Simón
Los días en el hospital se han vuelto un ciclo interminable de dolor y espera. He vuelto a casa por pocas horas, solo para lo estrictamente necesario. Pedí a mi madre que se llevara a los niños a su casa de campo, unos días lejos de todo esto, porque realmente yo no tengo cabeza para nada. Apenas si voy a ducharme, cambiarme y regreso al hospital porque aquí es el único sitio donde siento que medio puedo respirar.
La culpa sigue consumiéndome, porque siento que le fallé. Por ello tener que soportar la mirada de reproche del padre de Ariana, me pesa, pero la acepto porque también siento que la merezco. Sin embargo, por más que su mirada llena de enojo me exige largarme, hago caso omiso a su silenciosa exigencia, y sigo firme en la sala de espera, caminando de un lado a otro, rogando o en silencio por verla, por poder abrazarla, aunque sea un segundo.
—Adriana, por favor —Me acelero y freno el paso de la chica que camina por el pasillo, me acerco rápidamente a ella, con mi corazón latiendo desesperado—. Yo sé que esto es muy difícil para ella, pero por favor, dile que no huya de mí. Que no me alejes de su lado. Dile que quiero verla, necesito abrazarla y sentirla aunque sea un segundo. —ruego ansioso.
Adriana me mira con compasión. El cansancio reflejado en los ojos, y que haga una pausa para responderme, me deja claro que me dirá lo mismo que me ha dicho desde que Ariana despertó, y permite que solo ella y su mamá entren a verla.
—Simón, se lo diré, te lo prometo, porque entiendo que esto es muy difícil también para ti. Por favor, te pido paciencia, ¿sí? —su voz es suave, tratando de encontrar un equilibrio entre su comprensión y la responsabilidad y el deseo que siente por cuidar de su hermana.
—Tendré paciencia —le aseguro—, pero no me rendiré. No permitiré que lo que ocurrió me separe de Ariana. La amo demasiado para perderla. Por favor, dile que la adoro con todo mi ser, y que no habrá un solo día que no vaya a donde ella esté para suplicarle que me permita estar cerca. —Le pido a mi cuñada, con un deseo infinito de que ella pueda transmitir con sus palabras, por lo menos un poco de mis sentimientos.
—Dale tiempo, ella necesita recuperarse por lo menos un poco antes de enfrentarse al mundo. Esta tarde a las 5:00 le dan de alta. Tal vez en casa se sienta mejor, pueda pensar un poco con más calma y quiera verte. A decir verdad, estoy segura de que ella quiere verte, solo no tiene las fuerza para hacerlo, y por eso necesita que le des tiempo —Me anima, la mujer que tiene claro que esta situación me está volviendo loco.
—Vale. Yo, estaré atento a su salida. Aunque me cueste, le daré ese espacio que necesita, por ello estaré alejado donde no pueda verme. Por ahora me conformaré con mirarla desde lejos.
No espero respuesta. Mi mirada se desvía, y sin más, me alejo hacia el otro extremo del pasillo. Llego a la sala de espera, y el aire se siente tan sofocante que necesito salir. Camino hacia el estacionamiento y subo a mi auto, encendiendo el motor sin pensar a dónde ir. Solo necesito despejarme, calmar la rabia que hierve en mi sangre, aunque sé que eso es imposible y más me convenzo de que este enfado que tengo encima no se calmará, cuando me gana el impulso a la hora de pisar el acelerador y salir disparado con rumbo fijo hacia la universidad.
Manejo a toda velocidad por la gran vía, casi que obviando las señales de tránsito. El camino es un borrón de ira, porque cada segundo que pasa, el peso en mi pecho crece producto de mi odio.
En menos del tiempo normal llego a la universidad, estaciono sin pensar que dejo el auto en la mitad, y voy directo al campus, buscando a una sola persona: Juan Pablo. Lo encuentro, riéndose a carcajadas con sus amigos en una esquina apartada, fuman y festejan como si mi mundo no estuviera lleno de mierda por su culpa.
Pierdo la cabeza por pensar que el motivo de sus risas es por lo que le hicieron a Ariana. —En mi mente lanzo la acusación, porque es en quien recae toda mi sospecha. Después de lo que hizo en la estación de bus, después de ver cómo la atacó y pretendió llevársela a la fuerza, no puedo pensar otra cosa.
Llego donde están todos, camino acelerado, lleno de furia y sin pensarlo ni un segundo, me abalanzo sobre él. Con violencia mi puño se estrella contra su cara con un golpe seco que le parte el pómulo de su maldita cara.
—¡Eres una basura! ¡Un poco hombre que no se conformó con un no, y por eso me la dañaste! —grito, con mi voz temblando por esta rabia que no puedo contener—. ¡No solo le hiciste daño tú, sino que tenías que agruparte con más porquerías para someterla! ¡Ella no merecía lo que le hicieron, y lo sabes! —Me tiembla la voz al hacer mi reclamo.
El imbécil que tengo enfrente me mira mostrándose confundido, sobándose la mejilla donde mi golpe lo alcanzó.
Sus ojos fingiendo inocencia me descontrolan. Me siento enfermo, enjaulado en una oscuridad que solo me pide que acabe con él. Le hago caso al demonio que susurra en mi oído, que lo muela a golpes, y me voy contra él. Sin dejarlo reaccionar, con todas mis fuerzas y mi odio lo reviento un cabezazo en el rostro que lo aturde y vuelvo a estampar con más enojo mi puño contra su cara sin pensar en donde estoy.
El hombre que no sé por qué rayos no reacciona a mis golpes y se defiende, se muestra atónito. Logra dar varios pasos hacia atrás y su mirada extraña parece analizar la situación.