Simón
Hace más de una semana terminaron las vacaciones y toda la universidad está envuelta en su rutina normal. Todo fluye como si nada, pero… No para mí no, porque sin duda alguna toda mi realidad cambió durante este tiempo que estuve a solas con la chica que se roba a diario toda mi calma.
Una mañana más entro al aula con una tranquilidad aparente, aunque por dentro, cada fibra de mi ser está en tensión, porque la prudencia en este momento de mi vida parece esquiva. He intentado serlo, la razón a diario me exige mantener una distancia no deseada entre los dos.
Los alumnos ya están en sus asientos, esperando que comience la clase. Doy los buenos días para captar la atención de todos, mi mirada recorre el salón, pasando por cada rostro conocido hasta que inevitablemente mis ojos se detienen y hacen una pausa prolongada en Ariana, quien está sentada en uno de los primeros puestos.
Ella me observa por un momento y al segundo siguiente esquiva mi mirada para no enfrentarse a esa carga emocional que significa para ambos tener que fingir que nada pasa entre los dos.
Con disimulo respiro hondo y me fuerzo a mantener la compostura.
«Sé profesional, Simón. No te comportes como un crío» —me regaño, intentando que mi razón domine cada una de mis emociones.
Sacudo mi cabeza, me centro en lo que debo en este momento y comienzo la clase, explicando los objetivos del día y los temas que vamos a tratar a lo largo de estas dos horas. Mis palabras fluyen con naturalidad dejando claro cada detalle para que mis estudiantes minimicen sus dudas. Les coloco un taller con varias preguntas, los chicos se distraen apartando su atención de mi punto.
En completo silencio, me siento en mi silla frente a ellos a una distancia justa y necesaria para que mi yo impulsivo no me lleve a olvidarme de donde estoy, y sin pensar cometa una locura, por ceder antes mis ganas de besar la boca de la mujer que me mira a cada nada por cortos segundos, donde me confiesa con esos hermosos ojos grandes y muy iluminados que por su cabecita tal vez pasa en este momento las mismas escenas que transitan por la mía.
No aguanto la tentación que había evitado todos días, cohibiendome de mirarla tanto como quiero. Soy un poco atrevido y anclo mi mirada a esos iris color ámbar que me tienen muy enamorado. Sonrío para ella y me corresponde con la más bonita de las sonrisas, antes de bajar su cabeza para centrarse en resolver las preguntas.
«Bájale un poco a la ansiedad Simón» —Una vez más esa voz interna que llevo atrapada en mi conciencia me pone sobre aviso, cuando mi mente se eleva y me trae esos recuerdos de las noches que hemos pasado juntos, esas que compartimos hasta el amanecer.
«¡Dios!» Sabía que iba a ser difícil manejar la reserva y mantener la postura de ser ante los ojos de todos, solo un profesor en la vida de la única mujer que me hace sentir que andar a escondidas no es un juego de niños.
Una vez más alza su cabeza, sus ojos buscan los míos y juro que, cada vez que sus pupilas se fijan en mí, siento mis latidos acelerarse con más fuerza en mi pecho, eso es algo que no puedo ni quiero evitar porque me hace sentir especialmente vivo. Esas miradas fugaces que le robamos al tiempo en medio de la distracción de todos, son nuestra forma secreta de comunicarnos, un lenguaje silencioso que solo nosotros entendemos, porque puedo ver en sus ojos el mismo anhelo que siento yo, de tener por lo menos unos minutos solos para los dos.
El taller finaliza, hago una pregunta a la clase, varios estudiantes piden la palabra y dan sus puntos de vista del tema en cuestión. Llega el turno de la linda chica que levanta la mano. La selecciono sin dudar, intentando que mi tono no revele nada inusual. Responde con su habitual inteligencia y claridad, y me es inevitable no sentirme orgulloso de ella. Sin embargo, mantengo mi expresión neutral, tratando de no mostrar el maremoto de emociones que se agitan dentro de mí.
Con cada minuto que pasa, se hace más difícil ignorarla. Simplemente no puedo.
En el salón se arma debate, y la mujer en quien está centrado mi corazón en amar, participa activamente dando su opinión y argumentando con otros compañeros que piensan un poco diferente. No soy capaz de controlarme, me encanto con su manejo y dominio en cada uno de sus argumentos. Acudo al llamado de algunos estudiantes, aclaro sus dudas, vuelven a lo suyo, y por inercia mi mirada vuelve a buscar la posición de cierta personita, una y otra vez. No puedo controlarme, pierdo un poco el juicio, y sin notarlo me encuentro perdiéndome en esa boca que tanto amo y en cada gesto de su rostro al hablar.
La clase avanza y trato de interactuar con otros estudiantes para desviar la atención de todo eso que hoy me pone al límite. Me siento tonto, casi como un adolescente que no sabe cómo controlarse.
Hablo y voy concluyendo temas puntuales. Los alumnos toman notas mientras a paso lento caminan por todo el salón paseándome por los puestos recibiendo las hojas del taller resuelto, todo va en calma hasta que siento cierta presencia atrayéndome irremediablemente hacia ella. Me acerco, me poso a su lado y la miro fijamente. De inmediato, noto cómo se tensa, cuando nuestras manos se rozan, al recibir su hoja con su taller. Es un contacto mínimo, pero suficiente para que una corriente eléctrica recorra mi cuerpo.
Mi reloj marca la hora indicada para dar por finalizada la clase. Siento una especie de alivio, mezcladas con estas ganas de inmensas de robarme por lo menos un besito de esa boca que muero sentir.