TrÍo

Atados por el Destino

  Nunca, en mis más salvajes pesadillas, habría imaginado que mi vida se desvanecería de esta manera tan inesperada. Los eventos se sucedieron con una rapidez vertiginosa, dejándome aturdida y sin aliento. Hace apenas unos fugaces instantes, estaba al borde del abismo, a punto de enfrentar las frías y despiadadas paredes de la cárcel. Sin embargo, ahora, aquí estoy, en medio de este descampado desolado, enfrentando una amenaza mucho más ominosa: la posibilidad de perder mi vida.

Mis lágrimas, mezcladas con el sudor que empapa mi rostro, distorsionan mi visión, creando un efecto turbio en mi percepción. Pero incluso en medio de esta nebulosa emocional, puedo ver con claridad el cañón del revólver oscilando peligrosamente entre mi cabeza y en la de mi chico. Es un espectáculo macabro, una danza infernal donde cada movimiento del arma se traduce en una amenaza mortal.

Siento el impulso desesperado de hablar, de rogar por mi vida o intentar razonar con mi verdugo. Pero un nudo implacable se ha formado en mi garganta, como si mi némesis hubiera tejido una trampa con mis propias palabras, sellando mi boca y privándome de mi voz en este momento crítico. Mi silencio se vuelve una prisión en sí misma, un grito ahogado en el abismo del miedo y la incertidumbre.

Mi cuerpo tiembla, sacudido por una mezcla de temor y la suave brisa que recorre el lugar. Esta brisa, que debería ser un alivio, se convierte en un recordatorio punzante de mi vulnerabilidad. En medio de este enfrentamiento mortal, estoy usando únicamente mi ropa interior, y me siento profundamente expuesta y desprotegida ante los ojos y las intenciones del despiadado poseedor del revólver. Cada ráfaga de viento parece intensificar mi incomodidad y fragilidad, añadiendo un elemento más a la pesadilla surrealista en la que estoy inmersa.

En medio de esta situación aterradora, no puedo evitar pensar que el hombre que sostiene el arma amenazante es un auténtico loco bastardo. Su mirada fría y despiadada revela un abismo oscuro en su interior, un lugar donde la empatía y la razón han sido reemplazadas por la pulsión de poder y el deseo de infligir dolor. No hay rastro de humanidad en sus ojos, solo una determinación siniestra que me hace temblar aún más.

En este momento, mi vida pende de un hilo. La línea entre la supervivencia y la muerte se ha vuelto difusa y frágil, y solo el destino decidirá hacia qué lado se inclinará la balanza. El reloj del tiempo parece haberse detenido, mientras el mundo se desvanece a mí alrededor y soy arrastrada a una pesadilla de la que no sé si podré escapar.

 

  El dolor se despliega por cada rincón de mí ser, envolviéndome en sus garras implacables. Con una mezcla de incredulidad y desesperación, mi mano se desliza hacia la nuca, buscando un atisbo de alivio. Pero al tocar la zona afectada, el dolor se intensifica, como si el impacto hubiera encontrado su destino justo en ese punto vulnerable de mi fisionomía. Un frío recorre mi espalda, recordándome la brutalidad del golpe y agudizando mi confusión.

Hasta ahora, no he sentido un temor personal directo proveniente del bastardo que empuña el viejo revólver. Sin embargo, todo cambia cuando el cañón del arma comienza a trazar un siniestro recorrido sobre el rostro de mi amada. Una ola de ira ardiente se desata en mi interior, alimentada por la impotencia que me consume. La furia crece dentro de mí como un fuego voraz, quemando cualquier rastro de serenidad que quedaba en mí ser. Mi corazón late con fuerza, bombeando una mezcla de rabia y desesperación por mis venas.

Deseo con todas mis fuerzas gritarle al hombre, suplicarle que detenga este acto de crueldad. Pero mis palabras se pierden en la mordaza que oprime mi boca, atrapadas en mi garganta como prisioneras de mi propia impotencia. La frustración me embarga, y cada intento de emitir un sonido se convierte en un acto desesperado y silenciado.

Mi mente es un torbellino de emociones encontradas. La ira lucha contra la impotencia, mientras que la confusión se entrelaza con el miedo. En cada segundo que el arma permanece amenazadoramente cerca del rostro de mi amada, mi furia se intensifica, creando una tormenta interna que amenaza con arrancar mi cordura de cuajo. Mi pecho se llena de un dolor profundo, una mezcla de amor y angustia al ver a mi chica en peligro, y saber que mis manos están inmovilizadas y mi voz silenciada, impotente para protegerla.

Mis ojos se clavan en los del hombre que sostiene el revólver, buscando cualquier rastro de humanidad en su mirada. Pero solo encuentro un abismo vacío, desprovisto de empatía o remordimiento. En su rostro se refleja la venganza despiadada, una oscuridad que se ha adueñado de su ser. Mi corazón se desgarra ante la certeza de que mis súplicas y gritos caerán en oídos sordos. Estoy atrapado en un mundo de silencio forzado, impotente para hacer frente a la amenaza que acecha a mí ser más querido.

En medio de esta angustia desgarradora, una chispa de determinación se enciende en mi interior. Aunque esté atado y mis palabras sean sofocadas, prometo a mí mismo que no me rendiré. Mi espíritu se alza en una lucha silenciosa pero feroz, dispuesto a proteger a mi amada a cualquier costo. Aunque mis manos estén inmovilizadas, mi mente y mi corazón permanecen libres, y en ellos resuena un grito de valentía y resistencia. El bastardo que ha sembrado el caos en nuestras vidas debe saber que, a pesar de las ataduras que me aprisionan, mi espíritu lucha incansablemente, buscando una salida de este oscuro laberinto.

 

  El ambiente se volvía cada vez más opresivo, mientras mis pensamientos se enredaban en una madeja retorcida de oscuros deseos y macabros planes. Cada kilómetro que nos alejaba de las miradas curiosas, me acercaba más a la culminación de mi misión. Con una meticulosa precisión, había seleccionado un descampado cercano, un lugar desolado y apartado que sería el escenario de mi venganza.




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