Un Amor Para Toda La Vida

22. Tus ojitos volverán a brillar

Ariana

—Nena, por favor, mi amor. Sal a tomar un poco de sol. Siquiera sal de esta alcoba —Pide mi mamá, sentándose a mi lado en la cama. Sus manos me acarician el cabello, mientras su voz cálida intenta una vez más hacerme reaccionar.

—Ahora no mamá, tal vez más tarde —Le respondo lo que sé es una mentira, porque lo último que quiero es salir de aquí. No quiero ver a nadie, tengo tan pocas ganas de vivir, que lo único que siento es ganas de estar sedada cada segundo de mis días para no tener que enfrentarme a mis amargos recuerdos.

—Por favor, mi cielo, te lo ruego, ven a la cocina conmigo, Te hice una sopita de esa que te gusta mucho. Hazlo por mí, porque estoy preocupada, te me vas a poner peor si te dejo condenar aquí encerrada con tanta tristeza.

El ruego de mi madre me comprime el pecho. Mi corazón se acelera un poco cuando mis oídos logran captar los sollozos que se esfuerza por ahogar.

No digo nada, en silencio, lentamente me siento en la cama.

—Mírame, mi niña. Sé que estás sufriendo y juro que daría mi vida por arrancar de tu ser tanto dolor. Te amo tanto que no dudaría en entregarte mi corazón para que sanaras el tuyo. Y… tal vez te esté pidiendo mucho, pero en nombre de este amor tan grande que siento por ti, te pido por favor, sé fuerte mi cielo, para que puedas superar este trance tan difícil, mientras, yo te prometo que seré tu apoyo. —Me habla lindo, acariciando con ternura mi rostro, deja un beso en mi frente.

Miro sus ojos que lucen inmensamente triste, se nota cansada, está inquieta por ver mi estado. Sin embargo, a pesar de toda su preocupación, puedo ver también todo el esfuerzo que hace para no derrumbarse ante mí

—¿Me hiciste sopita? —pregunto en su susurro, omitiendo las ganas de llorar que tengo.

No puedo abrir los ojos después de larga noche de pesadillas, porque lo único que me acompañan es esa sensación de pánico, de angustia, de asco y de rabia. Por eso, mis lágrimas no frenan, por voluntad propia salen de mis ojos tratando de ayudarme a sobrellevar mi pena. Pero… Aquí estoy en este momento llenándome de voluntad y tragándome mi llanto para no preocupar más a mi madre.

—Ven conmigo, mi amor. Levántate de esa cama aunque sea un rato. —Me pide y sin esperar mi respuesta, me empieza a ayudar a bajar de la cama.

Hago caso, me dejo llevar por ella y salgo de mi alcoba después de varias semanas de encierro. Camino a su lado agarrada de su mano como si fuera una niña pequeña.

El aire en la casa está cargado de una tristeza silenciosa, respiro nostalgia, y se siente incómodo ser la causante de tanta pena.

Llego con mamá a la cocina, me sienta en el comedor pequeño que tenemos cerca de la ventana que tiene vista al patio trasero. Me sirve sopa con pollo y verdura, las cuales siempre han sido mis favoritas. Medio sonrío para ella para que se sienta bien, cuando se sienta a mi lado y empieza a llevar cucharas a mi boca. Recibo cada bocado para que no note que me está costando mucho pasar la comida por mi garganta. Trago con dificultad, pero lo hago porque por este amor tan bonito que ella me demuestra no merece que sea descortés.

—¿Puedes dejarme este poquito para más tarde? Ya no me pasa más. —pido cuando la tacita va por la mitad. No puedo ingerir una cucharada más o vomitaré.

—Vale, pero más tarde te las comes. —Me ordena, dejando a un lado la taza, se levanta de su silla, camina hacia la nevera y me sirve jugo.

Bebo un poquito, y dejo el vaso a un lado cuando mi estómago se revuelve por completo. Me quedo sentada unos minutos mirando hacia la nada, mientras mamá organiza un poco la cocina.

—Gracias, mami. Voy a mi cuarto, quiero bañarme —me excuso por mi necesidad de regresar a mi encierro.

La señora mayor me sonríe satisfecha y me da el permiso para que regrese a mi refugio. Camino de regreso a mi alcoba, pero justo antes atravesar la sala de estar, me topo con mi padre, quien me mira y de inmediato baja la cabeza. En silencio camina hacia mí con pasos pesados.

Ante él me siento pequeña, y muy frágil, cuando sus brazos fuertes me envuelven y me regala ese abrazo que hace semanas no pude recibir porque no me sentía capaz.

Mi padre suspira profundo al tiempo que sus brazos me envuelven con fuerza. No es una muestra de cariño habitual. Está ansioso y en este gesto puedo interpretar ese mensaje de protección que intenta darme.

Me dejo abrazar sin decir nada. Solo me quedo ahí, permitiendo que mi progenitor me dé un poquito de su fuerza para sentirme más valiente, aunque sea por un momento. El abrazo se siente tan cálido y al mismo tiempo tan doloroso porque sé que él también está sufriendo. Mi papá es un hombre de pocas palabras, pero hoy su silencio me rompe un poco más el corazón, porque sé que se siente herido y sufre por mí.

Después de varios segundos que deseé fueran eterno, se separa de mí, me sujeta el rostro, su mirada sé encuentra con la mía, y en esos ojos veo un océano de tristeza que no necesita expresar para confesar todo lo que siente.

Deja un beso suave en mi frente antes de soltarse rápidamente. Lo veo dirigirse apresurado hacia la puerta, saliendo de la casa, sin decir adiós, huyendo, como si él también necesitara escapar de este dolor.




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