Un Amor Para Toda La Vida

2. Atraída por él

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Simón

El sonido del reloj despertador me saca de mis pensamientos. Es temprano, aún faltan unos minutos para las cinco de la mañana, y ya estoy despierto, listo para enfrentar otro día de trabajo. Hoy será diferente, especial. Hoy Ariana comenzará como mi asistente, y aunque trato de mantenerme enfocado en las responsabilidades y tareas que tendremos que abordar, no puedo evitar sentir un nudo de ansiedad en el estómago.

Preparo el desayuno para mis hijos, Lucas y Martina, y disfruto de esos momentos de tranquilidad antes de que despierten. La rutina de la mañana es siempre un caos, pero es un caos que he aprendido a amar. Lucas, con sus cinco años, es una pequeña bola de energía que nunca para, mientras que Martina, con solo 3 añitos no cumplidos, es mi pequeña princesa, siempre dispuesta a iluminar mi día con su sonrisa. El tiempo los ha enseñado a no esperar más a su mamá, y duele que a su corta edad mis niños hayan vivido el abandono de una mujer que decidió que su papel como madre no era una prioridad para su vida. Yo, no la recuerdo, de hecho, nunca la extrañé porque desde el primer día que decidió salir por la puerta de este hogar que abandonó, para mí dejó de existir. De eso, hace más de un año, y su ausencia me enseñó a ser padre, madre y todo lo que mis hijos necesitan en su vida para ser felices, o, por lo menos, lo intento, aunque soy consciente que me hace falta mucho.

Despierto a los niños y, entre risas y pequeños accidentes matutinos, logramos estar listos para salir. Dejo a Lucas en el jardín de infancia y a Martina en la guardería antes de dirigirme a la universidad. El tráfico matutino de la ciudad es una constante, pero hoy mi mente está en otro lugar y por ello no me estreso.

Llego a mi oficina unos minutos después de la hora indicada y encuentro a Ariana ya esperando en la puerta, con una expresión de entusiasmo en su rostro que me hace sonreír.

—Buenos días, señor. —saluda con una sonrisa.

—Buenos días, Ariana. Veo que estás lista para empezar, y que quien se retrasó hoy un poco fui yo. Lo siento, pero mis mañanas suelen ser un caos —comento, notando el brillo en sus ojos.

La invito a pasar y le doy un recorrido rápido por su escritorio, le doy la clave de su laptop, la agenda en blanco donde llevará algunas anotaciones que no podrán olvidarse, y por último le indico sus nuevas responsabilidades. Mientras hablo, no puedo evitar admirar su disposición y entusiasmo. No me aguanto y mis ojos buscan a cada nada los suyos, y mi imprudencia me recuerda mi tortura porque cada vez que nuestros ojos se encuentran, siento un ligero escalofrío recorrer mi espalda. Sé que tengo que mantenerme firme y profesional, pero es difícil cuando estoy cerca de ella.

—Si tienes alguna duda, no dudes en preguntarme —hablo amablemente viéndome forzado a dar media vuelta y caminar hacia mi puesto, antes de que mi yo ansioso me haga una mala jugada. Me siento en mi silla, enciendo mi laptop y le exijo a mi cerebro a concentrarse en lo que debo.

La mañana transcurre rápidamente. Mi asistente demuestra ser eficiente y rápida en aprender sus nuevas tareas. Me hace consultas mínimas desde su puesto y respondo desde mi lugar sin mirarla. Me niego a mirarla cómo quiero, por evitarme más problemas del que tengo encima, por saberla a pocos pasos de mí. Aun así, a pesar de que mi mente está en controversia con lo que deseo y no puedo tener, su presencia en la oficina es refrescante y llena de energía positiva. Me encuentro sonriendo más de lo habitual y disfrutando de su compañía, aunque trato de mantener una distancia profesional.

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Ariana

La mañana pasa volando mientras me familiarizo con las tareas y el ritmo del trabajo. Simón es exigente, pero parece muy justo, y su manera de explicar y orientar me hace sentir cada vez más segura. Sin embargo, no puedo ignorar la tensión que siento cada vez que nuestros ojos se encuentran. Hay algo en él que me atrae de una manera que no puedo explicar.

Al mediodía, me invita a almorzar en un restaurante cercano a la universidad. Es una oportunidad para conocernos mejor y para que él me explique más sobre lo que espera de mí en este trabajo. Nos sentamos en una mesa junto a una ventana, y mientras comemos, la conversación fluye con naturalidad.

—Cuéntame, Ariana, ¿cómo haces para equilibrar tus estudios con el trabajo y todo lo demás? —me pregunta con genuino interés.

—No es fácil, pero mis padres me enseñaron a ser perseverante y a no rendirme ante las dificultades. Trabajo en una cafetería los fines de semana, es poco lo que gano, pero soy agradecida. Por ello insistí tanto en obtener este puesto aquí en la universidad, así mi tiempo entre el trabajo y mis estudios no será tan complicado por los desplazamientos. Sabe que el tráfico de esta ciudad es un caos y eso sería fatal para mí. No niego que a veces es agotador, pero tengo metas claras y no pienso rendirme. —respondo, sintiendo una oleada de orgullo por todo lo que he logrado hasta ahora.




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