Un regalo del cielo.
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Ariana
Cinco, seis y siete meses han avanzado de mi vida, con una pequeña criatura creciendo dentro de mí. Mi vientre sigue con esa forma redonda, muy bonita, que siempre le ha hecho saber a mi madre que es una niña. Las abuelas saben de esos temas, y desde el principio ella me dijo que tendría una bebé.
Mis ojos se anclan al monitor que está a un costado de la camilla mientras la doctora nos da el informe de cómo está nuestra hija; nos indica que está sana, que el peso y el tamaño son idóneos para su tiempo de gestación.
—Es muy activa, doctora. Se mueve mucho y siempre quiere que su mami le esté dando comida. —comenta Simón con orgullo. Él está a mi lado, aferrando su mano a la mía.
Sus palabras logran que mi corazón dé un vuelvo brusco, por recordar que la nena conoce su voz, espera que él le hable y la acaricie. Él se ha ganado su pequeño corazoncito, porque está empeñado en darle todo su amor para que reconozca a su papi y lo extrañe todo tiempo, por eso, apenas lo escucha, aunque sea desde lejos, empieza a moverse como si esa voz del hombre que la amará toda su vida, fuera su mayor alegría. En cambio, yo, no he logrado ser esa mamá que debo ser, las palabras de amor y de ternura no me fluyen; lo intento, pero cada sentimiento que quiero expresarle en voz alta se me atasca en la garganta y me aprieta el pecho.
—Es normal, papito. La bebé está en esos meses donde el desarrollo es más acelerado. A partir de este mes sus lazos afectivos se afianzarán con ustedes, así que aprovechen para hacerle saber que papá y mamá la aman y la esperan con mucha ilusión. Créanme que el vínculo de amor que se forja desde el vientre es perdurable en el tiempo, porque los bebés nacen con ese conocimiento de ese amor que les fue profesado. —responde la doctora, moviendo el aparato sobre mi vientre.
Siento el gel frío, erizarme la piel, mientras sus palabras logran que mis ojos ardan y mis lágrimas se asomen, por entender que mi niña aún no ha recibido mi primera palabra de amor.
Aprieto fuerte la mano de Simón, cuando los latidos de mi hija hacen eco en las paredes de este consultorio, y retumban en mi corazón como un tambor a punto de reventarse. No puedo evitarlo, mis lágrimas empiezan a salir, intercalando mi mirada entre el rostro del hombre que me acompaña, y la pantalla que muestra con claridad la imagen de mi nena completamente formada, al tiempo que su corazoncito sigue emitiendo el sonido de amor más puro que he podido escuchar.
—Es nuestra nena, mi amor. Es lindo escucharla, ¿cierto? —dice Simón emocionado, inclinándose hacia mí, acuna mi rostro y empieza a secar mis lágrimas con sus pulgares.
—Sí, es lindo escucharla. Es bonito saber que, aun cuando su mami no habla con ella, mi niña, a través de sus latidos, habla conmigo. La sentí aquí, muy fuerte, mi corazón la siente —confieso apoyando mi mano libre en la parte izquierda de mi pecho, mientras estoy envuelta en un llanto lleno de sentimiento que no puedo contener.
—Oye, eso se te escuchó muy tierno. Te ves muy bella soltando esa ternura que, sé, tienes guardada para tu hija. —comenta el hombre más hermoso y bondadoso que la vida pudo cruzar en mi camino.
La doctora, sin decir una sola palabra, sale del consultorio. Me imagino que entiende que este es un momento donde mi fragilidad sale a la luz y necesito un poco de privacidad con el amor de mi vida, y la pequeña nena que llevo dentro.
—No sé cómo decirle que ella es mi niña, que la espero y que la amo, porque es una partecita de mí que adoro sentir conmigo todo el tiempo. He querido aprender de ti cada vez que te escucho, hablarle con ternura y con mimos, para yo también hacerlo. Pero… No lo logro, cada vez que lo intento fallo porque no sé cómo expresarme con ella. —confieso, dándome la oportunidad de ser sincera.
Sé que él lo sabe, él me entiende y por ello, cuando le habla a la nena, agarra mis manos y sin decirme nada las apoya sobre mi creciente panza.
—Ella sabe que mamá la ama, si te siente, mi amor. Ya te conoce, y contigo se siente segura, porque eres quien la refugia. —Me habla con ternura, entrelazando sus manos con las mías, y empieza a moverlas suavecitos sobre mi vientre —Ella espera que las manos de mamá la acaricien, por eso se mueve tanto, se pone feliz cuando te siente. —Habla bajito sin dejar de deslizar lentamente nuestras manos por mi panza desnuda.
De inmediato, la pequeña que creía estaba dormida comienza a moverse como una loquita, logrando sacarme una sonrisa en medio de mi llanto.
—Yo quiero hablarle, quiero mimarla. No quiero ser tan seca con ella, porque esa dureza no es lo que realmente siento por mi niña. —Hablo, dejando fijo mis ojos en mi vientre, donde veo los movimientos de quien me está confirmando que el calor de mis manos la hace sentir feliz.
—Lo sé, mi amor. Lo harás poco a poco. Lo lograremos juntos. ¿Quieres que te enseñe un poquito cómo expresarle ese amor tan bonito que sientes por ella? —pregunta quién apoya sus labios sobre mi vientre y empieza a darle besos a su hija.
—¿Tú harías eso por mí? —pregunto, y me es inevitable tener un poco de vergüenza, por sentir que necesito ayuda para lograr algo que me debe fluir como madre.
—Yo haría todo por ti, y saber que ese lindo ser que eres, quiere romper el hielo para hablar con nuestra niña, me motiva como no puedes imaginarte para guiarte y ser tu apoyo en este lindo proceso.