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Simón
Salgo de la universidad, y arranco por la vía con mis manos fijas en el volante, mientras mi mente va perdida en la incertidumbre que me carcome la cabeza y más en estos días, porque Ariana está más alejada que nunca, no contesta mis llamadas.
Por más que insisto en ir a su casa cada noche y parquearme frente a ella por horas y horas, no avanzo nada en mi deseo de estar a su lado, por el contrario, siento que retrocedí porque por alguna razón que desconozco dejó de responderme el móvil. Eso me tiene mal. Me conformaba con hablarle como un loco sin que ella me respondiera una sola palabra. La escuchaba respirar, le robaba suspiros, y eso, para mí, aunque no era suficiente, era justo con lo que me conformaba para no perder la razón mientras espero que mis días pasen sin ella. Pero, ya ni eso tengo, y juro que me estoy ahogando de desesperación.
Estoy en la carretera, conduciendo, sin rumbo fijo, tratando de respirar un poco, pero con mi mente perdida en dos pensamientos: Pienso en ella, y en los miserables que me le hicieron daño. Esa es otra obsesión que tengo, que no sale de mi cabeza ni un solo momento de mis días. Llevo meses siguiendo los pasos de Juan Pablo y los amigos, incluso contraté a un tipo para que los siga noche y día, pero los malditos han sido prudentes y no dan indicios de nada.
Mi corazón late con furia, mis manos se aferran con fuerza al volante, y mi respiración está agitada. Es como si toda la rabia que llevo dentro me estuviera asfixiando. De pronto, un auto se cruza delante de mí, bloqueándome el paso. Freno bruscamente para evitar el choque, los neumáticos rechinan, y siento cómo la adrenalina me golpea en el pecho cuando mis manos hacen maniobras para recuperar el control.
Es Juan Pablo.
Lleno de rabia, me bajo del auto y camino hacia él.
Lo veo avanzar a mi encuentro con pasos decididos, la mandíbula apretada, y una mirada desafiante. Sin dudar Se planta frente a mí.
—Aquí me tienes No soy idiota, sé que me estás siguiendo, —dice, con la voz firme, sin un ápice de duda—. No soy cobarde para andar escondido, así que aquí estoy, dándote la cara. Te reitero lo que te dije aquella vez en la universidad. No fui yo. Jamás le haría daño a Ariana.
Sus palabras me encienden haciéndome burbujear la sangre, me le abalanzo y lo agarro por el cuello de la camisa. Mi mano se aferra con tanta fuerza demostrando la rabia que tengo.
—¡No te creo! —le grito, mientras aprieto más fuerte su cuello—. Después de haber intentado llevártela a la fuerza en la estación del bus, ¡no eres alguien en quien se pueda confiar!
Lo veo directamente a los ojos, esos ojos que una vez miraron a Ariana con amenaza. El pensamiento me enferma. Mi respiración es pesada e irregular, confirmándome que estoy al borde de perder el control.
—Ese día no sabía lo que hacía —responde con su voz áspera, pero con un tono que roza la desesperación—. Tenía tres noches de estar bebiendo, estaba drogado, y ciego de la rabia por los celos de verla contigo. Pero cuando volví en sí… me sentí un miserable.
De alguna manera, sus palabras me descolocan. Aflojo un poco el agarre, pero no lo suelto. Mi respiración sigue pesada, y quiero partirle la cara; sin embargo, por alguna razón decido escucharlo.
—Por eso me alejé completamente de ella, no la busqué más. Me sentía estúpido y ridículo por lo que hice. Ariana fue alguien muy especial para mí. Ella sabe que aunque la deseaba, mientras estuvo conmigo, jamás fui capaz de forzarla a nada. —Hace una pausa, con su mirada clavada en la mía, intentando que le crea—. Estaba obsesionado con que la chica más lista e inteligente que conocía se fijara en un idiota como yo. Sin embargo, nunca la presioné para estar íntimamente conmigo. Ella era diferente a todas las mujeres que frecuentaba, y me gustaba que fuera así.
Aprieto más la mandíbula, sintiendo una combinación de odio y duda en mi interior. Una parte de mí le cree, porque Ariana tuvo su primera vez conmigo, yo fui su primer hombre. Pero el dolor de lo que le hicieron me sigue ardiendo tan dentro, que otra parte de mí se niega a confiar en su versión.
—Verla contigo, me volvió loco, pero te repito: no le hice daño. —Su voz es seria, sus ojos no muestran duda—. Y para ser sincero, me duele lo que le sucedió.
Lo suelto de golpe, mis manos hechas puños bajan a mis costados. Respiro profundamente, intentando calmarme, no obstante sigo con la mirada clavada en él.
—Estoy bajo investigación, soy o era el primer sospechoso porque esa noche la llamé para hablar con ella, en su móvil encontraron nuestra conversación. Le pedí vernos, pero ella se negó —continúa, acomodándose la camisa— Me dejaron libre porque esa noche estaba con Lisa, la hermana de Gerardo. Los dos estábamos en mi departamento. La chica corroboró mi versión.
Me mira directamente, sin vacilar, como si ya no tuviera más que decir. Mi mente sigue hecha un caos, pero por alguna razón sus palabras empiezan a resonar en algún lugar dentro de mí. Lo observo, tratando de encontrar algún rastro de mentira, pero no veo más que dolor y rabia en sus ojos.
—No estoy aquí para convencerte de mi inocencia, profesor —dice con firmeza—. Estoy aquí para decirte que dejes de buscar a los culpables. Sé perfectamente quiénes son, y me cobraré la porquería que le hicieron. Eres un buen hombre que no merece ensuciarse las manos con basura, así que por tu bien y el de Ariana, por más rabia que tengas, deja que yo me encargue de este asunto.