- ¡No abras! - le digo a mi novio cuando oigo que llaman insistentemente a la puerta.
- ¿Quién puede ser a estas horas? - Rompe el beso y mira hacia el pasillo.
- Ignóralo, - le rodeo la cabeza con los brazos y lo atraigo hacia mí. Vuelvo a centrar su atención en mí. Al mismo tiempo, lucho por no apartar la mirada del ruido. Para no perder de vista al hombre que probablemente está dispuesto a hacer cualquier cosa para sacarme de casa de Dima.
Los golpes se hacen más fuertes y Dima, maldiciendo, me quita las manos de encima y se dirige a la puerta. "No puedes... No puedes hacer esto", oigo en mi cabeza.
- Dima, no, - le pido insegura, pero el tipo no me escucha. Por un lado, tengo miedo, mucho miedo de pensar en lo que podría hacer la persona que está al otro lado de la puerta. Pero por otro lado, quiero que me vea aquí, quiero ver sus ojos en este momento. Y cuando Dima abre la puerta, salgo corriendo tras él y me coloco detrás. Sonrío como si mi futuro dependiera de esta sonrisa. Sólo quiero decir una cosa con mi sonrisa: "¡Toma eso, cabrón!".
Lo primero que veo es su mirada: espinosa, fría... Su mirada siempre me pone la carne de gallina. E incluso ahora, cuando quiero odiarle con toda mi alma, sigo mirándole. Estoy esperando lo que va a pasar a continuación.
Glib no dice ni una palabra. Se limita a mirarme con una mirada devastadora, y entonces le veo balancear la cabeza y golpear a Dima justo en la nariz. Todo este tiempo sin decir una palabra. Ni una puta palabra.
Un grito salvaje estalla en mi garganta cuando veo a Dima caer al suelo e intentar agarrarse la nariz con la mano, que está sangrando.
- Veo que tu babosa lo está pasando mal, - la voz de Glib golpea los nervios tensos. Me devuelve a la realidad. Ha venido a castigarme, y Dima no era más que un obstáculo en su camino.
- ¿Qué haces? - Me levanto de un salto e intento llegar hasta el chico, pero Glib me bloquea el paso.
- ¡Levántate y vete de aquí! Te doy tres segundos. Si no, te arrastraré por el pelo.
- ¡No voy a ninguna parte contigo! Eres un loco demente! - Le tiembla la voz, porque sé que es capaz de hacerlo.
- Uno, - me mira a los ojos y empieza a contar, y me doy cuenta de que no está bromeando.
- No puedes obligarme a hacer esto, - siento que las palmas de las manos me empiezan a sudar de miedo.
- Dos...
- ¡No! ¡No! - le miro cuando empieza a acercarse y trago saliva.
- Todavía tienes una oportunidad de salir de aquí por tu propio pie.
Me pongo en pie, dándome cuenta de que prefiero sacarlo de aquí a que vuelva a recordar a Dima.
- ¡Cabrón! ¡Te odio tanto! ¡Psicópata! - Pero Glib es impenetrable. Mis palabras rebotan en su armadura. No responde a mis gritos o peticiones, pero siempre lo hace.
- Mueve las piernas! - Me apretó dolorosamente el codo y, pasando por encima de Dima, que yacía en el suelo gimiendo de dolor, se dirigió hacia la puerta.
- Pero qué... - Dejo de hablar en cuanto su mano está en mi nuca y me aprieta tan fuerte que sólo puedo chillar. El hombre me obliga a mirarle directamente a los ojos y no puedo apartar la vista.
- Volveremos a hablar de mí. Y también de ti. Se inclina y me susurra estas palabras al oído, y me envuelve una nube de su olor.
- ¿Por qué has venido? ¿Qué sentido tiene este circo? Quiero oír que no, que le importo. Pero no lo hará, nunca dirá algo así.
- He venido a traerte a casa antes de que te vayas a follar a otro en caliente, - me replica.
- Qué más te da, hoy has dejado claro lo que sientes por mí, - continúo corriendo escaleras abajo tras él. - Quiero olvidar la vergüenza que me hizo ir a casa de Dima en mitad de la noche para acostarme con él.
- Mientras vivas en mi casa y estés bajo mi cuidado, ¡no permitiré que te conviertas en una puta!
- ¡A quién se lo doy, cuándo y dónde es asunto mío! Y Dima es mi novio.
- Dima, - escupí entre dientes apretados, - se convertirá en un aficionado a las muletas con tu ayuda.
- ¿Crees que no habrá nadie más que él? - Continúo haciéndole enfadar deliberadamente, quiero enfadarle.
La disputa se vuelve brillante y ruidosa. Algunos residentes incluso sacan la cabeza por la puerta en busca del origen del ruido.
- En el hospital hay espacio suficiente para todos. ¡Ahora cierra la boca y entra en el coche! - Glib me empuja hacia su coche casi por el cuello.
- Yo no...
- ¡Una palabra más y volveré y me aseguraré de que nadie pueda ayudar a tu mierdecilla! ¿Lo quieres? - Me agarra del brazo y me da la vuelta bruscamente.
- ¡Idiota! - le siseo en la cara. Glib está ahora tan cerca de mí que puedo sentir el calor de su aliento en mi piel.
- Tú y esta sarta de tonterías interminables estáis empezando a cansarme, - dice en tono cansado, y a mí se me pasa en un segundo.
- Vale, vale... No lo haré ahora. Pero llegará mañana, pasado mañana.
- Y no me sorprenderás con nada, ¡como siempre!
- Algún día llegará el día en que te aburras o pierdas la guardia. Y entonces no me importará Dima, ni Vasya, ni Peter, ni Kostya, Grishka, Sasha, Pasha... ¡sólo para fastidiarte! ¿Me oyes? Voy a hacerlo de todos modos. ¡Para fastidiarte!
- Arriésgate y descubrirás lo cruel que puedo llegar a ser. ¿Crees que me conoces, chica? ¡Te equivocas! Hazlo y te arrepentirás de haberlo pensado. - Me acerca tanto a él que nuestros labios casi se tocan. Pero vuelve a ser mi fantasía. Otra vez estoy inventando algo que no existe.
- ¡Me estoy arriesgando! ¿Me oyes? Sigues tomándome el pelo, pero ya hemos pasado por esto antes...
- Pequeño bastardo, - pero Glib no termina. Mi mundo se desmorona en pequeños pedazos. Dividido en antes y después... porque... me muerde los labios. Como un animal rabioso abalanzándose. Sobre mí. Me hace gemir largamente. Sus dedos me tiran del pelo y, cuando se aparta de mí, me mira detenidamente a los ojos y me dice: "¡Destruiré a cualquiera que te toque! ¿Queda más claro?".