Un Amor Para Toda La Vida

28. Nuestro bebé

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Ariana

Es de noche, me levanto y salgo de mi alcoba con sigilo, tratando de no hacer ruido mientras atravieso el pasillo en busca de un vaso de agua. Siento la garganta seca, pero es algo más que la sed lo que me despierta. Es como si mi cuerpo entero no soportara el peso enorme de mis pensamientos, de esta inquietud que siento desde el día que salí de la clínica con la clara intención de traer al mundo a un bebé que aún no sé ni cómo me hace sentir. La angustia de fallarle como madre es algo que no me deja respirar.

Camino despacio, atravieso la sala de estar y cuando estoy por llegar a la cocina, las voces de mis padres, susurrantes y apagadas, me obligan a detenerme. Me escondo entre las sombras de la oscuridad para escuchar, porque hablan de mí; lo sé por el tono ahogado de mi madre, como si tratara de contener su tristeza por ayudar a mi padre a sobrellevar la suya.

La voz de mi papá, me duele demasiado porque él siempre ha sido un hombre fuerte, de carácter, que sabe enfrentarse a las adversidades. Sin embargo, hablar de mí ahora parece ser mucho más de lo que su ser sensible puede soportar. Su voz se escucha rota, débil, y tan llena de tanta rabia, logrando que cada una de sus palabras se entrecorten.

—Es que no puedo… no puedo aceptar que nuestra nena ahora esté obligada a tener un hijo que no pidió. No quiero que lo tenga. Es injusto… —murmura él, casi con amargura, dejando que su llanto explote.

Trago en seco, y mi corazón parece detenerse. El dolor en su voz es muy profundo y me pesa demasiado.

—Lo sé, es muy injusto, mi amor. Pero nuestra hija eligió, tomó su decisión y solo nos queda apoyarla… nos necesita a su lado, más que nunca.— Mi madre le contesta, su voz es suave, tratando de calmarlo mientras sé que ella está igual de herida.

—Lamento ser tan duro… pero siento que esa decisión no es correcta. No quiero que mi Ari sufra más, y ese bebé será… —Papá, niega, y el temblor en su voz me hiere más de lo que puedo soportar.

Mamá se le acerca, lo abraza con fuerza y lo consuela, permitiendo que él llore por pensar en mi futuro.

—Tú y yo conocemos muy bien a Ariana, mi amor. Sabemos que la nena no iba a aguantar el deshacerse de ese bebé. Eso le iba a pesar y ese dolor iba a ser tan fuerte que después sería imposible traerla de vuelta. Sé que es difícil todo esto que está pasando, pero es momento de apoyarla más que nunca. Somos sus padres y, pase lo que pase, siempre estaremos para ella. Esa criatura será su hijo y nuestro nieto, y lo amaremos sin importar nada. ¿De acuerdo? — Concluye mamá, dando una orden muy sutil al señor que recibe su abrazo y se aferra a ella como buscando en su esposa algo de esa fuerza que siento está perdiendo.

No soporto escuchar más. Retrocedo unos pasos, el pecho me arde y mi respiración se corta un poco como si me faltara el aire. La presión en mi garganta es tan intensa que apenas puedo respirar.

Camino de regreso a mi cuarto, mis pies apenas tocan el suelo, me siento casi flotando con una sensación de angustia más grande que hace un segundo atrás. Entro de nuevo a mi habitación, pensando en quién era antes de todo esto, y en quién soy ahora, ¿en qué me convertí?

¿Quién eres? —me pregunto mentalmente, abrazándome a mí misma.

Ariana Franco es mi nombre, una chica del común llena de sueños y de promesas de superación para su porvenir. Una joven mujer que se estaba abriendo al mundo porque quería alcanzar mil y más metas que me hacían soñar, dormida y despierta, y como lunática sonreía por cada pequeño éxito que tocara la puerta de mis infinitas ilusiones.

Un día todo cambió. Sigo portando el mismo nombre y apellido, pero ya no lo hago con orgullo, porque veo a mis padres llorar y sufrir y me es imposible no sentirme culpable. Mi rostro cabizbajo es el reflejo de todo el terror que ahora me invade por sentirme congelada en una condena eterna de la cual no sé cómo me voy a liberar. Porque…

De la noche a la mañana me convertí en una mujer sin luz, una más de tantas a quien, pese a todos mis anhelos, la vida me forzaría a transitar un camino que no elegí. Una más que fue a abusada por depredadores, sin Dios y sin ley, que acecharon mis pasos para doblegarme a su fuerza en el momento que les pareció oportuno acabar con mi dignidad. Miserablemente, mi cuerpo fue violentado en la oscuridad, mi ser fue vulnerado de la peor forma, y con ello, mi corazón empezó a expulsar latidos forzados cargados de miedo. Mis pensamientos se convirtieron en un eco sordo de cobardía, de rabia, de indignación y de desolación. Y mi alma quedó sumida en una tristeza tan profunda, que incluso respirar duele.

Confieso que no quisiera encontrar en la mirada de mis padres y mi hermana esa angustia que me recuerda, que ellos me aman tanto que sufren por verme tan gris. No quiero preocuparlos, sin embargo, no puedo evitarlo, porque cada mañana, cuando abro los ojos, sigo padeciendo la misma agonía que me hace sentir terriblemente frágil. Juro que quiero sentirme diferente, lo intento, pero es un esfuerzo vano porque perdí mis fuerzas para enfrentar todas mis batallas. Perdí mis colores, mi arcoíris ya no resplandece en mis ojos, por ello ya no miro mi reflejo en el espejo. Y mi sonrisa está escondida, atada a ese amargo recuerdo que me persigue y me atormenta, en lo más profundo de ese baúl lleno de pesadillas que está rebosando, porque, cada noche, cuando intento dormir, perturban mi descanso.




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