Teoría del Caos y el Bisturí

Capitulo 7

Demetrius

​Estaba observando a mi hermana. Bueno, más bien, asegurándome de que Theodora no hiciera una estupidez que nos costara otra demanda. Mi hermana está un poco loca, y creo que la culpa es mía. Cuando éramos pequeños, la dejé caer. En mi defensa, Theodora tenía cuatro años y mi padre no paraba de decir que era “un angelito puro”. Yo, un niño de siete, razoné que los angelitos tienen alas y, por lo tanto, ella volaría. Las alas nunca le salieron y se dio en toda la madre.

​Mi madre murió al darla a luz, así que Theodora es todo lo que me queda. Mi padre, un bastardo inútil, cambia de mujer como quien cambia de zapatos. La única regla que tiene es que las intrusas no nos traten mal. Bueno, no traten mal a mi hermana.

​Su mujer actual, una arpía de apellido dudoso, cometió el error de gritarle a Theodora que la odiaba, y que mi padre también, porque nuestra madre murió por darle a luz. Mi hermana, como persona sensata y con cinturón negro en karate, le dio una paliza. Ya se imaginarán cómo terminó el asunto. Mi padre lo supo, le pidió el divorcio a la arpía, y como tienen un prenupcial, ella se irá sin nada, pero esta demandando por la paliza. Estamos en medio de peleas legales, así que traje a Theodora a Estados Unidos para que se distrajera. Consiguió un trabajo donde, al parecer, está feliz. No quiso trabajar en una de nuestras empresas; dijo que quería "vivir la experiencia" sola.

La observo mientras tomo mi whisky puro. Está en una mesa con un hombre y dos mujeres. Parece que se están divirtiendo, jugando algo con una botella. Hay una chica que está de espaldas, si no me equivoco, es rubia y lleva un vestido rojo. Y por Dios, tiene un cuerpazo espectacular, pero es pequeña. Parece un duende. ¿Cuánto medirá? ¿1.40 metros?

​En fin. Veo al hombre de la mesa ir a bailar, lo hace francamente mal, por cierto. Luego regresa y siguen con su juego. De un momento a otro, miro a Theodora, que está buscando entre la multitud. Y cuando me ve, sonríe.

​Unos segundos después, veo a la chica del vestido rojo mirarme. Y luego, viene hacia mí.

​No me muevo. Estoy hipnotizado por la forma en que camina. Se mueve con una mezcla de precisión y determinación. A medida que se acerca, detallo su rostro. Y, por Dios, es preciosa. Ojos azules brillantes, una mandíbula firme.

Llega a mi sillón, pone sus brazos sobre los reposabrazos, se acerca a mi espacio personal y me susurra:

​—Lo siento, pero un reto es un reto.

​Su aliento me da en la cara. Huele a menta y café, una mezcla extraña. Su respiración es superficial, agitada.

​Y me besó.

​Me quedé perplejo. Literalmente, congelado por unos segundos. No soy alguien a quien se le dificulte la interacción social, pero nadie, jamás, me había abordado con esa audacia. Era un asalto total.

​Pero entonces sentí la suavidad de sus labios y la dulzura de ellos, y mi cuerpo reaccionó antes que mi cerebro. Seguí el beso. Y, por todos los dioses griegos, ¡qué boca tan deliciosa! No era un beso de principiante; era preciso, directo, y perfecto.

​Cuando se separó, la miré con una mezcla de diversión y sorpresa. Mi mente, que generalmente procesa datos y estrategias financieras, estaba en blanco.

​Sonreí y le dije lo único que se me ocurrió, en mi lengua materna:

​—Είσαι μια τρελή γυναίκα που φιλάει έναν άγνωστο, αλλά φιλάς πολύ καλά, αγάπη μου. (Eres una loca que besa a un desconocido, pero besas muy bien, mi amor.)

​Ella me observó, con esa mirada azul perfecta, me sonrió y me dijo:

​—No sé qué dijiste, pero ‘la tuya’ por si acaso. ¡Bye!

​Y se dio la vuelta y comenzó a huir.

​Me quedé en shock. ¡Esta mujer está loca! Este nomo de jardín abandonado, Le hice un cumplido en mi lengua y ella me responde con una grosería. Se merece un par de nalgadas en ese trasero perfecto por esa insolencia.

​¡Qué te pasa, estúpido! me recriminé a mí mismo, sintiendo el rubor subir por mi cuello. ¿Cómo voy a pensar eso de esa criatura?

Tomé de un trago lo último que me quedaba en el vaso.

Sloane

​Regresé a la mesa, tratando de recuperar la compostura. Estaba temblando por la emoción. Ese beso... bueno, fue el mejor que había probado en mi vida, aunque solo hubiera tenido un novio. Así se siente un beso de verdad, pensé, con la cara ardiendo de vergüenza y euforia.

​Llegué a la mesa y mis tres amigos me miraban con una expectativa cómica.

​—¿Qué tengo monos en la cara?—Les pregunté, extrañada.

—¿Qué tal estuvo el beso?—preguntó Theodora, con los ojos entrecerrados.

​—La verdad,— dije, sintiendo el rubor subir hasta mis orejas, —fue el mejor beso que he probado en mi vida.

​—¡Y te creo!—dijo Dakota, sonriendo con picardía.

​—¿Cómo que el mejor? ¿Tu ex no besaba bien? —preguntó Theodora, genuinamente confundida.

​—La dejaba llena de baba,—se adelantó Dakota. —Parecía perro besando. Yo siempre andaba dándole toallitas húmedas, porque la primera vez que la besó, Sloane… ¡casi vomita! Fue asqueroso.

Theodora y Dylan hicieron una mueca de absoluto asco, para luego romper a reír a carcajadas.

​—¿Por qué no me habían contado eso?— preguntó Dylan.

​—Porque te ibas a burlar,— le dije, entrecerrando los ojos, aunque me estaba riendo también.

​—¡No puedo creerlo!—dijo Theodora, riéndose sin parar. —¿Y cómo hacías para besarlo durante todo el tiempo que estuvieron de novios?

​—Lo evitaba,— confesé, sintiendo un poco de vergüenza. —Siempre ponía mi mejilla y, si se ponía insistente, le decía que no me había lavado los dientes y a él le daba asco eso.

—¿A él le daba asco?—preguntó Theodora, indignada. —Si el que daba asco era él.

​—Lo sé,—dijo Dakota. —Se creía, y se cree aún, porque por desgracia sigue vivo, la gran cosa.

​—¡Iuugh, qué asco!— dijo Theodora, con un escalofrío. —Lo bueno es que ya no estás con él.




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