Glib
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- Señor Chernov, - la voz de Mila me sacó de mi trance. ¿Cuánto tiempo llevaba sentado en mi despacho? ¿Cuánto tiempo había estado hipnotizando al monitor del ordenador?
No lo sabía. No lo conté. No importaba. Hoy me he vuelto loco. Los frenos se fueron al carajo y me volví a ir con la chica.
- ¿Todavía estás aquí? La jornada laboral ha terminado, - miré a mi secretaria y vi una enorme carpeta en sus manos, y la forma en que no sabía dónde poner los ojos. - He reunido toda la información que necesitas. Usted lo ha pedido...
Al entregarme la carpeta, la chica se sonrojó, se dio la vuelta y salió corriendo. Probablemente, en otra situación, me habría preguntado qué podía significar aquello, pero ahora no me importaba. Estaba pensando en la chica. En cómo la encerré en casa y ordené a los guardias que no la dejaran salir. En las palabras que gritó a mi espalda cuando me marché. En cómo quería darme la vuelta y atraerla hacia mí. Cómo quería saborearla. Saborearla.
Ella despertó demonios en mí. Demonios que no podía dejar sueltos. Ya había cometido demasiados errores.
- ¡Perra! - gruñí apretando los dientes y barrí todo de mi escritorio: portátil, documentos, todo se fue al infierno.
Su aparición había puesto mi vida patas arriba. Una zorrita que me hacía explotar con una de sus cáusticas palabras. Me provocaba a propósito y yo caía en la trampa. Manejaba a tanta gente en la empresa, mantenía a todos atemorizados, y no podía con una chica caprichosa.
Todo se me fue de las manos. La deseaba. Pensaba en ella. Estaba perdiendo tanto el control que ya no podía controlarme.
¿Cuándo estallé? Probablemente en el momento en que Alisa se fue al instituto esta mañana. Cuando después me dieron toda la información sobre su imbécil, de quien la había rescatado por la noche. Ordené recopilar todo lo que pude encontrar sobre él. Y lo que vi me volvió loco. No me gustó a primera vista. Incluso en ese vídeo le vi mirando a una chica. Una chica que estaba prácticamente inconsciente, en una confusión de borracho. Sus ojos brillaban, la miraba como a una víctima.
Había tres casos colgando de este pájaro carpintero. Tres denuncias por violación, que finalmente fueron retiradas, las chicas se retractaron de sus declaraciones, y su padre silenció cada caso. Las tres chicas eran nuevas en su instituto y, una vez retiradas las denuncias, abandonaron la ciudad. Cada una de ellas. El mismo escenario. Ninguna se quedó a vivir aquí. Todas desaparecieron. Alguien intentó por todos los medios que las chicas empezaran una nueva vida.
Había apuestas sobre las chicas. En su empresa, cada una de las chicas tenía un precio, y si se follaba a una chica antes de cierto tiempo, obtendría un gran beneficio. Alisa también tenía un precio. Uno alto. Más alto que el de las otras.
En cuanto imaginé que podía hacerle daño, el techo se fue al infierno.
Estaba listo para matar. Y fue en ese momento cuando me dijeron que el coche de la chica había aparcado fuera del hospital. Cerca del hospital donde yacía la perra.
No fue su chofer quien me dijo esto. Este engendro no creyó necesario informarme a mí, sino al guardia de seguridad, a quien decidí poner con ella, como presintiendo que volvería a meterse en algún lío.
De nuevo, me desobedeció. De nuevo, hizo algo para fastidiarme. Se fue con alguien que quería arruinarle la vida. No tenía ni idea de la clase de bastardo con el que estaba tratando. Era incluso gracioso, porque resulta que ella todavía me consideraba una abominación...
Sólo que la muy mamona no se había dado cuenta de que cualquiera que intentara ofenderla tendría que vérselas conmigo.
Abriendo la carpeta, empecé a estudiar el material preparado por mi secretaria. Le di instrucciones para que averiguara todo sobre las universidades extranjeras a las que podía enviar a la chica. Inmediatamente después de su salida nocturna a una fiesta donde habría sido utilizada por todos si no la hubiera recogido a tiempo.
Sólo veía una salida: había que enviarla lo más lejos posible. Cuando cumpliera veintiún años, obtendría sus acciones en la empresa y entonces yo le ofrecería un buen precio por ellas. No le gustaría participar en un negocio del que no sabía nada.
Sabía que si se quedaba, habría problemas. Los problemas empezaron en el momento en que empecé a reaccionar ante ella no como una escupidora problemática. La vi como una mujer. Y eso era malo. En primer lugar, para ella.
Hojeé todas las cosas que Mila había conseguido reunir. Alemania, Inglaterra, Francia... La secretaria hizo un buen trabajo. Tenía los contactos para enviar a Alice a cualquiera de esas universidades. Sólo que iba a hacerlo antes de que esta chica se metiera bajo mi piel. Antes de que ella empezara a fluir por mis venas. Antes de que el bastardo venenoso empezara a envenenarme por dentro. Antes de que fuera mía. Antes de que se convirtiera en una obsesión.
Tiré la carpeta al escritorio, cogí la chaqueta y me dirigí al coche. Mi teléfono vibró y, sacándolo del bolsillo, me quedé mirando la pantalla durante un par de segundos, donde ponía "Svitlana". Por supuesto. Ayer habría contestado al teléfono y me habría puesto en camino hacia su casa. Habría entrado en su apartamento, me habría agachado en el pasillo y me la habría follado contra la pared, y me la habría follado hasta que perdiera el pulso, hasta que empezara a ahogarse con otro orgasmo. Ayer lo habría hecho... me fui. Pero hoy, dejé la llamada y, apretando el acelerador, conduje hacia mi casa.
Desde que la chica de mierda entró en mi vida, no sabía lo que podía pasar en un segundo. Llegó como un huracán a mi vida planeada y perfecta y lo mandó todo al carajo. ¿Y sabes lo que más me sorprendió de todo esto? Joder, me encantaba caminar entre los escombros que quedaban de mi anterior y mesurada vida. Me encantaba en lo que estaba convirtiendo todo a mi alrededor.