Un Amor Para Toda La Vida

19. No puedo dejar de llorar

Simón

Llego a la cafetería faltando cinco para las ocho. Suelto un suspiro porque a pesar de todos los contratiempos en la carretera, logro llegar unos minutos antes de la hora de salida de Ariana. Bajo rápidamente del auto, camino hacia la puerta de la cafetería y toco varias veces, llamándola una y otra vez. No hay respuesta, por lo que aprieto los puños y vuelvo a tocar más fuerte, llamándola de nuevo.

—Ariana, soy yo, Simón. —Mi voz retumba en la acera donde pasan tras de mí algunas personas que visitan los restaurantes y locales de esta zona comercial.

Nada que obtengo respuesta. El silencio absoluto me inquieta

Acelerado saco el móvil de mi bolsillo y marco su número. El tono suena una y otra vez, pero no contesta. La llamo infinidades de veces mientras intento mantener la calma, pero mi corazón late con frenesí. Vuelvo a tocar la puerta, desesperado, me asomo por las ventanas de cristal, todas las luces están apagadas, por lo que no puedo ver mucho más allá que solo sombras por las luces exteriores que se filtran por los cristales. Todo está en penumbra, y mi corazón se acelera aún más por la extraña sensación de que algo está muy mal. De la nada una sombra oscura se instala en mi mente.

Muy inquieto, marco el número de Adriana. Ella contesta rápidamente, con un tono muy tranquilo que solo sirve para aumentar mi ansiedad.

—Adriana, ¿Ariana está contigo? —le pregunto, deseando con todo mi ser que me diga que sí.

—No, Simón. Me dijo que tú la irías a buscar. ¿Qué pasó? —responde la chica del otro lado de línea, con preocupación creciente en el tono de su voz.

—Llegue por ella, ya estoy aquí en la cafetería. Pero… La puerta está cerrada, las luces apagadas, y ella no responde a mis llamadas. La he llamado muchas veces, pero no está aquí, Adriana, y no sé dónde está. —Mi respiración se vuelve más rápida y entrecortada, la desesperación envuelta en angustia comienza a dominarme.

—Espera un segundo —dice Adriana con voz firme, intentando no perder la calma—. Simón, por orden de nuestro padre, desde siempre mis hermanos y yo, tenemos una aplicación que rastrea nuestra ubicación en tiempo real. Papá es muy sobre protector y nos pidió siempre tenerla activa por seguridad. Déjame ver si logro dar con la ubicación de Ariana. Cálmate un poco, por fa —Pide en tono bajo.

Me quedo en silencio sintiendo que los segundo se vuelven milenios. El sonido de mi respiración es lo único que escucho mientras ella busca. No puedo pensar en nada, mi mente está completamente nublada. Después de unos segundos que parecen una eternidad, Adriana vuelve a hablar, con un tono más agitado.

—Esto es muy extraño, la ubicación de Ariana marca que está en una playa, en el norte de la ciudad. Te enviaré la dirección. Nos encontramos allá. —dice, y sin darme tiempo de preguntar nada, cuelga la llamada.

A mi móvil llega la dirección que espero, no pierdo ni un segundo, corro hacia el auto, me subo, con desespero piso el acelerador a fondo, el auto ruge mientras me lanzo a toda velocidad por las calles. Mi mente no deja de proyectar las peores imágenes, alimentadas por un mal presentimiento que no puedo ignorar. Quiero pensar que todo está bien, pero algo aquí dentro de mi pecho me dice que no es así, que nada está bien. Mi corazón late como un tambor en mi pecho, y una sensación de angustia me oprime el estómago.

Con el sudor empapando mi frente y las manos apretando el volante, llego a la playa. Parqueo el auto en el andén, me bajo lo más rápido que puedo, me adentro en la arena, camino un poco escaneando el lugar, todo está muy oscuro, completamente solo. Respiro agitado cuando no veo a Ariana.

El miedo me golpea más fuerte, tanto que siento se me baja la sangre a los pies y vuelve a acelerarse hasta llegar a mi cabeza. Corro por los alrededores, gritando su nombre, pero solo el eco de las olas me responde. Mi pulso se acelera y mi angustia vuelve mis pensamientos, un completo caos.

—¡Ariana! ¡Amor! ¿Dónde estás? —Grito con todas mis fuerzas, pero no hay respuesta.

El auto de Adriana llega por fin. Ella sale corriendo hacia mí, su rostro pálido refleja el mismo pánico que me consume. Me mira con mucha angustia en los ojos y su voz tiembla.

—La ubicación indica que está cerca de aquí. Vamos. —Me comunica y sus pies se aceleran hacia la derecha.

Camino a la par con ella, mirando por todos lados, muy inquieto.

Nos adentramos más en la playa, el agua salada moja nuestros pies, caminamos algunos metros más. Y…

Mi respiración se paraliza, cuando la alcanzo a ver. Allí está, en la orilla del mar, corro desesperado hacia ella. Y… Juro que siento que moriré justo en este momento, cuando noto que está desnuda, empapada por el agua de mar que la baña, temblando de frío. Su cuerpo está medio cubierto con su chaqueta de cuero, noto sus manos empuñando con fuerza la única prenda que la protege como si se aferrara a ella para no terminar de morir.

Todo en mí se rompe. Pronuncio su nombre en un susurro cuando llego a ella, con mi corazón a mil, intento agacharme para arroparla con mi cuerpo, pero cuando estoy a punto de hacerlo, su voz débil y quebrada me detiene.

—No... no te acerques. —Su voz casi inaudible se ahoga con lágrimas— Por favor, Simón... no quiero que me veas así. Tú, no. Te lo ruego, no me veas así. —insiste agudizando su llanto.




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