Constantine Kallistos
Dejé la finca después de asegurar a mi pequeño neurogenio que su vida romántica ahora era mi principal proyecto. Mi siguiente parada: la residencia de los Fitzwilliam.
Me dirigí a la imponente mansión de George Fitzwilliam. George y yo éramos amigos de años; y también, aliados comerciales, dos titanes que se respetaban, y la unión de nuestros nietos era la última y más importante fusión de nuestros imperios. Ahora, esa alianza estaba en riesgo por la insensatez hormonal.
Al llegar, Sebastian me anunció con su habitual precisión. Me hicieron esperar brevemente en un salón más pomposo de lo necesario, y entonces George entró. Estaba en una silla de ruedas, envejecido, pero sus ojos grises aún chispeaban con inteligencia.
—Me puse de pie de inmediato. — George, saludé, con el respeto que se merece un igual.
—Constantine, —me dijo, sonriendo mientras un asistente le ayudaba a acercarse. —Toma asiento, amigo. Me alegra que vinieras a visitarme. A que debo tu grata visita… ¿traes tequila?
—Le devolví la sonrisa, que no llegó a mis ojos. —Me alegra verte bien, George. Pero esta no es una visita de cortesía. Se trata de algo serio.
Guardé silencio un instante, observando su rostro, antes de soltar la bomba.
—Se trata del compromiso de nuestros nietos.
La sonrisa se le borró instantáneamente. El miedo, esa emoción que solo pueden sentir los hombres poderosos cuando pierden el control, cruzó sus ojos.
—¿Qué pasa?— preguntó, su voz ronca.
—Vengo a cancelar el compromiso de Sloane con Robert. — Le dije, directo al grano.
—Se reclinó en la silla de ruedas, confundido. —No puedes hacer eso, Constantine. Tenemos un acuerdo que vale cientos de millones. ¿Por qué quieres cancelarlo? Los chicos se llevan bien, están felices.
—¿Felices? —Escupí, el desdén audible. —¿Sabes que Robert engaña a Sloane con su hermana?.
—George se quedó paralizado. Su mandíbula se tensó. —¿De qué estás hablando? ¡Absurdo! Robert jamás haría eso. Él ama demasiado a Sloane, desde pequeños lo sabemos.
—Pffft, — resoplé, buscando mi teléfono. —Mira esto.
Le mostré el video de diez segundos que Sloane me había enviado. Era innegable. Ahí estaban, Robert y Sarah, en la cama. Por suerte para ellos, estaban medio cubiertos, pero el contexto era claro.
George se quedó con la mirada fija en la pantalla, completamente inmóvil.
—Este niño idiota, — gruñó finalmente, con un odio helado que me recordó por qué era un aliado valioso. Se reincorporó en su silla y gritó: —¡Marta! ¡Marta!
—La ama de llaves entró corriendo. —Sí, señor.
—Llama a Robert. Está en el jardín con su abuela. ¡Ahora!
—Sí, señor, enseguida. — Marta salió disparada.
No tardaron en aparecer. Robert, alto y apuesto, pero con la inconfundible aura de un niño mimado.
—Robert, —George lo abordó con una furia contenida que hacía temblar la habitación. —¿Puedes explicarme qué estabas pensando cuando te metiste con Sarah?
—Robert tartamudeó, mirando la alfombra. —Abuelo, yo... bueno, fue un error, Abuelo. Las cosas solo pasaron.
—Di un paso al frente. —Voy a cancelar el compromiso entre tú y Sloane. — le dije al estropajo con patas.
—¡No! ¡Señor, no puede hacer eso! — Rogó Robert, casi al borde del llanto. —¡Yo amo a Sloane! ¡Solo fue un error que no volverá a pasar! Lo juro.
—La alianza de negocios sigue, —intervine, mirando a George. —Ya que Robert deshonró a Sarah, el compromiso se llevará a cabo con ella, si así lo prefieres.
—George asintió con una lentitud glacial. —Me parece bien, Constantine. Desde hoy, el compromiso será con Sarah y no con Sloane. Los planes siguen igual; lo único que cambia es la novia.
—¡No, Abuelo! ¡No puedes hacer esto! — Gritó Robert, desesperado. —¡Yo amo a Sloane!
—¡Cállate!” —George rugió, una voz que no había usado en años. —Si de verdad la amaras no la habrías traicionado con su hermana, mancillando el honor de la familia Hayes. Ya que la deshonraste, te casas con ella. O te desheredo, mocoso inútil.
Robert lo miró con ojos bien abiertos, el terror real finalmente instalándose. Se dio la vuelta y se fue, sin decir una palabra más.
—Lo siento mucho, Constantine, —dijo George, con un suspiro agotado. —Y discúlpame con Sloane, por favor. No puedo creer que esto haya ocurrido.
Sonreí, un alivio genuino. —Me alegro que esto esté arreglado, George. Venía preparado para darte la indemnización por romper el compromiso, pero parece que no será necesaria. La alianza es lo que importa.
—No, no te preocupes, — insistió George, asintiendo. —Es culpa de este nieto inútil que tengo. Tú no te preocupes.
Nos quedamos un buen rato hablando de las condiciones revisadas de la fusión de negocios. Mi pequeño neurogenio estaba a salvo. Y, como extra, Robert Fitzwilliam estaba a punto de casarse con Sarah, mi nieta que es tan manipuladora y cruel que sus padres.
Sloane
Habían pasado tres meses desde el día que encontré a Robert y a Sarah en esa cama. Tres meses desde que mi vida implosionó, desde que la “familia” que conocía eligió defender una traición. La herida aún dolía, pero no era el dolor de un corazón roto por el idiota de Robert Fitzwilliam. Siendo sincera, a él le tenía cariño y respeto, por la familiaridad de toda una vida, pero no amor apasionado. Solo había hecho funcionar ese compromiso por petición de mi papi Kallistos.
Lo que me roía el alma era Sarah. Mi hermana siempre encontraba la manera de arrebatarme todo lo que poseía. Nunca entendí por qué me odiaba tanto. Desde pequeñas, cualquier regalo de nuestros abuelos maternos —un juguete especial, una beca, una atención extra— terminaba en sus manos, mis padres facilitando el intercambio. Ella siempre ganaba.
Sarah, cinco años mayor que yo, era la imagen de la gracia: alta, con cabello rubio sucio y ojos verdes, una modelo y la adoración de mis padres. Ella era idéntica a mi madre. Yo, por contraste, era pequeña, rubia clara, de ojos azules y, seamos honestos, un poco torpe. Literalmente, me caía sola.