordando cómo había aprendido aquella lección, cuando uno de aquellos animales había cerrado su tenaza mayor en uno de sus dedos. El dolor aún permanecía en sus recuerdos, los gritos, la sangre, la vergüenza de ser auxiliada por sus compañeros por una razón que muchos hombres categorizarian como estúpida. Una vez que un Escarbamuros cerraba su tenaza mayor, ya no la podía abrir hasta después de un largo tiempo.

Observó su mano izquierda. Vio sus cuatro dedos y la falange del dedo anular y no pudo evitar echarse a reír de una forma que no llamara tanto la atención. «Tal vez no estoy bien de la cabeza como lo habían dicho los demás —No podía negar que sentía un cierto rencor hacia aquellos animales de caparazones coloridos y ojos negros en forma de antena—. Aún conservó el caparazón de ese hijo de puta.»

Esa experiencia había ocurrido hacía más de un año y había sido una de sus primera lección en aquella tierra de vastos desiertos anaranjados, en los tiempos en los que aún se consideraba a sí misma como una invasora en una tierra santa.

«—Todo, por más bello que se vea, puede volverse en tu contra. Si no es claro que ya lo estuviera desde un inicio.» cerró el puño con sus cuatro dedos.

Perdió poco a poco el interés en aquellas criaturas despreciables y de pronto se volvió consciente de su propia debilidad. Se llevó una mano al estómago y luego a la cabeza. «Me he desmayado.» Lanzó una mirada al templo que se alzaba en el ahora lejano oeste, corriente arriba, las ruinas de muros rosados y púrpuras se levantaban orgullosas en la cima de un risco de roca roja. Vio los tentáculos de humo y polvo y no pudo sino sentirse culpable y avergonzada.

Creía que el respeto era algo que se tenía que mantener en todas sus formas y en todos sus actos, y asaltar ruinas perdidas en el tiempo no eran la excepción. Le había hecho un daño irreparable a aquella construcción. Y de paso había ayudado a robar una reliquia sagrada o eso pensaba ella.

«¿Pero quién me lo va a recriminar?» cuando lo veía de esa forma, la vida parecía más fácil. Más llevadera.

El sol dorado se encontraba en su punto más alto. Una corriente de viento fresco recorrió la grieta del río e hizo tensar la vela de la barcaza con un estruendo leve. Sharavan sintió cómo la corriente revolvía los mechones de su cabello rojo. Se reacomodo el pelo en una trenza para evitar que los mechones le estorbaran.

Paseo una mirada por la cubierta del barco de madera negra. Fesur, el hechicero se encontraba parado en la proa, con las manos en la espalda, la mirada en la corriente del río. Parecía absorto en sus pensamientos, «¿pero cuando no lo esta?» se preguntó ella con la mirada puesta en el hombre ganesi.




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