Ariana
—Los niños dicen que te extrañan, te mandan besos y muchos te quiero. Y yo me estoy volviendo loco por extrañarte tanto. —Me dice el hombre quien tomó por costumbre llamarme cada noche y hablarme sin que yo le responda nada.
Yo ya no soy capaz de no activar el teléfono. Tengo que confesar que espero esa llamada con ansias, porque escuchar su voz siento que me alivia el alma.
Escucho el motor de su auto encenderse y el deseo de verlo antes de partir me gana. Rápidamente, me levanto de la cama y me asomo por la ventana. A escondidas en la cortina medio asomo la cabeza, las farolas del coche iluminan la calle, y sin poder evitarlo, mis ojos quedan fijos en el hermoso hombre que parece que siente mi mirada sobre él, porque gira su rostro y enfoca sus lindos iris en mi ventana.
Tengo el móvil en mi oreja, puedo escuchar como suelta un suspiro.
—Verte, aunque sea un poquito, era lo que más deseaba en este instante, así es perfecto, amor. Gracias por darme un poco de esperanza, porque te juro que no verte me tenía enfermo —comenta, confirmándome que en efecto me está viendo.
Por instinto me alejo de la ventana, me acuesto en la cama y me acurruco entre mis sabanas.
—Pienso todo el tiempo en ti, y estoy seguro de que tú también piensas en mí, por eso tengo la certeza de que aún tenemos una historia que seguir escribiendo juntos. Te llamo mañana. Cierra tus ojitos y piensa solo en mí. Trata de dormir y descansar, mi amor. Te adoro. —Es lo último que dice, antes de colgar la llamada.
Me quedo con su último mensaje. Intento por un momento de no pensar en nada, solo enfoco mi mente en esa mirada azul que tanto me gusta. En esos ojos color cielo que me hacen sentir tan amada. Congelo mi cerebro para no traer en este instante la realidad que me atormenta. Solo cierro mis ojos tal como me lo pidió y lo veo a él, porque esta noche, necesito sentirlo aquí conmigo.
—Yo también te extraño y te pienso todo el tiempo, amor —habló sola, abrazando la chaqueta de cuero que ahora me acompaña a la hora de siquiera pensar en dormir. Mientras me permito incluso dibujar una media sonrisa, cuando ese mar hermoso que carga en sus ojos, se proyecta en mi memoria. Un suspiro se escapa de mí, y después de mucho tiempo, de tantas noches en vela, siento que el sueño empieza a envolverme. — Cada segundo de mis días, pienso en ti. —repito en un murmullo, sintiéndome más liviana, y más conforme con mi propio pensamiento, porque en este momento, solo está él presente.
—Ari, nena. Despierta, tenemos una cita pendiente.
La voz de Adriana me hace abrir los ojos, noto que los rayos del sol están iluminando mi habitación, y percibo de inmediato como mi cabeza se siente más despejada por haber dormido varias horas seguidas. Hacía mucho no podía pegar los ojos, sin que a la hora siguiente me despertara temblando de miedo por la amarga pesadilla que insiste en acorralarme.
Miro a mi hermana que está frente a mi closet escogiendo algunas prendas para mí.
—Apúrate, báñate que se nos hace tarde —insiste.
—¿A dónde vamos? No quiero salir de aquí —respondo, cubriéndome de pies a cabeza con mi sabana. Intento acomodarme de nuevo, pero, mi hermana me quita la tela de encima.
—Mamá me dijo que ayer volviste a vomitar. Que no se te detiene nada en el estómago, y las dos estamos muy preocupadas por ti. Te cogí una cita médica y no puedes dejar de ir —comenta mostrándose preocupada.
—No quiero ir a ninguna parte. —Contrarresto, y vuelvo a agarrar la sabana con la plena intención de envolverme. Es imposible, Adri vuelve a jalar la tela, y me la quita por completo.
—No es una opción decir que no vas, es una orden jovencita. Me has ignorado con el tema de las citas con el psicólogo, y por recomendación de él, porque dice que no es bueno forzarte, te he dejado quieta. Pero con esta cita no te dejaré en paz. Así que, te levantas de esa cama ahora, te bañas y te arreglas para ir a esa cita médica, o te baño yo, te arreglo yo, y te arrastro hasta la clínica, y no estoy bromeando. —Me ordena con autoridad.
Hago caso de inmediato porque la conozco y cuando me da una orden no puedo desobedecerla o cumplirá sus amenazas. Sin querer, me levanto de la cama y escoltada por ella camino en dirección al baño.
—Tienes diez minutos para estar lista. Te espero en sala de estar —Me confirma antes de que me encierre.
A regañadientes, sin querer, me baño rápido, aseo mis dientes, regreso a la alcoba, y sin importarme mucho si me gusta o no, me pongo la ropa que dejó en mi cama. Sin atreverme a mirarme en el espejo, medio acomodo mi cabello en una coleta y sin más demoras salgo a cumplir la orden de mi hermana mayor.
Me está esperando en la puerta de salida. No me da tiempo de objetar, simplemente tiene la postura firme para hacerme entender que no dará su brazo a torcer y me hará salir de esta casa sí o sí.
Salimos juntas, entramos al auto, nos ponemos en marcha, y sin atreverme a preguntar nada, me dejo guiar por ella a donde sea que me lleva.
En menos de media hora llegamos a una clínica privada, ingresamos, mis pasos son lentos, porque mis piernas tiemblan a medida que avanzo. Ella se me adelanta un poco y frena su andar frente al mostrador donde está una mujer frente a una computadora.