Me despierto al final de la noche, con el corazón aún palpitando acelerado. El recuerdo de lo sucedido horas atrás sigue persiguiéndome, y la adrenalina fluye por mis venas cada vez que imagino el sonido ensordecedor que hizo el arma en aquella tienda. El temor y la incertidumbre se entrelazan en mi mente, mientras mi mirada se pierde en el paisaje nocturno que se desvanece rápidamente frente a nuestros ojos.
Llevo varias horas en este auto, en compañía de este enigmático y atractivo chico. Y aunque no sé mucho sobre él, su presencia me brinda cierta sensación de seguridad en medio de este caos. Con un nudo en la garganta, decido pedirle que busque un negocio para comprar dos cosas que necesito. El enigmático muchacho, sin desviar su mirada de la carretera, responde con calma que haremos una parada en unos kilómetros más adelante.
Conduzco mi auto a través de la carretera mientras contemplo maravillado la belleza del amanecer. La combinación de los tonos rosados y dorados en el horizonte se fusiona con la imagen de la chica que ocupa el asiento del pasajero. Es un contraste fascinante, un lienzo perfecto para admirar mientras el mundo despierta a nuestro alrededor.
Sin embargo, mis pensamientos se quiebran por la sensación de angustia que se apodera de mí. El recuerdo del hombre mayor herido en la tienda me golpea con fuerza. Me siento culpable, torturado por la idea de haber lastimado a alguien de esa manera. Espero fervientemente que la herida sea superficial, que el disparo haya alcanzado solo su hombro izquierdo, pero a pesar de ello, no puedo evitar sentir compasión y remordimiento.
En medio de mi tormento interno, mis pensamientos se vuelven a romper cuando me doy cuenta de que la chica, la persona a la que amo en secreto, está despertando. Mi corazón se acelera y un nudo se forma en mi garganta mientras la observo con disimulo. Es un recordatorio constante de la atracción y el deseo que siento hacia ella, pero también de la imposibilidad de expresarlo abiertamente.
Nuestras miradas se encuentran por un breve instante, pero rápidamente aparto la vista, tratando de ocultar mis emociones en el laberinto de mi mente. No puedo permitir que ella descubra mis sentimientos, ya que estoy atrapado en las garras de mi propia oscuridad.
La chica, con voz suave y vulnerable, me pide que me detenga en busca de un negocio donde pueda comprar dos cosas que necesita. Su solicitud me toma por sorpresa, pero logro recuperar la compostura y le aseguro que haremos una parada en unos kilómetros más adelante. La tensión se siente en el aire, y aunque me gustaría expresarle todo lo que realmente siento, sé que ahora no es el momento adecuado para profundizar en nuestras vidas complicadas.
Mientras me quedo sola en el auto, la idea de salir corriendo comienza a tomar forma, pero me veo inmersa en la belleza del cielo que de a poco comienza a mostrar claros más fuertes. Observo la transición entre la noche y el amanecer, asombrada por el largo rato que llevo en este auto. Mi ansiedad se incrementa, y mi mente se llena de preguntas sin respuesta.
Sin embargo, mis pensamientos son interrumpidos por dos fuertes ruidos provenientes del exterior. Segundos después, el enigmático chico entra apresuradamente al auto, su ropa manchada de sangre y su rostro evidenciando una mezcla de enojo y determinación. Mi voz se quiebra al intentar preguntarle qué ha sucedido, pero apenas abandonas algunas palabras de mi boca, él arroja bruscamente la bolsa de la tienda directamente sobre mi rostro. El impacto me deja sin aliento, mientras el contenido de la bolsa cae al suelo del auto, esparciendo su contenido.
Entro en el negocio, decidido a encontrar las dos cosas que la chica en mi auto me pidió: papas fritas y una coca cola de botella grande. Navego por los pasillos, encontrando rápidamente las papas y las coloco en el carrito. Luego, me dirijo al refrigerador en busca de la fría bebida, cuando escucho la puerta del negocio abrirse. Levanto la mirada y mis ojos se encuentran con un hombre de mediana edad, delgado y con una espesa barba. En ese momento, algo en su mirada me hace darme cuenta de sus intenciones.
Ambos nos dirigimos lentamente hacia el mostrador, y veo cómo el hombre saca una navaja, amenazando al empleado de la tienda. A pesar de la tensión en el ambiente, me mantengo en calma y serenidad. No le temo a este hombre con su oxidada navaja, confío en mi capacidad para enfrentar la situación.
Mientras observo atentamente la escena, el ladrón recibe el dinero del asustado empleado. Sin embargo, antes de retirarse, se acerca a mí y comienza a exigir dinero. En un instante, su navaja se estrella violentamente contra mi rostro, dejando mi ropa salpicada de mi propia sangre. A pesar del dolor y la ira que me embargan, mantengo la compostura.
Con determinación, saco el arma de la chaqueta y realizo dos disparos hacia el techo del negocio. El estruendo y el estallido de los tiros logran que el ladrón retroceda, dejando caer la bolsa de dinero en el suelo. En ese momento, la adrenalina corre por mis venas mientras lo veo huir.
Me acerco a la bolsa de dinero, la levanto y se la devuelvo al empleado. Pago por las papas y la coca cola. Una vez hecho esto, me dirijo rápidamente al auto, con manchas rojas en mi ropa y un enfado creciente en mi interior.
La rabia y la determinación se mezclan en mí ser mientras me siento al volante, y escucho a la chica decir algo. Pero su voz me suena neutral y, en respuesta, le arrojo la bolsa del negocio con las papas, la bebida y la navaja oxidada manchada con mi sangre.
Mientras el auto continúa su trayecto, el silencio pesado envuelve el espacio entre nosotros, dejándome con un mar de incertidumbre y temor en mi interior. El amanecer se hace más evidente en el horizonte, y a medida que el cielo se ilumina, me doy cuenta de que hemos estado viajando durante horas sin apenas cruzar palabras. La realidad de nuestra situación se vuelve aún más abrumadora en mi mente. ¿Qué nos espera al final de este viaje? ¿Quién es realmente este enigmático chico? Las dudas me atormentan, pero por ahora, solo puedo esperar.