Simón
Freno el coche frente a mi casa, y como si en la boca de esta mujer encontrara todo lo que anhelo, acuno su rostro entre mis manos y con afán me robo otro de esos besos que ahora siento me pertenecen. La beso demostrándole toda mi ansiedad, y pierdo más la calma cuando ella me sigue el ritmo sin frenos.
—¿Los niños? Nos van a ver. —Dice bajito sobre mis labios, tratando de ser ella la que ponga un poco de control para no terminar los dos como Dios nos trajo al mundo en este auto.
—Tranquila, ni ellos, ni Helen, están en casa. Se pasarán esta noche con mi madre. —Le digo sonriendo demostrando que planeé todo para poder estar a solas con ella. Por una vez, me permito hacer una pequeña travesura para que mis pequeños no me roben la atención de mi chica. Ellos la acaparan una vez, la ven llegar, y yo tengo que esperar hasta que quieran devolvérmela. Por ello, por lo menos esta noche, la casa está completamente vacía, solo para nosotros.
—¿Por qué sonríe así? ¡Sí que es un tramposo! —reprocha con tono juguetón aceptando todos los besos que no puedo dejar de darle.
—No soy tramposo, solo usé una pequeña estrategia para poder disfrutar solo para mí, a la mujer que me gusta, que amo y que deseo —Soy sincero, dejando un último besito en su boca antes de tomar la decisión de bajarme del vehículo.
La hermosa chica que me acompaña, baja antes de que yo llegué a ayudarla, sin dudarlo, agarro su mano, enredo nuestros dedos y camino con ella a mi lado.
La brisa fría de la noche se siente como un susurro entre nosotros en nuestro andar. Ni bien llego a la puerta con ella, la arrincono contra la puerta y me tomo unos segundos para fundirme en esos iris tan bonitos.
—Te soñé tanto así, tan cerquita de mí, que aún me parece mentira que estés aquí conmigo —hablo bajito rozando su boca con la mía— Muero por estar contigo, pero, me inquieta que te sientas presionada. Anhelo tanto poder tenerte, eso es algo que no puedo ocultar, aun así, si tienes dudas de atravesar esta puerta y entrar a casa con este hombre que está tan ansioso de amarte, puedes frenar ahora, que yo lo entenderé. Seré paciente y te esperaré hasta que estés lista para vivir este momento a mi lado como lo he soñado. —Me expreso, mirándola fijamente, intentando obligarme a ser un poco racional porque sé que está nerviosa.
—No niego que estoy, muy, pero muy nerviosa. Pero, no tengo dudas, no me siento presionada y no quiero frenar. Yo también anhelo vivir este momento con el hombre que me hace latir el corazón de esta manera. —Responde con una sonrisa linda, llevando una de mis manos hasta la parte izquierda de su pecho— Nunca había latido así, porque su dueña jamás se había sentido tan especial, tan única y tan amada —Me confirma lo que deseo, y es ella quien toma la iniciativa de regalarme el beso más especial que ha podido darme.
Abro la puerta y en medio de besos entramos juntos tropezando con todo lo que se nos atraviesa. Me enredo con una mesa, choco su espalda contra una pared y con más deseo que nunca atrapo sus labios.
—¿Soy el hombre que te hace latir el corazón sin frenos? —pregunto en tono suave, disfrutando de sus besos, y percibiendo como mi pecho se agiganta por entender todo el significado que tiene su confesión.
—Sí, solo usted —responde, mirándome fijamente, acariciando una de mis mejillas con el dorso de su mano.
—Ya, deja de decirme usted. ¿Si has notado que estoy a nada de hacerte el amor? No puedes llamar, señor, al hombre que te quitará la ropa y te amará con locura— susurro sobre su boca, eliminando hasta el mínimo espacio que había entre los dos. Me pego por completo a su cuerpo y con delicadeza rozo sus piernas jugando con el dobladillo de su falda. Soy atrevido a la hora de aventurar mi mano un poco más lejos.
La chica que estoy provocando con mis besos y caricias, cierra los ojos cuando mi boca empieza a consentir a su cuello y mi mano inquieta toca fragmentos de su piel que aún no he tenido el privilegio de ver — Quiero quitarte todo esto, y hacerte mía. ¿Tú quieres que lo haga? —inquiero y continuo con mis besos y mi inquietud sobre su piel para llevarla al límite.
—Sí, quiero. Lo deseo mucho —Responde muy bajito, temblando por sentir cómo me tiene a sus pies, por ansiar tanto amarla.
—Entonces, no me digas, señor. Hoy, aquí y ahora, dime que soy el hombre que quieres que te ame, pero trátame de tú, o aunque me dé un infarto, freno, y nos dejo iniciados a ambos. —Estiro la cuerda, sin sentir culpa por mentirle, porque aunque me diga anciano, obviamente no frenaré este momento.
—¿Me está chantajeando? —Pregunta abriendo los ojos, su mirada oscura se conecta con la mía y me sonríe con un poco de picardía.
—Sí, te estoy chantajeando, porque quiero que mi chica, me trate tú. Ándale, compláceme que no te cuesta nada —la incito a relajarse más conmigo, rompiendo esa barrera formal que su mente insiste en poner entre los dos.