Ariana
Han pasado varias semanas desde el incidente con Juan Pablo, y aunque el recuerdo de ese momento me causa escalofríos, por ahora todo parece estar en calma. Una calma que asusta porque es provocada por su desaparición de la universidad, y siento que algo anda muy mal con él. Todas estas semanas ha estado ausente y ese silencio inquieta porque no sabemos qué está pensado.
Los días avanza y mi corazón se relaja de a poco, con la esperanza de que me haya olvidado, que sea consciente de nuestra nueva realidad y como una persona madura entienda que cada uno debe seguir su camino. ¿Es mucho pedir de su parte? No lo sé, pero ruego que por favor, así sea. Porque esta falta de noticias nos mantiene a la expectativa a Simón y a mí, como si estuviéramos esperando que en cualquier momento la tempestad regrese.
—Hija, ¿cómo va tu semestre? Últimamente, te noto muy pensativa, ¿tienes algún problema? —pregunta mi papá con su voz serena, mientras corta un pedazo de pan.
Es noche de viernes y me encuentro en casa con mis padres, disfrutando de una cena tranquila. El comedor está iluminado por la luz cálida del candelabro que está sobre la mesa, creando un ambiente acogedor y ese calor familiar que amo porque siento que cobija.
Mi mamá sonríe feliz por tener a su amor temprano en casa, tal como lo prometió esta mañana cuando salió a trabajar. Con la sonrisa más hermosa sirve en cada plato su famoso estofado de pollo y un puré de papas, complementando esta comida que pone a salivar por el aroma de las especias, mezclando con ese amor que ella inyecta en sus preparaciones.
—Estoy bien, papá. Las clases están cada vez más exigentes, tengo un montón de trabajos que realizar y en una semana empiezan los exámenes finales, pero estoy avanzando en todo —respondo con una sonrisa, intentando ocultar cualquier rastro de mi preocupación.
—Eso es lo que esperaba escuchar. Eres una chica muy dedicada —añade mi mamá, mirándome con orgullo desde el otro lado de la mesa.
—No me gusta que trabajes tanto, hija. Son tus últimos semestres y debes estar más concentrada que nunca. Prometo que para el próximo semestre la situación estará mejor en casa y te enfocarás solo en estudiar. —Comenta mi papá con voz inquieta.
—No te preocupes, papi. No me pesa trabajar, sé organizarme. Más bien yo les prometo a ustedes que me graduaré con honores, será una forma de hacerle honra a todo lo que han hecho por mí —respondo con emoción, agarrando una de las manos de mi padre, la llevo hasta mi boca y dejo un beso en sus nudillos, demostrándole que su presencia, para mí, es una fuerza eterna que me impulsa a no flaquear—Con que los dos estén a mi lado, soy agradecida porque me siento bendecida. Miro a los dos seres que dieron la vida con amor, sonriendo para ellos para confirmarles que todo está bien.
Ambos me regresan la sonrisa y me miran con ese orgullo infinito que me agiganta el corazón.
Iniciamos la cena, conversamos sobre el día riéndonos de algunas anécdotas que mi papá cuenta de su nuevo trabajo. Mamá cuenta que mi hermana regresó de su viaje con su esposo y que vendrá a casa mañana porque nos extraña. La conversación fluye con facilidad, llena de risas mientras vamos dejando los platos vacíos, agrandando a mamá, porque no dejamos ni las sobras.
—No mami, yo lavo la loza, tú ya hiciste mucho por hoy. Ve a consentir a tu marido que ya te está haciendo ojitos. —freno la intención de mamá de levantar la mesa, le quito los platos de las manos.
Ella me mira sonriente por lo que acabo de decir.
—No me mires como si no supiera nada de la vida. Anda, ve a darle amorcito a papá que yo me encargo de dejar todo limpio. —insisto.
Me rio mientras llevo los platos a la cocina. Me concentro en mi tarea y lavo todo. Cuando termino, dejo la cocina limpia y organizada como le gusta tenerla mamá.
Regreso a la sala de estar a paso lento para no interrumpir a los tortolitos, que están viendo televisión muy pegaditos.
Con cuidado camino hacia mi alcoba, enciendo la luz, y de inmediato me siento en la silla que tengo frente a mini escritorio, rodeada de libros, para intentar avanzar en algunos de los tantos trabajos que tengo pendientes.
El tiempo avanza, logro concentrarme, adelanto lo más que puedo, hasta mi mente divaga hacia todo el enredo que tengo en este momento de mi vida. Pienso en todos esos posibles líos que tendremos Simón y yo, si Juan aparece y nos hace la vida un infierno. Analizo los mil posibles escenarios y a la única conclusión que llaga mi corazón es que por nada del mundo me alejaré de Simón, eso para mí sería imposible, porque su presencia se siente como si él fuera una parte inquebrantable de este pequeño mundo mío.
De repente, el sonido de mi teléfono rompe mi pensamiento. Lo agarro rápidamente y mi corazón se acelera al ver ese nombre en la pantalla. Una sonrisa se congela en mi rostro mientras me tiro en la cama, con la cabeza hundida en la almohada, y contesto con un suspiro que denota que esta llamada la ansío cada noche.
—Hola, mi amor —Lo saludo, sintiendo un cosquilleo en mi estómago
—Hola, mi hermosa, ¿cómo estás? Te extraño tanto, me tenías tan malacostumbrado a dormir contigo en mi cama, que ahora me es difícil dormir... —Confiesa el hombre del otro lado de la línea, con su voz es suave y profunda, llena de ese amor apasionado que siento, le roba y me roba la calma.