Ariana
Es sábado por la mañana, pequeños destellos de sol ilumina habitación fatigando un poco mis ojos, los cierro con fuerza y me estiro un poco en la cama por la pereza enorme que tengo de levantarme. Agradezco que hoy no tengo clases para disfrutar algunas horas más de sueño, aunque eso de hacer pereza no será todo el día, porque tengo turno en la cafetería por la tarde.
Decido aprovechar la mañana para no hacer nada, acurrucándome bajo las sábanas suaves y tibias. La brisa fresca entra por la ventana que está ligeramente abierta, acariciando mi rostro mientras empiezo a sumergirme de nuevo en el sueño.
No sé cuánto tiempo transcurre, hasta que un leve toque en la puerta me hace abrir los ojos. Tengo tanta flojera que estoy a punto de ignorarlo y seguir durmiendo, pero mi yo adormilada se esfuma cuando escucho la voz inconfundible de mi hermana mayor.
—Ari, ¿puedo entrar? —pregunta Adriana con ese tono suave y dulce, que siempre me ha dado esa sensación de cuidado.
Antes de que pueda responder, la puerta se abre un poco y la cabeza de mi hermanita se asoma mostrándome con una sonrisa traviesa adornando su bello rostro. Al verla, mi corazón se llena de una alegría infinita.
—No tienes que preguntarme si puedes pasar a mi habitación, no seas modesta, Adri —le digo en tono mimado, como si fuera una niña pequeña. Me siento en la cama, abro mis brazos incitando a seguir y que me abrace.— Ven, anda y abrázame que has hecho mucha falta todos estos días. Sentí que tu segunda luna de miel duró una eternidad.
—No era ninguna segunda luna miel, la abuela de Mauro estaba de cumpleaños y toda la familia se reunió para homenajearla. Está muy viejita y me dio mucha ternura verla tan emocionada por tener con ella a todos sus seres amados dándole amor. Fue lindo poder compartir con la familia de Mauro, aunque… —Habla mi hermana acercándose a mí.
Su cabello cae en ondas sobre sus hombros, y sus ojos brillan revelándome algo que no alcanzo a entender. Sus manos se aferran con fuerza a mi cuerpo, regalándome uno de esos abrazos que solo una hermana mayor puede dar.
—¿Aunque, qué? —pregunto intrigada al notar que frenó lo que iba a decir.
—Nada. No me prestes atención. —evade mi pregunta.
—Ningún, no prestes atención. ¿Qué te sucede? Te conozco muy bien, y sé que ese, aunque… tiene una razón. —insisto
—Son solo cosas que en este momento no quiero traer a mi mente. ¡Ay, mi hermanita, déjame disfrutar de este momento contigo! Tenía muchos días sin verte —pide mientras se acuesta a mi lado en la cama, acomodándose entre las almohadas y mi pecho.
Nos quedamos así, tumbadas una junto a la otra, riéndonos como cuando éramos niñas y compartíamos secretos bajo las sábanas.
—De verdad, te extrañaba muchísimo. Ni esa viejita tan bonita dándome mucha comida pudo reemplazarte. —dice en tono juguetón, soltando la risa.
—Y Mauro, ¿también disfrutó mucho de su familia? —pregunto curiosa.
Mi hermana hace un silencio prolongado como si no quisiera hablar del tema.
—No como hubiese deseado verlo. Se mostró algo distantes con todos, y me sentí extraña por notarlo de esa forma, más de la familia parecía yo que él —expresa un poco triste— Pero ¿sabes? Hablamos de tener un bebé. Mejor dicho, yo se lo planteé de nuevo y él dice que está de acuerdo. Hace tiempo atrás cuando hablamos del tema era esquivo, pero ahora parece convencido y… hemos estado haciendo juiciosos la tarea ¿Puedes creerlo? —Su voz se escucha ilusionada al hablar de un posible baby —Eso sería maravilloso, Ari. Te juro que nada me haría más feliz que un bebé en mi vida, sería la mamá más enamorada de este mundo —confiesa, mirándome con un brillo especial en sus ojos— Aunque solo fue boda por lo civil con Mauro, y aún sigo esperando que lo hagamos por la iglesia como eran nuestros planes, me hace mucha ilusión ser mamá.
—Eso suena hermoso, Adri. Yo no sé si pueda ser capaz de cargar en mi vientre una persona por nueve meses, pero tú sí que podrás —comento en tono juguetón, sintiéndome genuinamente feliz por ella—. Me alegra tanto verte así de ilusionada. Te lo mereces. Por otro lado. Yo no tengo necesidad de tener bebés, ya tengo dos hermosos que amo mucho, un niño y una niña —hablo rápido, trayendo a colación los bebés de Simón que siento como míos.
Mi hermana frunce el ceño y me mira intrigada. Suelto una carcajada que evidencia todas las travesuras que he estado haciendo a sus espaldas.
—¿Como así? ¿De qué me perdí? ¡Me fui unos días, no mil años! —cuestiona haciéndome cosquillas que me ahogan de la risa, con el propósito de sacarme la verdad en medio de su tortura.
—¿Me vas a contar? O ¿piensas morir bajo mi yugo? —me reta deteniendo sus manos. Me sonríe, y durante un momento compartimos una mirada de complicidad que no necesita de palabras, siempre hemos sido muy unidad como para entender cuando pasa algo en la vida de la otra.
Me muerdo el labio inferior y suspiro profundo antes de empezar a soltar mi lengua.
—Bueno, me pillaste, si hay algo… O mejor dicho, hay alguien hermoso en mi vida que tiene loca de amor. —empiezo contando lo más importante, sintiendo mi corazón latir más rápido.
Mi hermanita me observa sorprendida, porque nunca mientras estuve con Juan le dije algo mínimamente parecido.