En la puerta de la ópera, empiezo a ponerme visiblemente nervioso. Miro cada coche que llega y observo con impaciencia quién se baja. No pensaba que esperaría su llegada con el corazón tan encogido. Y tampoco esperaba que Chernov lo hiciera todo a su manera, como de costumbre.
Llegan juntos. Bajan del mismo coche. Él le da la mano y nunca mira en mi dirección. Incluso finge que no estoy allí. Como si yo no fuera nada y esta gallina que camina a su lado fuera una reina.
No pensé que sería tan difícil. No pensé que reaccionaría así. Me estaba preparando para el hecho de que todo lo que pasó anoche fue sólo un sueño. Que todos mis sentimientos y emociones incomprensibles hacia él eran sólo bajo la influencia del alcohol. Que me lo había inventado todo y que, en cuanto le viera, le odiaría tanto como le había odiado antes de anoche.
¡Pero no funciona nada! En cuanto le veo tocarla, todo en mi interior empieza a hervir. El resentimiento y la ira se mezclan en un cóctel peligroso. No entiendo lo que significa. Sigo sin entender que este es mi final.
Aprieto los dientes hasta que rechinan y recorro a Svitlana con la mirada. Su vestido es mucho más revelador que el mío. Su maquillaje es mucho más brillante que el mío. Es mucho peor que yo.
Me invade una rabia terrible, como una ola poderosa. Quiero correr hacia ellos, abofetearle y arañarle la cara. Porque no puede mirarla así cuando me estaba besando no hace mucho. Porque no tiene derecho a mirar así a nadie. La ira se convierte en rabia. Odio a todos y a todo.
- Buenas noches, - hago un gran esfuerzo y sonrío. No le miro a los ojos. La miro a ella. Siento la mirada de Glib sobre mí. Siento que me mira. Cada milímetro de mi cuerpo arde por su mirada, pero no le miro. No quiero que vea la ira en mis ojos. No quiero darle una excusa para burlarse de mí una vez más.
- Nos ha sorprendido gratamente esta invitación, - hay que reconocerle a esta Mimra que disimula mucho mejor su descontento y su odio. - No está contenta. No le hace ninguna gracia que yo esté aquí, vestida de gala, invitándola a ella y a su marido a la ópera. Puedo ver en sus ojos que está esperando un truco, una cosa desagradable de mí. Pero eso es bueno, significa que no podrá relajarse esta noche.
Intento controlar mis emociones. No puedo permitirme mostrar todo lo que hierve en mi interior con el doble de fuerza. No, no puedo permitirme tal debilidad.
- He decidido que nuestro encuentro no empezó bien, así que he decidido corregir mi error, - estiro los labios en una sonrisa que hace que me duelan los pómulos.
Vuelvo la mirada hacia él y le miro directamente a los ojos. Miro con el corazón encogido y sostengo su pesada mirada, que no expresa absolutamente nada. Sonrío sólo con la comisura de los labios y parece que le digo: "No le tengo miedo, señor Chernov. Ni un poco".
Pero si para mí es un acto directo, para dominarme, para forzar una sonrisa, para resistir su mirada penetrante, para Chernov no significa absolutamente nada. Su mirada es completamente distinta de la que dirige a su camada. Me mira como si yo fuera un malentendido. Me mira como si ayer no me hubiera tenido en sus brazos. Como si no me hubiera besado.
- Creo que deberíamos ir al vestíbulo, - dice Glib, y se me llenan los ojos de lágrimas.
¿Qué esperabas, tonta? ¿Que te hiciera un cumplido? ¿Que te mirara de un modo que te hiciera ahogarte de alegría? Ayer te dejó claro que eso nunca ocurrirá.
Entramos, mi humor es tan de mierda que me vendría bien un trago. ¿Dónde estaba mi cerebro cuando estaba organizando todo esto? ¿En qué estaba pensando cuando quería provocarle para que hiciera algo?
- Cariño, - oigo desde un lado y giro la cabeza para ver una fregona que se abalanza sobre Svitlana y la coge en brazos al instante.
Esta mujer tarda literalmente un segundo en empezar a lanzar miradas interesadas primero a Chernov y luego a mí. Sus ojos se agrandan y entonces la oigo susurrar a Svitlana:
- Pensé que había un bebé, pero ya hay uno tan grande...
- Svitlana se vuelve hacia Glib y hacia mí y me mira con tales ojos que me doy cuenta de que su novia está a punto de recibir una paliza.
Y cuando Chernov acepta, estoy a punto de besar a la poco ceremoniosa mujer por su mala educación, porque en ese momento Chernov me pone la mano en la espalda, en el lugar donde termina el escote de mi vestido, y me empuja hacia la entrada.
Lo más probable es que esto no signifique nada. No significa nada para él. Pero siento como si mil pequeñas agujas hormiguearan en el mismo lugar donde ahora están sus dedos. Un toque tan insignificante es probablemente un gesto de modales, y mi mundo explota de nuevo. Por su tacto. Por su cercanía...