Un Amor Para Toda La Vida

29. Anhelos mas profundos

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Ariana

Una vez más me siento en el sillón frente a la psicóloga, sintiendo un enredo de emociones que rebasan mi calma. Mi vientre ya tiene una forma más redondeada, los meses de embarazo avanzan, y tan siquiera una palabra tierna hacia mi hija aún me resulta difícil de expresar. He escuchado tantas veces a Simón hablarle con tanto amor, y en ese acto tan sublime entre padre e hija encuentro todo lo que necesito para saber que ella tendrá en él ese superhéroe y ese primer amor que toda niña merece tener en su vida. Eso me reconforta; aun así, siento que yo estoy fallando.

. La psicóloga me observa atentamente.

—¿Cómo te sientes hoy? —me pregunta con su tono suave.

Respiro hondo antes de hablar.

—Muy inquieta, porque mi vientre sigue creciendo, pero no siento que pueda conectar con mi hija. Sé que está ahí, pero me cuesta mucho hablarle. ¡Como si… como si fuera una herida que aún no puedo tocar.

—¡Oh, qué lindo, es una niña! —habla emocionada la señora, sin dejar de mirarme.

—Sí, es una nena. La ecografía pasada nos lo confirmó. Simón está loco por ella. Le habla todo el tiempo, le dice que papá y mamá y adoran y la esperan con mucho anhelo —comento, sintiendo un mundo en la garganta—. Me pesa mucho no poder decirle lo mismo a mi hija. Quiero hablarle y decirle tantas cosas, pero simplemente las palabras no me salen.

La psicóloga asiente, mostrándome comprensión.

—Es natural, Ariana. Cuando una mujer ha pasado por algo tan doloroso como lo que has vivido, puede resultar difícil aceptar un nuevo comienzo, incluso si ese comienzo es un regalo. Tu hija es un símbolo de amor, pero también de todo lo que has pasado. Es por ellos que conectar inmediatamente con ella resulta todo un reto. Hablarle y amarla, conlleva abrir un espacio en tu corazón, uno que aún puede estar lleno de dudas. Pero lo importante es que estás dispuesta a intentarlo, solo que debe ser paso a paso.

—Pero ¿y si no soy capaz de darle el amor que merece? —pregunto, con la voz quebrada, aterrada, que de solo pensar en no poder lograrlo.

La psicóloga me mira fijamente.

—Ariana, tienes dentro de ti todo lo que necesitas para ser la madre que tu hija merece. El hecho de que te preocupes por ella, que busques sanarte por ella, que pienses que le fallarás, eso te pesa. Y… que desees poner todo de tu parte para impedir que fracases como madre, ya es un gran paso. El amor se construye poquito a poco, y no tiene que ser perfecto desde el principio. Y tú eres fuerte, eres capaz. Esta bebé será parte de tu sanación, y créeme que, sin que lo notes, ella está obrando un hermoso milagro en ti.

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Los niños están distraídos en el jardín armando un castillo de legos, mientras su padre y yo estamos sentados en el sofá en la sala de estar. Mi vientre está más grande, y no puedo evitar que con cada movimiento de la bebé dentro de mí, sienta una mezcla rara de emoción y miedo que en ocasiones me aturde. Sin embargo, al mirarlo a él, tengo la certeza de que todo está bien. Todo estará bien, lo que hoy aún tiene un poco de sombra en mi vida, brillará bonito en algún momento.

Él toma mi mano, y nos quedamos en silencio, disfrutando de la calma de una tarde de domingo en familia.

—¿Sabes, Ari? —dice mi amor, rompiendo el silencio. Anoche, cuando le hablé a nuestra nena, sentí algo que nunca había sentido. Se movió como una loquita, como si quisiera hacerme saber que ella también me quiere y fue especial. Creo que me enamoré más de mi niña. Es mi hija, mi amor, fruto de mi amor por ti, así lo siento, y no tengo la más mínima duda: estaré aquí para ella, siempre.

Lo miro y mis ojos se llenan de lágrimas.

—No sé cómo hacerlo, Simón. No sé cómo amarla aún, lo estoy intentando. Por ella. Por ti. Por mí. Lo intento.

Simón acaricia mi rostro con ternura, logrando una vez más que sus caricias me den la serenidad que sabe, necesito.

—Lo estás haciendo, mi amor. Estás dando lo mejor de ti, y eso es lo que más importa. Otras mamás pierden esta batalla sin iniciarla, y tú están luchando y lo estás logrando. —confirma, acercando su rostro al mío, su boca busca mis labios y me da un beso que pasa de lo dulce a lo apasionado en menos de nada.

Mi cuerpo tiembla un poco cuando una de sus manos se apoyan en mi nuca y con más ansias disfruta de mis labios.

—Lo siento, me dejé llevar. Discúlpame —habla un poco apenado, apoyando su frente contra la mía—. Prometí ser paciente y esa promesa no la olvidaré jamás, esperaré hasta que estés lista. Aun así, para ti no es un secreto que te deseo mucho. Puedo esperarte toda una vida, pero no puedo evitar necesitarte con locura.

—No te disculpes, amor. Yo también tengo muchas ganas de estar contigo como antes. Sé que volveré a estar libre de temores para poder entregarme a ti como deseas, y como yo sueño. —confieso, dejando besitos suavecitos en sus labios para quitarnos un poquito las ganas de sentirnos.

—¿Me deseas también? —pregunta, mordisqueando un poco mis labios.

—Sí, me haces falta, mucha falta.

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