Un Amor Para Toda La Vida

1. Amo su clase, señor

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Meses antes

Ariana

Cuento los segundos en mi mente mientras camino a paso lento hacia la oficina del decano de la universidad. Mi pecho vibra mientras la ansiedad me hace sudar las manos.

«Dios, ayúdame, por favor. Quiero y necesito esta oportunidad» —ruego en mis pensamientos, anhelando que, por fin, después de tanta insistencia de mi parte, el señor que está del otro lado de la puerta me dé la oportunidad de ser su asistente personal. Para muchos, este puesto puede significar un sacrificio, e incluso una pesadilla, porque Simón Salinas tiene fama de tener un carácter infernal que es insoportable de sobrellevar. Sin embargo, a mí no me importa ese detalle. Tendré paciencia, trabajaré bajo presión, horas extras, o lo que sea, porque mi estadía en esta institución depende de este trabajo, porque mis padres están pasando por una crisis económica terrible y, lastimosamente, muy a su pesar, no pueden cubrir el pago de mis próximos semestres.

Mi mano tiembla ligeramente cuando doy dos golpes suaves en la madera, anunciando mi llegada. Escucho un simple “Adelante”. Y antes de obedecer, tomo una bocanada de aire para aliviar mis pulmones de toda la presión que estoy sintiendo. Sin dudarlo más, suelto el aire, me lleno de valentía y entro en la espaciosa y elegante oficina.

—Señorita Franco, llega un minuto y 35 segundos tarde. Muy mal comienzo. —dice el hombre que está sentado en su escritorio con la mirada fija, casi sin parpadear, en su laptop. Sus ojos se enfocan en mí por un breve segundo y al siguiente concentra su atención en lo que hace.

Me muevo incómoda, sin saber qué hacer o decir. No me han confirmado si soy contratada, y la indiferencia y el reclamo de este hombre me tienen temblando.

Medio alza el rostro y sus ojos hacen un intento involuntario por mirarme, pero su dueño parece ordenarle no hacerlo. Mientras, yo estoy tiesa como una estatua en el marco de la puerta, sintiéndome cobarde por querer salir corriendo sin decir nada. Juro que este hombre me intimida más de lo que pensé.

—¿Se quedará toda la mañana ahí de pie, mirándome como si fuera el diablo en persona, o entrará y me dará las excusas por su retraso? —habla más calmado de lo que esperaba, cierra su laptop, por fin sus ojos se toman el espacio para mirarme y…

Mi ritmo cardíaco se acelera, todos mis pensamientos parecen congelarse y mis nervios aumentan cuando ese océano inmensamente azul que carga ese ser en sus hermosos iris me detalla por minutos que parecen eternos.

—Eh, yo... lo siento, solo fue... —Trato de excusarme, pero todas mis ideas se muestran confusas en mi mente y no sé qué rayos decir.

—Puedo entender tu retraso, pero no que estés tan nerviosa. Lo entendería si fuera cualquier otro de tus compañeros, pero no de ti porque en clases te muestras diferente. —comenta, intercalando su mirada azul entre mis ojos y mis manos, que están unidas, haciéndose una especie de masaje la una a la otra, poniendo en evidencia todo el nervio que él me despierta.

—¿Diferente? Yo no comprendo a qué se refiere, señor. —Con la poca valentía que me queda me atrevo a formular la única pregunta que se me ocurre.

—Sí, realmente muy diferente. Eres más sociable, más segura de ti, hablas sin parar argumentando en clase, demostrando no solo que mi clase te interesa, sino que dominas los temas. No quiero que me malinterpretes, pero tienes una personalidad que encanta. —Habla sin dejar de mirarme.

Sus afirmaciones me dan taquicardia porque no tenía ni la más remota idea de que tuviera esas apreciaciones sobre mí. De hecho, no tenía idea de que supiera quién soy.

—Amo su clase, señor. Es una de mis favoritas. En todas mis materias me esfuerzo y logro mis resultados, pero con la suya siento que todo me fluye sin esfuerzo. —Mis palabras se desbordan de mis labios.

—Lo sé, lo he notado.

Lo escucho susurrar algo que no alcanzo a entender muy bien.

—Por favor, siéntese, señorita Franco. —invita con voz serena, señalando la silla frente a su escritorio.

A paso lento, me acerco y tomo asiento, sintiendo su mirada intensa sobre mí. Estoy nerviosa, mi futuro académico y financiero depende de este empleo y estoy rogando por dentro que este hombre me dé esta oportunidad

—Ariana, este trabajo conlleva muchas responsabilidades. La última asistente me dejó tirado con mucho trabajo acumulado porque según ella no toleró tanta carga. Sé sincera conmigo, ¿crees que puedes manejar la presión y las exigencias de este puesto? —me cuestiona poniéndome a prueba.

—Sí, estoy segura de que puedo hacerlo, señor. —confirmo sin titubear.

—Ok, háblame un poco de ti. ¿Qué te motivó a solicitar esta vacante? No es la primera vez que tu hoja de vida llega a mi escritorio, y me interesa saber por qué tanta insistencia.

La tensión me invade mientras busco las palabras adecuadas para responder. Sin rodeos, decido ser sincera. No tengo por qué inventar una historia diferente a la real. Mi principal motivo para estar aquí es porque mis padres no resisten una carga más y yo no quiero dejar la universidad. Esa es mi verdad y esa es la que le expongo.

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