Un Amor Para Toda La Vida

4. Sé que no podemos

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Simón

El aire entre los dos se siente cargado de una tensión que calienta mi sangre, porque mi deseo justo en este momento se vuele una necesidad que siento, es imposible de controlar.

—Profe, yo, tengo que irme…

Se desvanece mi impulso de robar este beso que tanto deseo, esa ilusión queda en mis pensamientos, cuando escucho un leve murmullo por parte de la chica que tengo atrapada entre mis brazos

A la fuerza, entró en razón, suelto su cintura y doy un paso atrás, rompiendo el hechizo momentáneo.

—Gracias por todo hoy, Ariana. —digo, tratando de recuperar la compostura— Has sido de gran ayuda.

—Es un placer, señor —responde con una sonrisa, antes de dirigirse hacia la puerta.

La sigo por el pasillo, con mi mente llena de pensamientos y emociones encontradas que me cuesta un poco disimular.

La alegría de Lucas, la ternura de Martina, y la bella presencia de la mujer que me hace suspirar me hacen sentir un acelere, que aumenta mi ritmo cardíaco.

Mientras cierro la puerta de la habitación de Martina, escucho la risa alegre de Lucas y Helen en la cocina, y no puedo evitar sonreír.

—¿Quieres tomar algo? ¿Te quedas a cenar con nosotros? —La invito, aun sabiendo que su presencia en casa me tiene a nada de cometer una locura, porque si soy sincero, ver a mi pequeño tan feliz y sentir a mi corazón tan acelerado, despierta en mí la absurda idea de secuestrarla para que se quede con nosotros.

—Muchas gracias por la invitación, señor. Pero será en otra ocasión porque es el cumpleaños de mi padre y mi madre me mata si le daño la sorpresa —Se excusa, con una sonrisa linda decorando su rostro.

—Vale, entiendo. Y… espero que esa ocasión de la que hablas, se dé algún día. ¿Lista para ir casa y llegar a tiempo para que tu madre no acabe con tu vida? —bromeo bajando las escaleras a la par con ella.

Mi acompañante gira su rostro a mi dirección y suelta una carcajada por mi comentario.

—¡No se burle de mí! No miento, mi madre tiene su carácter —habla en medio de su risa.

—No lo dudo, por ello me apresuraré en esas vías porque lo último que quiero es que mi bella asistente desaparezca de este mundo porque por mi culpa llegue tarde a casa —hablo rápido sin controlar mi boca.

—¡Oiga, sí que sonríe y sabe de bromas! —habla con tintes de sorpresa en el tono de su voz.

—¿Por qué dices eso? Ósea, que ¿piensas que soy una especie de robot, o qué rayos? —cuestiono curioso.

—Pues, no creo que para usted sea un secreto que en la universidad tiene fama de gruñón.—me molesta sin dejar de sonreír.

—¡Auch! ¡Eso dolió! —Le sigo el juego llevando las manos a la parte izquierda de mi pecho, fingiendo que me duele.

Regresamos al primer piso, dejo a Lucas y Martina a cargo de la señora Helen, quien sonríe con cariño mientras Lucas sigue parloteando sobre su "nueva mami". Mi empleada me lanza una mirada llena de preguntas, mientras noto como le sirve la comida al niño que está con ella en la cocina. Ella es una linda persona y sabe cómo seguirle la corriente para que la felicidad de mi hijo no se apague. Le agradezco con un gesto antes de volverme hacia Ariana.

—¿Lista para ir a casa? —pregunto, tratando de mantener mi voz neutral.

—Sí, claro. —responde Ariana, sonriendo suavemente y desde lejos se despide de Helen y del pequeño coqueto que le lanza un beso.

Salimos a la terraza, caminamos hacia el auto y el silencio se instala cómodamente entre nosotros mientras arrancamos. El trayecto hacia su casa está envuelto en una calma silenciosa, rota solo por el suave rugido del motor. Trato de concentrarme en la carretera, pero mis pensamientos vuelven una y otra vez a la escena en casa, a los deseos tiernos de Lucas y al arrullo de mi niña en los brazos de la chica que también me mira de vez en vez, e inexplicablemente sus mejillas se tiñen de un tono rosa intenso cuando sus ojos se encuentran con los míos.

Se intimida por el momento tenso en el que nos sumergimos, acomoda su cabeza en el espaldar de su silla y opta por quedarse observando el paisaje por la ventana, absorta en sus propios pensamientos.

Me cuesta mucho no mirarla más tiempo del que debería. No debo mirarla, no debo siquiera permitirme pensar en un posible acercamiento. Sin embargo, me conozco y sé que mi descontrol está a nada de rebosar mi cordura, y ahora no solo es por mí, es especialmente por la calidez y ternura que mostró con mis hijos. Pensar en eso tan bonito que puede significar esta mujer en nuestra vida logra que mi corazón se descontrole como nunca antes. Pienso y pienso en esa posibilidad y cada vez que lo hago, siento un leve estremecimiento en el corazón.




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