Me encontraba atrapado en un dilema desgarrador, debatiéndome entre apretar de una maldita vez el gatillo o liberar a esa joven pareja que tenía ante mí. Entre los confines de mi mente, surgían pensamientos contradictorios, una lucha interna entre la venganza y la compasión.
Después de examinar la situación con mayor detenimiento, me percaté de que aquellos jóvenes eran simples víctimas de las circunstancias. Eran dos almas perdidas, desorientadas, que ni siquiera sabían qué rumbo tomar en sus vidas. ¿Era justo condenarlos por un acto que tal vez habían cometido bajo la influencia de la desesperación y la ignorancia?
A pesar del inmenso dolor que sentía por la pérdida de mi amado padre, tomé una decisión inesperada. Decidí desatar las cuerdas que aprisionaban sus manos y pies, otorgándoles una oportunidad de redención. Guardé mi arma con mano temblorosa y, con una mezcla de pesar y compasión en mi voz, les comuniqué que les perdonaba la vida, pero que no los liberaría de su condena.
Con voz firme, les expliqué la importancia de comparecer ante un tribunal, donde la "justicia" determinaría cuál sería su destino. Les insté a que regresaran al auto, mientras mi mente se debatía entre la incertidumbre de haber cometido un error al permitirles partir y la esperanza de que aprendieran de sus acciones y encontraran una senda más recta.
Mientras me acomodaba en el asiento del pasajero, una extraña calma me invadió. Una seguridad inexplicable me envolvió, eclipsando momentáneamente los remordimientos y las dudas. Fue entonces cuando decidí hacer caso omiso de la voz de la razón y permitir que mi corazón dictara mis acciones.
Tomando una profunda inspiración, desenfundé nuevamente mi viejo revólver. La determinación ardía en mis ojos mientras contemplaba las tres balas que me quedaban. Una para el asesino de mi padre, otra para la cómplice que le acompañaba y la última para mí, en un intento desesperado por encontrar algo parecido a la paz.
Sin embargo, cuando mi arma apuntaba hacia el conductor del automóvil, algo inexplicable sucedió. Un peso abrumador se posó sobre mis hombros, una carga que parecía aumentar de manera feroz. Incapaz de soportar semejante presión, mis dedos se aflojaron y el arma cayó estrepitosamente al suelo del vehículo. En medio de la confusión y la desorientación, mi cabeza impactó con violencia contra la fría superficie de la guantera y la oscuridad se extendió rápidamente, envolviéndolo todo. Mi conciencia se desvaneció, pero antes de perderme por completo, una sensación cálida y líquida recorrió mi cuello, una señal de que mi destino se había sellado.
Y así, en ese último instante de consciencia, me sumergí en la oscuridad total, dejando atrás un torrente de emociones inconclusas y una vida llena de cicatrices sin sanar.
Siento que mi corazón comienza a calmarse lentamente, como si una mano invisible acariciara mi pecho, cuando mis ojos se posan en el revólver que vuelve a ser guardado entre la chaqueta de mi inesperado enemigo. Un suspiro de alivio escapa de mis labios, mientras observo cómo el arma desaparece, alejando la amenaza inmediata. La tensión que me oprimía comienza a disiparse, y puedo sentir cómo mi cuerpo se relaja ligeramente.
Sin embargo, el verdadero alivio llega cuando el hombre que me mantenía prisionero decide liberarme de mis ataduras. El palpitar de mi corazón se acelera momentáneamente mientras siento el roce de las cuerdas que se deslizan de mis muñecas. Un cálido calor recorre mis extremidades, liberadas de los fuertes nudos que aprisionaban mis movimientos. La sensación de recuperar la libertad es abrumadora y me llena de una falsa gratitud hacia aquel extraño que, de alguna manera inexplicable, ha decidido dejarme en libertad.
Una oleada de emoción me embarga al ver que también ha liberado a mi amada, la chica a quien he amado en secreto durante tanto tiempo. Una sonrisa se dibuja en mis labios mientras la sujeto firmemente de la cintura, siento cómo la alegría y el alivio se desbordan dentro de mí, inundándome por completo al saber que ella está a salvo. Es en ese momento que decido actuar, aprovechando la oportunidad que se me ha presentado. Me acerco a ella con determinación y le doy un beso que hace estremecer mi ser. Durante tanto tiempo he imaginado cómo sería ese "primer beso", y ahora, en medio de la incertidumbre y el caos, se hace realidad. La chica corresponde a mi beso con una sonrisa cómplice, como si supiera lo que significaba para mí, y mis emociones se multiplican en un torbellino de felicidad.
Una vez en el auto, mi alegría se ve ensombrecida por la presencia del hombre del revólver en el asiento del copiloto. Una sombra de preocupación se instala en mi mente mientras mi corazón se agita, preguntándome qué significará esta situación inesperada.
La incertidumbre se apodera de mí mientras nos adentramos en un silencio incómodo. El hombre, sin mediar palabra, desenfunda nuevamente su arma y la apunta directamente a mi rostro. Mi cuerpo se tensa y la adrenalina recorre cada fibra de mi ser. El tiempo parece detenerse por un instante y mi respiración se entrecorta, como si estuviera en una pesadilla de la que no puedo despertar.
Antes de que pueda escuchar cualquier sonido aislado de un proyectil disparado, mi rostro es salpicado por un espeso líquido. Mi visión se ve obstruida, y una sensación de terror se apodera de mí mientras intento desesperadamente limpiar mis ojos y recobrar la visión. El líquido, pegajoso y desconocido, me provoca un escalofrío de repulsión y miedo.
Cierro los ojos y me dejo llevar por el sinfín de sensaciones maravillosas que experimento mientras mi enigmático chico se encuentra besándome. Cada contacto de sus labios contra los míos es como una corriente eléctrica que recorre mi cuerpo, desatando una cascada de emociones intensas. La suavidad de su boca, el sabor agridulce de la pasión compartida, el cálido aliento que se mezcla con el mío, todo ello se entrelaza en un torbellino de placer y deseo. Mi corazón late con fuerza en mi pecho, como si quisiera escapar de su prisión y unirse al frenesí de este momento perfecto.