Estoy inmersa en una maraña de confusión y desorientación, tratando desesperadamente de asimilar todo lo que ha ocurrido en tan poco tiempo. Mis pensamientos se agolpan en mi mente, y en medio de ese caos, mi atención se centra en el rostro enigmático de mi chico. Una mancha escarlata adorna su nariz, y mi corazón se acelera con preocupación.
Sin pensarlo dos veces, con una voz entrecortada por la ansiedad, le pregunto si necesita ayuda. Con una calma desconcertante, él me pide que saque unos papeles que reposan en la guantera del auto. Actuando automáticamente, obedezco y le entrego los documentos que me solicita. No obstante, en ese instante, una fugaz claridad me golpea con fuerza, haciendo que me dé cuenta de la inutilidad de intentar limpiar su rostro con hojas de papel.
Entonces, mi mirada se desvía hacia mi bolsillo y, como si el destino hubiera intervenido, encuentro un paquete de pañuelos húmedos en su interior. Lo saco rápidamente, y se los ofrezco al enigmático chico. En ese instante, una extraña conexión se establece entre nosotros mientras él reduce la velocidad del auto y comienza a limpiar su rostro con los pañuelos. Una sonrisa ladeada se dibuja en sus labios y, en un gesto de agradecimiento, me pregunta de dónde saqué aquellos pañuelos. Respondiendo con una mezcla de sarcasmo e ingenio, le contesto que una "chica" siempre debe estar preparada para cualquier eventualidad.
Un fugaz momento de complicidad se establece entre nosotros cuando sus ojos se apartan de la carretera para encontrarse con los míos. La emoción se apodera de mí, y sin poder contenerme, escapa de mis labios un suspiro apenas perceptible. El chico me devuelve los pañuelos mientras los guardo nuevamente en mi bolsillo, y en ese instante decido que es el momento idóneo para abrir las papas y la Coca-Cola que él ha traído de la tienda.
Llenos de expectativa, mis dedos se adentran en la bolsa de papas, ansiosos por deleitarse con su sabor crujiente. Sin embargo, la suerte parece haberme jugado una mala pasada, pues cuando intento sacar la bebida siento una repentina punzada en la palma de mi mano. Sorprendida, retiro mi mano y observo con asombro un pequeño corte. Y al buscar al responsable, me sorprendo al encontrar una vieja navaja oxidada. El dolor, aunque leve, distrae mi atención por un instante.
Mis ojos se posan sobre la navaja, y al levantarla a la altura de mis ojos, permito que el brillante sol ilumine su afilada hoja. En ese preciso momento, el auto se sacude violentamente, rompiendo el silencio y sacándome de mis pensamientos. Antes de poder articular palabra, me doy cuenta de que los ojos del chico reflejan asombro mientras luces rojas y azules parpadean y se desplazan sobre su bello rostro.
Finalizo la tarea de limpiar mi rostro con los pañuelos que mi amor secreto me ha pasado, disfrutando de la frescura y suavidad que dejan en mi piel. Con la intención de romper el silencio incómodo que se ha instalado entre nosotros, decido lanzar una pregunta tonta, solo para iniciar una conversación banal y disipar la evidente tensión que nos rodea. Curiosamente, mi elección recae en preguntarle de dónde sacó ese paquete de pañuelos, una pregunta trivial pero necesaria para comenzar a hablar de algo, por más intrascendente que sea.
Sin embargo, mientras ella comienza a responder, noto que mis oídos se desconectan del mundo exterior, sumergiéndome en un mar de pensamientos y emociones encontradas. Mi mente se ve envuelta en un conflicto interno, debatiéndose entre revelar mis verdaderos sentimientos o mantenerlos ocultos por temor a la incertidumbre y al rechazo. Me encuentro peleando mentalmente, cuestionándome si debo arriesgarme y abrir mi corazón sin saber qué consecuencias traerá consigo.
En medio de ese frenesí mental, mis ojos se posan en la mano de mi amada. Un destello de dolor se dibuja en su rostro mientras un pequeño corte se extiende por su palma. La preocupación se apodera de mí y estoy a punto de preguntarle si se encuentra bien, pero antes de que las palabras abandonen mi boca, la escena se transforma abruptamente.
Con una fuerza descomunal, clavo violentamente los frenos del auto, haciendo que nuestros cuerpos se sacudan en un brusco movimiento. Frente a nosotros, a escasos metros de distancia, la visión de varios vehículos detenidos en medio de la ruta se hace ineludible. Un cordón policial bloquea el paso y el caos se apodera del entorno.
Mi corazón late a mil por hora, y la tensión en el aire es brutalmente palpable. Nuestras miradas se encuentran, reflejando el desconcierto y la sorpresa ante la situación inesperada. En ese instante, los destellos de las luces policiales parpadean sobre mí ojos, amplificando la confusión y la incertidumbre que nos envuelven en este momento crucial.