Ariana
Las semanas pasan dejándome a su paso emociones intensas que constantemente me tienen acelerado el corazón, porque, Simón y yo, hemos intentado ser prudentes, mantener la distancia necesaria para no levantar sospechas de lo que pasa entre los dos. Sin embargo, no ha sido posible del todo, no cuando cada segundo a solas se convierte en una oportunidad irresistible para robados pequeños instantes de felicidad en medio del caos de nuestras vidas diarias.
Cada vez que lo veo en clase trato de concentrarme en sus palabras, en los que explica con tanto profesionalismo, pero no lo logro del todo, porque mis pensamientos viajan hacia esos momentos en los que estamos solos, esos que ni en mis más lejanos pensamientos alguna vez pensé vivir con él, pero que ahora significa demasiado para mis días. Juro que solo él ha sido capaz de conectar todos mis sentidos para que me quede con mis ojos anclados por minutos eternos de mi vida, en ese bello rostro que tanto me gusta. No lo puedo evitar, simplemente me quedo ahí, adorando más y más a este hombre que llena mis días y de mis noches, de su luz infinita.
—¿Qué piensas? —Me pregunta quién estaba dormido a mi lado, muy pegadito a mí. Abrió los ojos lentamente y me sorprendió embobada sin poder dejar de mirarlo.
—En lo lindo que te ves mientras duermes. —respondo llevando una de mis manos hasta su rostro y con amor acaricio sus mejillas.
—¿Solo me veo lindo mientras duermo? Eso se escuchó a medias, yo, quiero que mi chica me vea guapo siempre. —habla coqueto, enredando uno de sus brazos en mi cintura, me jala con cuidado y me lleva hacia él, anulando todo el espacio que existía en nuestros cuerpos.
—Tu chica te ve muy guapo y muy sexi siempre —ronroneo en su oído. Mi piel se eriza cuando siento sus labios paseándose por mi cuello y sus manos deslizándose con sutileza por mis piernas. —No empieces porque sabes que no nos controlamos y se nos hace tarde, debemos atender y llevar a los niños al colegio, debes ser responsable —Trato de ser madura, porque los dos cada que me quedo en esta casa, ahora tenemos la bella tarea de alistar a Lucas y a la pequeña Martina, quienes me llenan demasiado el corazón con su ternura y esa alegría inmensa que sienten por tenerme en casa.
—No se nos hará tarde, solo serán unos pocos besitos por aquí, y otros por aquí, y otros poquitos por aquí… —habla en un susurro ronco, mientras su boca va saltando de un lugar a otro de mi cuello— Es muy temprano, tenemos tiempo. Déjame hacerte el amor cada que quiera, no me detengas, mujer, qué adorante entera en mi mayor fascinación —habla dulce en mi oído, y al segundo siguiente se va acomodando entre mis piernas.
No lo dudo, me dejo llevar por esa pasión eterna que parece existir en él por mí. Mi cerebro parece congelarse a la hora de entregarle mi cuerpo una vez más, y cada fibra de mi ser se despierta, por esta necesidad que ahora me domina por sentirlo. Decir que lo disfruto es poco, debo confesar que mi pecho se estremece por su forma de tomarme, porque es esa clase de hombre que se roba tu voluntad, que te obliga a seguirlo sin protestar y te impulsa a ansiar más y más todo de él, porque sabe exactamente cómo amarte, para hacerte sentir una mujer inmensamente especial. Él no se esconde nada, no deja nada para mañana, cada momento es único porque en todos se vuelve loco conmigo, con mi cuerpo, con mi aroma y con mi presencia, de tal forma que estoy adorando cada segundo que paso a su lado.
No sé cuánto tiempo ha transcurrido cuando se desvanece sobre mi cuerpo temblando, acurruca su cabeza sobre mi pecho y los dos sudados y con más emoción que siempre, nos sumimos en un abrazo que confiesa lo bien que nos hacemos en la vida del otro. El tiempo transita lento, y nos quedamos ahí, abrazados en silencio, esperando que nuestra respiración se normalice. Hasta que…
—¡Por Dios, Simón, esto es tu culpa! —recrimino cuando veo la pantalla de mi móvil y la hora me muestra que nos agarró la tarde.
No dice nada. Los dos nos levantamos de la cama apresurados, corremos al baño, sin demoras y con la mayor confianza de este mundo entramos en la ducha. El chorro de agua cae sobre nosotros, deslizo la esponja empapada de jabón por su cuerpo, mientras sus manos grandes se esmeran por asearme todo de mí, incluso mi zona íntima. Aseamos nuestros dientes, minutos después salimos del baño y como si fuéramos una pareja que tiene años compartiendo este tipo de caos, nos cambiamos a toda velocidad, y salimos de la habitación en busca de los niños.
Las vocecitas y carcajadas infantiles nos confirman que ya están en primer piso, bajamos y están debidamente uniformados, desayunados y organizando su lonchera, asesorados por la señora Helen, quien nos mira con complicidad y nos guiña un ojo, para hacernos entender que ella se hizo cargo a los niños para permitirnos un poco más de tiempo a nosotros. Ya tengo algo de confianza con ella y desde mi punto la saludo y muevo mis labios, dándole las gracias silenciosas, dejando que mis ojos hablen por mí.
—¡Buenos días! —Saluda Simón con alegría a sus pequeños, se acerca a ellos, deja un beso en la mejilla gordita de Martina y otro en la frente de Lucas, quien me mira y me sonríe con mucha ternura.
—Me ayudas con esto, por favor. —Me pide acercándose a mí con su maleta a rastras y varios libros en la mano.
—Claro que sí, mi niño hermoso. ¡Buenos días! ¿Cómo dormiste? —Lo recibo con amor, dejo un beso sonoro en una de su mejilla y pongo mi mejilla para que él haga lo mismo conmigo. Me complace y sonríe con más espontaneidad— Listo, todo guardado. Ve con papá para que te peine que estás muy despeinado— Lo molesto, notando lo bello que se ve este hombrecito que desde ya pinta lo apuesto que será cuando grande. Sin duda, es digno hijo de su padre.