Un Amor Para Toda La Vida

Extra

Lunar especial

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Ariana

Camino por los pasillos de la universidad con mis libros abrazados contra mi pecho. Decidí continuar con mis estudios, y es una gran decisión que me llena de satisfacción. El aire aquí siempre huele a café, el cual se mezcla con las risas y conversaciones, una combinación que me encanta. Hoy he salido temprano de clases, con el tiempo justo para recoger a Elizabeth en casa de Adriana antes ir a recoger a Lucas y a Martina al colegio. Todo está planeado perfectamente... o eso creo hasta que siento unas manos firmes atrapándome por el brazo y jalarme hacia un rincón. El hombre grande que se me viene encima y acorrala mi cuerpo me hace sonreír.

Como siempre, mi corazón da un vuelco cuando veo esos ojos inmensamente azules, tan llenos de vida y deseo, mirándome como si hubieran pasado meses enteros sin verme.

—Simón... —susurro, pero no me deja decir más. Su boca encuentra la mía con la misma intensidad que la primera vez que nos besamos en esta universidad. Siento ese nerviosismo por pensar que nos atraparan, pero, por un momento, mi cabeza se eleva y me olvido de todo. Me aferro a su camisa, respondiendo a su beso, disfrutando del encuentro.

—Eres un loco —digo, jadeante cuando por fin se separa apenas unos centímetros—. Nos van a ver. Sabes que el director nos pidió discreción para no tener problemas.

El sonríe por mi comentario, ese gesto travieso y encantador hace que mis nervios se opaquen un poco.

—Lo sé —responde, su voz es un susurro grave que se cuela directo a mi pecho—. Pero no puedo aguantar las ganas de verte por aquí, tan cerquita de mí, y no besarte. Me gusta mucho besar a mi esposa.

—Y a mí me encanta que lo hagas, amo mucho que me beses —respondo, justo antes de que él capture mis labios nuevamente en un beso más intenso. Mi espalda toca suavemente la pared, y por un momento olvido dónde estamos. Que volveremos a ser alumna y profesor, y en este lugar tenemos prohibidos los arrumacos. Sus manos se posan en mi cintura, firmes, tallando mi piel sobre mi ropa, y siento que todo lo que soy se concentra en este instante.

Con esfuerzo, detengo el beso, sonriendo contra sus labios mientras coloco mi mano en su pecho para marcar una distancia.

—Nos vemos en casa de tu mamá en la tarde —le digo, acariciando suavemente su mejilla—. Le prometí que hoy le llevaría a los niños, así que pasaremos toda la tarde con ella y con la bisabuela. ¿Ok?

De inmediato asiente, al tiempo que sus manos inquietas atrapan mi rostro para robarme un último beso.

—Ok, nos vemos allá —dice, con una sonrisa que me hace querer quedarme allí toda la tarde, arrinconada para que haga de mí lo que desee.

Le doy un besito más de despedida y antes de que se arrebate y no me deje salir, huyo del rincón con cuidado, echando un vistazo para asegurarme de que no haya nadie cerca. Subo al ascensor, aun sintiendo el calor de sus labios en los míos, y llego al estacionamiento. Subo a mi auto, aferro mis manos al volante sin poder borrar la sonrisa en mis labios, mientras pienso en mi esposo. El motor cobra vida y arranco el recorrido con destino a la casa de Adriana.

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Llego al departamento de Adriana, ella me abre la puerta, doy pasos hacia dentro, y encuentro a mi bebé sentada en el piso con un montón de juguetes. En cuanto la pequeña me ve, suelta una risita y estira sus manitas hacia mí.

—¡Mi princesa hermosa! —digo, mientras la levanto y la lleno de besos en sus mejillas gorditas. Está por cumplir ocho meses, y mi peque está preciosa. Vuelvo a sentar a mi nena en el piso cuando se precipita a bajarse de mis brazos porque quiere seguir jugando.

Mi hermana me sonríe, pero su sonrisa no llega a sus ojos, no ilumina su rostro como suele ser cuando realmente está feliz. Hay algo en su mirada que me inquieta, un peso que no puedo describir.

—Adri, ¿qué te pasa? —pregunto de inmediato.

—Nada, Ari —responde, forzando una sonrisa que no logra convencerme.

Dejo escapar un suspiro y fijo mi mirada en ella.

—No me mientas. Te conozco mucho como saber que algo tienes. Confía en mí, soy tu hermanita menor, pero puedo escucharte e incluso, quizás, pueda darte un consejo. Anda, habla conmigo. —insisto.

Ella titubea por un momento, pero finalmente se rinde.

—Pasa que ahora no solo estoy desempleada, sino que también pronto seré una mujer divorciada. Mi vida se está yendo al carajo, Ari. Todo lo que creí que era mío se me va de las manos —responde, con la voz quebrada.

Mi corazón se encoge al verla tan vulnerable. Hace dos semanas quedó sin empleo porque la empresa donde trabajaba cerró sus operaciones, y ahora esto.

—Pero, ¿qué sucedió con Mauro? ¿Te pidió el divorcio? —pregunto preocupada, sinceramente, aunque internamente siento que esta separación puede ser lo mejor para ella.

—No, él aún no lo sabe, pero esta noche seré yo quien me vaya de su vida. Ayer descubrí que no solo me engañó con varias mujeres, por eso se ausenta tanto, todos esos compromisos de trabajo que según tenía eran puras mentiras. Me siento estúpida, Ari. ¿Cómo pude creerle que en realidad quería una vida conmigo?




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