Por la mirada oscurecida de sus ojos y la forma en que se le encendieron las fosas nasales, me di cuenta de que el pokruch pensaba que yo no sabía nada de su acuerdo. ¿Creía que me asustaría con la calle y el trabajo con camioneros, y que yo me estremecería en el armario y sollozaría en mi almohada de desesperación y miedo? ¡Te voy a partir la cara, morboso!
- Qué interesante, ¿y tú qué más sabes? - De repente, aparece en su cara una expresión que me hace querer alejarme de él de un salto. Así es exactamente como los psicópatas miran a sus víctimas en las películas... ¡Con esta mirada empieza todo!
- Sé que tendremos tres dulces años juntos, y después me convertiré en una chica muy rica y me olvidaré de ti como de una terrible pesadilla! - Yo, por supuesto, quería decirlo de otra manera, pero al diablo con él, ¡que disfrute de mi cortesía!
- ¿Vas a convertirte en una chica rica así como así? ¿Vivirás conmigo tres años y ya está? - Su tono se estaba volviendo alarmante y yo empezaba a darme cuenta de que mi padre debía de haber añadido algunas cláusulas graciosas a su testamento.
- Vaya, eso es mucho. ¡Eres un psicópata desequilibrado! A lo mejor te gusta matar a la gente por la noche y enterrarla en el patio de tu casa. Por cierto, ¡esa afición te sienta muy bien! - Mi lengua empieza a vivir separada de mí otra vez. Lo suelta todo, ni siquiera filtra.
- Me encantaría añadirte a mi colección. - Dice este imbécil y se sacude bruscamente en mi dirección, tan bruscamente que hasta hipo del susto. - Veo que no sabes que para conseguir lo que es tuyo hay que sudar. Pero lo más interesante es que si decido que no estás preparado para dirigir la empresa, que no eres lo bastante competente en asuntos de negocios y no eres capaz de aportar beneficios a la empresa y llevarla a un nuevo nivel, no recibirás ni un céntimo. ¿Está claro?
¿Se ha vuelto completamente loco?
- ¡No hay tal cláusula en el testamento! - No puede hacer nada!
Empiezo a perder los nervios y a levantar la voz.
- Tiene gracia. ¿Sabes qué? Voy a llamar a mi abogado para que venga aquí y te lea los términos del acuerdo entre tu padre y yo. Lo haré con mucho gusto para poder ver tu cara después. ¿Pensaste que sería mejor aquí que en una pensión? ¿Pensaste que algunas de tus insolentes travesuras me desequilibrarían? ¿Creías que sería tan fácil?
Con cada palabra que pronunciaba, se acercaba más y más a mí. Su olor me envolvía, distrayéndome de la esencia de lo que decía. Lo hacía a propósito. Me desequilibraba deliberadamente de esta manera, me hacía sentir incómoda.
- ¿Creías que ibas a encerrarme en una maldita escuela y dirigir una empresa de la que sólo eras dueño a medias? ¿Deshacerte de mí y estar a salvo? ¿Hay alguna condición? Claro. Quiero ver un documento certificado por un notario, quiero ver todos los términos en papel y la firma de mi padre. Y dudo que este acuerdo diga que tú, un paleto maleducado, tienes derecho a tirar mis cosas por la ventana. ¡Así que adelante y tráelo de vuelta, bastardo! Ah, sí, casi se me olvida. - Estiro los labios en una sonrisa, aunque me sale con gran esfuerzo, Glib está tan cerca que puedo sentir el calor de su cuerpo, - por favor...
- ¡¡¡Quita las manos!!! - intento zafarme del aferrado agarre de este imbécil, pero no me sale muy bien. Lo único que consigo es que tire bruscamente de mi brazo, haciéndome sisear por el dolor que se dispara por mi antebrazo. ¡Qué cabrón!
Por supuesto, debería haber vigilado lo que salía de mi boca y cuándo, ¡pero eso habría sido demasiado bueno para este cretino! En fin, después de mi impúdico monólogo, este pesado, entrecerrando los ojos con un enfado irreal y apretando las mandíbulas de tal manera que hasta me dieron ganas de aconsejarle que se cuidara los dientes, me agarró del codo y tiró de mí.
- ¡Me duele! - seguí gritando y apartándome, pero a este... imbécil no pareció importarle. Empezó a tirar de mi brazo con más entusiasmo y a infligirme más y más dolor.
- ¡No me importa! - Vaya, qué palabras nos sabemos.
- Sabes, Glib Igorevich, tales expresiones no te convienen. Pensé...
- Escucha, pequeño idiota, realmente no puedes usar tu cerebro de pollo y darte cuenta de que cuanto más me cabrees, más probable es que te abofetee. Te aplastaré contra la pared.
- ¿Y no dejarás ni una mancha húmeda de mí? - bato las pestañas inocentemente y sonrío como si fuera la loca más feliz del mundo.
Veo estallar fuegos artificiales en sus ojos y luego la oscuridad cubre su mirada: terrible, terrible, que todo lo consume...
- Sé cómo romper a la gente. Sé cómo hacerlo con gracia y picardía. Puedo hacer que pidan clemencia y también puedo acabar con todas las esperanzas de salvación. Puedo destruirte muy rápidamente. O puedo darte la oportunidad de demostrarme que mereces la más mínima oportunidad de que crea en ti. - Sus palabras me hacen borrar la sonrisa de los labios. Por alguna razón, ahora me doy cuenta de que habla en serio.
¿Dudé alguna vez de que pudiera doblegar a la gente? No, no lo dudé. Incluso creía que lo hacía con habilidad. Una mirada a este hombre y de inmediato quedó claro que sabía cómo lograr sus objetivos. Que sabe cómo doblegar las cosas a su voluntad.
Por desgracia, me subestimó. Por lo visto, está acostumbrado a tratar con los que son moralmente más débiles que él, que no pueden soportar su presión y se doblegan tan rápidamente que ni siquiera tiene tiempo de colocarse de este juego.
- ¡Quiero mi maleta de vuelta! Encuentre a alguien que se interese por sus pretenciosos monólogos. Hoy he visto al menos a dos candidatos que estarían interesados en escuchar todo esto! - Doy un fuerte tirón de mi brazo y finalmente me libero de su agarre y, tras alejarme de él un par de pasos, me doy la vuelta, le miro a los ojos y digo. - Me pregunto si estos dos saben de la existencia del otro. ¿O es que todo está tan lleno de silicona que simplemente no hay sitio para los cerebros?