Un Amor Para Toda La Vida

EPíLOGO

Sé valiente, mujer

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Simón

Es una tarde mágica en casa. La chimenea chispea suavemente, mientras las luces del árbol de Navidad parpadean al compás de los villancicos que suenan de fondo. Las risas de los niños llenan el ambiente, acompañadas por el susurro de los copos de nieve cayendo fuera de las ventanas decoradas con guirnaldas y copos de papel.

—¡Diez... vente... trenta… cien! ¡Ya te vooooy a encontrar, Lucas! —exclama Martina, saltándose un montón de números en su cuenta. Su vocecita tierna está cargada de entusiasmo. Mientras busca a Lucas, quien está escondido detrás del sillón, tratando de contener la risa.

Desde mi escondite detrás de una cortina, observo con ternura. Mi nena corre por la sala, sus trencitas rebotan al ritmo de sus pequeños pasos y sus pantuflas de conejo resaltan sus pequeños pies.

—¡Te encontré, helmanito! —grita triunfal, da media vuelta e intenta correr hacia la base.

Lucas se levanta con rapidez para correr hacia la pared y tocar libre antes que ella. La sala está llena de las risas divertidas de mi hijo mayor, cuando Martina se detiene con un puchero, con carita de enojo y los bracitos cruzados, cuando su hermano es más rápido y llega primero. Pero antes de que pueda protestar, sus ojitos brillan al enfocarse en mi dirección.

—¡Papá, no tesh condas másh que ya te entontle! —anuncia, señalándome con su dedito mientras yo finjo sorpresa y salgo de mi escondite, alzando las manos en rendición.

—¡Eres una campeona, mi amor! —le digo, recibiéndola en un abrazo y lleno de besos sus mejillas gorditas.

Lucas llega también y se lanza sobre mí, derribándonos a los tres en una pila de risas.

En medio de este juego, mi corazón se llena de gratitud enorme. Me siento afortunado por todo lo que la vida me ha concedido. Mis hijos son mi mayor regalo, mi razón de ser. Martina y Lucas fueron esa primera luz en mi vida, y ahora que Ariana y Elizabeth también están conmigo, con ellos cuatro a mi lado siento que mi mundo está completo. Nada podría ser mejor que este momento, con ellos mi pequeño universo es perfecto.

El juego y las risas se detienen de golpe cuando un llanto tierno inunda nuestros oídos. Los tres levantamos la cabeza al unísono.

—¡La bebé ya despertó! —exclama Lucas emocionado, y sin esperar más, corre hacia las escaleras.

Martina me mira con sus bracitos extendidos.

—Cálgame, papi, quero llegal más rapilo —pide, y no dudo en alzarla. Subimos juntos, mientras las risas y pisadas de Lucas resuenan por el pasillo. Lo alcanzo a ver a lo lejos como va como un loquito, por ver a la bebé que solo tiene dos semanas de haber nacido.

Cuando llegamos al cuarto de Elizabeth, Lucas ya está dentro, con la puerta abierta de par en par. Detengo mis pasos anonadado con la escena que encuentro. Desde el marco, mis ojos captan esa imagen que soñaba ver.

Ariana está junto a la cuna, inclinada sobre nuestra pequeña.

—Oye, pero si que te ensuciaste toda. Mami tuvo mucho trabajo al quitar este paño. Eres una pequeña muy comelona por eso haces tanto popis. —Su voz es un susurro lleno de amor mientras le habla. Está cambiándole el pañal con destreza, y la pequeña Elizabeth, aunque llorosa, empieza a calmarse al sentir las caricias suaves de su mamá. Mientras su hermanito mira curioso tapándose la nariz con una de sus manos. Sus ojos maternales se intercalan entre el nene que la mira maravillado y su bebesita.

Una vez limpia, Ariana la toma en sus brazos, se sienta en la mecedora, saca uno de sus senos y comienza a amamantarla. La bebé sin perder tiempo se aferra de su pezón con voracidad, calmándose al instante.

—Mami, mi hermanita llora muy dulo. La escuchan hasta los vecinos —dice Lucas con ternura, acariciando la cabecita de su hermana.

—Sí, es una bebé que grita mucho. Cuando tiene hambre, no hay quien la controle —responde Ariana, sonriendo mientras observa a nuestros hijos interactuar con tanta delicadeza con su hermana.

La escena me llena de una paz indescriptible. Ver a la mujer de mi vida, siendo una madre tan abnegada me confirma lo que siempre supe, ella es un ser humano maravilloso.

Martina se acomoda en mis brazos, mirando fijamente a su hermanita.

—Papi, la beba es linda, ¿puelo jugal con ella? —comenta con una risita. Desde que la nena llegó a casa ese es un pequeño sueño que quiere cumplir.

No puedo evitar reírme por la carita tan llena de ilusión que pone.

—Cuando esté un poco más grande, ahora es una nena muy pequeñita, es frágil, tenemos que cuidarla. En unos meses podrás jugar mucho con ella ¿De acuerdo? —Le explico.

—Shi.. De cueldo —responde tranquila, bajando rápido de mis brazos. Camina hacia su madre, se posa al otro extremo de la mecedora y con mucho amor de hermana mayor, no quita sus ojitos de la nena.

Camino hacia Ariana, me siento en la cama quedando frente a ella.

La miro más fascinado y enamorado que nunca. Ella no lo nota, pero en sus ojos hay un brillo diferente, una chispa bonita que pensé había perdido para siempre. Mientras sostiene a Elizabeth y la alimenta, hay algo tan puro y natural en su amor que me deja sin palabras. Pienso en lo lejos que ha llegado y en lo mucho que ha logrado estos últimos meses, porque pasó de ser una mujer rota por el dolor a alguien que ha encontrado fuerza en su maternidad, porque ella ha convertido el amor que siente por este pequeño ser que trajo al mundo, en su motor para sanar. Es increíble como un ser tan inocente e indefenso, tiene el poder de despertar un amor tan inmenso en ella. Justo ese sentimiento tan sublime no solo ha logrado regresarmela, también ha sanado partes de mí que estaban heridas.




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