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Ariana
Ariana Franco es mi nombre, soy una chica del común, llena de sueños y de promesas de superación para su porvenir. Una joven mujer que se estaba abriendo al mundo porque quería alcanzar mil y más metas que me hacían soñar, dormida y despierta, y como lunática sonreía por cada pequeño éxito que tocara la puerta de mis infinitas ilusiones.
Un día todo cambió. Sigo portando el mismo nombre y apellido, pero ya no lo hago con orgullo, y mi rostro cabizbajo es el reflejo de todo el terror que ahora me invade por sentirme congelada en una condena eterna de la cual no sé cómo me voy a liberar. Porque…
De la noche a la mañana me convertí en una mujer sin luz, una más de tantas a quien, pese a todos mis anhelos, la vida me forzaría a transitar un camino que no elegí. Una más que fue a abusada por depredadores, sin Dios y sin ley, que acecharon mis pasos para doblegarme a su fuerza en el momento que les pareció oportuno acabar con mi dignidad. Miserablemente, mi cuerpo fue violentado en la oscuridad, mi ser fue vulnerado de la peor forma, y con ello, mi corazón empezó a expulsar latidos forzados cargados de miedo. Mis pensamientos se convirtieron en un eco sordo de cobardía, de rabia, de indignación y de desolación. Y mi alma quedó sumida en una tristeza tan profunda, que incluso respirar duele.
Confieso que no quisiera encontrar en la mirada de mis padres y mis hermanos esa angustia que me recuerda, que ellos me aman tanto que sufren por verme tan gris. No quiero preocuparlos, sin embargo, no puedo evitarlo, porque cada mañana, cuando abro los ojos, sigo padeciendo la misma agonía que me hace sentir terriblemente frágil. Juro que quiero sentirme diferente, lo intento, pero es un esfuerzo vano porque perdí mis fuerzas para enfrentar todas mis batallas. Perdí mis colores, mi arcoíris ya no resplandece en mis ojos, por ello ya no miro mi reflejo en el espejo. Y mi sonrisa está escondida, atada a ese amargo recuerdo que me persigue y me atormenta, en lo más profundo de ese baúl lleno de pesadillas que está rebosando, porque cada noche cuando intento dormir perturban mi descanso.
Estoy triste, juro que me siento muy triste, aun así, en el fondo de mi ser, aclamo una esperanza, una que me haga renacer, una que apague mis miedos, que me regrese mis ilusiones, que me devuelva mis sueños y mi vida entera, porque me extraño mucho.
—Estás embarazada, Ariana, tienes seis semanas y… —Hace una pausa forzada la señora mayor que tiene mis exámenes médicos en sus manos.
Siento que un aguijonazo perfora lentamente a mi pecho y mis oídos se ensordecen a tal punto que la voz de mi ginecóloga llega a mis oídos como el zumbido molesto de un mosquito. Procesar la noticia que acaba de darme me deja fría, me causa más miedo del que tenía hace tan solo un segundo y me hace sentir más perdida.
—No estoy preparada para esto. Un bebé, yo no… —La angustia me gana y mis pensamientos salen por voluntad propia en voz alta, mientras tiemblo de pánico y mis lágrimas ruedan por mis mejillas.
—Te entiendo más de lo que crees, Ariana, ninguna mujer merece pasar por lo que tú estás viviendo, comprendo que eres muy jovencita para enfrentarte a una maternidad que no buscaste. Y también entenderé si decides no tener a esta criatura. Las leyes de este país te respaldan y tienes total libertad para interrumpir este embarazo, estamos a tiempo de hacerlo si así lo deseas. —Me explica la profesional de la salud, enfocando sus ojos en los míos, con esa mirada de compasión que duele.
Mi hermana mayor está a mi lado, se nota ansiosa y de inmediato siento su mano atesorar la mía, en un acto de amor para decirme; estoy contigo. Sus iris color Ámbar buscan los míos, después de muchos días, tomo la valentía para enfocarme en su mirada, y en esas pupilas tan bonitas, puedo ver esa súplica silenciosa para que le conceda una oportunidad a este pequeño soplo de vida que crece en mi vientre.
—Tengo miedo, tu hermanita menor está aterrada, Adri. No sé cómo continuar cada mañana. ¿Cómo puedes pedirme que sea portadora de una vida? Sí, siento que no puedo respirar y solo quiero morirme. —confieso con tristeza.
—No te he dicho nada, mi niña —Me dice bajito acercándose a mí, y me abraza fuerte para intentar regalarme un poco de su valentía.
—No tienes que hacerlo, Adri, conozco muy bien esa mirada de ángel protector que defiende la vida por encima de todo —hablo en su susurro tembloroso, cobijándome en los brazos de mi hermana, como una niña que está llena de miedos y necesita con urgencia que la protejan.
—Me pillaste, sigues siendo muy lista. —bromea un poco, con voz quebrada— Es solo que, eres la personita más guerrera que conozco, nada te ha quedado grande nunca, y tu hermanita mayor está segura que puedes con esto y con más. Tienes infinitas razones para sentir temor, pero, te confieso que soy una vil cobarde porque yo también tengo mucho miedo de perderte, estoy aterrada de no volver a verte sonreír, y por eso le he pedido mucho al cielo por un milagro que te devuelva tu arcoíris. No quiero que te sientas forzadas por mis palabras, y te juro que estaré contigo y te apoyaré incondicionalmente y sin reproches si decides no tenerlo, de eso no tengo dudas y tú tampoco debes tenerla. Sin embargo, mi corazón siente que este bebé, es ese pequeño milagro de amor en el que puedes cobijarte para renacer más fuerte, más soñadora, más valiente y más brillante. —Sigue hablando con voz cálida.
Soy consciente de que sus dulces palabras anhelan instalar en mi mente la voluntad que he perdido, así como también buscan, con desesperación, arrancar de mi corazón el miedo de seguir latiendo. Eso lo entiendo y se siente lindo que me amen como ella me ama. Pero…