Recuerdo con dolor cada detalle: el ambiente pesado, las miradas preocupadas, y mi corazón palpitando con ansiedad. Ya había recibido la devastadora noticia por parte de un médico de que mi padre había fallecido, y me sentía abrumado por una angustia insoportable.
Salí del hospital sintiéndome mareado, como si el suelo se moviese bajo mis pies. Mis pensamientos eran un torbellino de dolor y desesperación. Tropecé de camino hacia mi auto, apenas sintiendo las últimas gotas de lluvia que caía sobre mí, mezclándose con las lágrimas en mi rostro. El mundo exterior se desvanecía mientras mi mente estaba envuelta en un profundo abismo de tristeza y furia.
Justo antes de entrar en mi auto, algo me hizo detenerme. Miré hacia arriba y me sorprendió la visión de un cielo nocturno, que de a poco comenzaba a despejarse, mostrándome algunos puntos brillantes. Era como si el universo quisiera mostrarme algo hermoso en medio de mi oscuridad interna. Por un momento, me sentí conectado con algo especial, como si las estrellas me susurraran palabras de consuelo.
Abrí la puerta de mi auto y me desplomé en el asiento del conductor. Allí, en la penumbra, encontré mi viejo revolver, un objeto prácticamente olvidado. Mis manos temblorosas sujetaron el arma mientras mi mirada se perdía en el interior oscuro del cañón. El peso de mis pensamientos y emociones se hizo insoportable, y la idea de poner fin a mi angustia apareció como una opción tentadora.
Mis ojos se volvieron a llenar de lágrimas mientras contemplaba las tres balas en el tambor del revólver. Cada bala representaba una posibilidad, una salida a mi sufrimiento. Pero también me enfrenté a la incertidumbre de lo desconocido. ¿Qué pasaría si apretaba el gatillo? ¿Y si no lo hacía? La indecisión me atormentaba, dejando mi mente enredada en una lucha interna entre la esperanza y la desesperación.
Entonces, una ráfaga de viento sacudió el automóvil, trayendo consigo el suave aroma de la lluvia recién cesada. Observé cómo aquellas últimas gotas resbalaban por el parabrisas y desaparecían en la oscuridad. Me di cuenta de que, a pesar de la tristeza que me embriagaba, la vida continuaba afuera. Había belleza en el mundo, incluso en medio del dolor más profundo.
Guardé el revólver en el compartimento, tomando una decisión consciente de posponer cualquier elección definitiva. No estaba listo para rendirme ante la desesperación. Me di cuenta de que existía otra forma de enfrentar mi angustia, de encontrar formas de sanar mi roto corazón.
Y así, en medio de esa noche estrellada, encendí el motor y conduje lejos del hospital. No sabía qué depararía el futuro, pero encontré una chispa de esperanza en la belleza que aún existía en el mundo. El camino por delante sería difícil, pero decidí aferrarme a la posibilidad de encontrar la luz en medio de tanta oscuridad.
Las estrellas brillaban en lo alto, como recordándome que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una oportunidad para encontrar la paz y la redención.
Deambulé por las habitaciones oscuras de mi hogar, perdido en mis pensamientos y atormentado por la ausencia de mi padre. La cerveza negra que sostenía en mi mano parecía una compañía vacía, incapaz de ahogar el dolor que me consumía. Cada sorbo solo me recordaba cuán injusta había sido la forma en que le arrebataron la vida a mi padre, de una manera tan cobarde y cruel.
La idea de usar el revólver volvió a materializarse en mi mente, pero esta vez la descarté rápidamente. Me di cuenta de que la mezcla de angustia y alcohol me había llevado al límite de la razón. No podía permitir que el dolor nublara mi juicio aún más. Sabía que debía enfrentar la situación con claridad y buscar justicia de una manera legal y responsable.
Finalmente, me dejé caer en mi sillón, agotado por toda la mierda que llevaba sobre mis hombros. Mientras me sumía en un sueño pesado y perturbado, mi celular rompió el silencio de la sala: era la dueña de la tienda donde mi padre trabajaba, su voz temblorosa se filtró a través del aparato mientras me informaba que los ladrones que le habían arrebatado la vida habían sido captados por las cámaras de seguridad.
Una fría serpiente recorrió mi espalda mientras una mezcla de furia y determinación se apoderaba de mí. Me levanté de un salto, mi corazón latiendo con intensidad. En ese momento, el revólver volvió a mi mente. Me dirigí rápidamente hacia la guantera de mi auto, verificando que el arma continuara allí. Sentí una extraña tranquilidad al saber que tenía algo tangible que me conectaba con mi propósito.
Sin pensarlo dos veces, arranqué el motor de mi auto y me dirigí a toda velocidad hacia la tienda. La urgencia por enfrentar a los asesinos de mi padre me impulsaba, mientras que el deseo de encontrar justicia se había convertido en una llama ardiente dentro de mí.
Cada segundo en el camino parecía una eternidad, y las calles se desvanecían en una mezcla borrosa de luces y sombras. Mi mente se llenaba de imágenes de mi padre, de su sonrisa y de su amor incondicional (también de nuestra pelea de la noche anterior). El recuerdo de su partida violenta y prematura avivaba mi determinación, alimentaba mi sed de respuestas y me hacía anhelar la verdad.
Una vez en la tienda, detuve el auto bruscamente. Salté del vehículo, con el arma escondida en mi chaqueta, y entré con paso firme y decidido. Mi corazón latía con fuerza, pero mi mente estaba en calma. Los rostros de los ladrones que habían arrebatado la vida de mi padre serían revelados por las cámaras de seguridad, y yo estaba decidido a enfrentarlos, a buscar justicia para él y para mi destrozado corazón.
No sabía qué encontraría al enfrentarme a los rostros de aquellos desalmados, pero mi sed de justicia no podía ser ignorada.
Mis manos sudaban en torno al frío metal del revolver mientras avanzaba por la tienda. Las cámaras de seguridad me guiaron hacia la evidencia que necesitaba. Con cada monitor que observaba, una mezcla de ira y tristeza se apoderaba de mí. Los rostros de los asesinos, hasta ese momento anónimos, se revelaron ante mis ojos. Sus acciones cobardes y despiadadas habían dejado un rastro de destrucción total.