A la mañana siguiente, el sol apenas comenzaba a asomar por el horizonte, derramando una luz cálida sobre el océano, haciendo que las olas brillaran como si estuvieran cubiertas de pequeñas joyas. Me desperté con una sensación extraña, mezcla de cansancio y un leve atisbo de alivio, como si las emociones de la noche anterior aún estuvieran conmigo, pero se hubieran asentado en una especie de calma tensa.
Me quedé unos minutos en la cama, contemplando el techo de la habitación que me habían asignado desde que llegué a esta casa. La noche de Año Nuevo había sido agridulce, una mezcla de nostalgia y esperanza que no sabía bien cómo procesar. El sonido lejano del mar me ofrecía cierta paz, pero mi mente seguía atrapada en los ecos del pasado.
Finalmente, decidí levantarme. Bajé las escaleras con lentitud, mis pies descalzos rozando la madera fría del suelo. Podía escuchar el murmullo de voces en la cocina, seguramente la familia ya estaba despierta, comenzando el día. Todo lo ocurrido durante la noche había sido bueno a final de cuentas.
Al cruzar el umbral de la cocina, me encontré con la abuela sentada a la mesa, bebiendo una taza de té. Alzó la mirada al verme entrar y me dedicó una sonrisa cálida.
—Buenos días, querida —me saludó con dulzura—. ¿Cómo dormiste?
—Bien... supongo —mentí suavemente. La verdad es que había pasado buena parte de la noche dando vueltas en la cama, pensando en todo lo que había dejado atrás. Pero no quería preocuparla, no después de todo lo que ya habían hecho por mí.
Me senté en la mesa, aceptando la taza de té que me ofreció. El aroma a hierbas me envolvió y por un momento, el calor en mis manos me hizo sentir más tranquila. Afuera, los primeros rayos del sol seguían coloreando el paisaje, y la quietud de la mañana me invitaba a dejarme llevar por el momento.
—El comienzo de un nuevo año siempre trae emociones encontradas —comentó la abuela, mirando por la ventana como si pudiera leer mis pensamientos—. A veces nos aferramos al pasado porque tememos lo que el futuro nos deparará.
Asentí, tomando un sorbo de té, sin saber muy bien qué responder. La verdad es que mi futuro me aterraba. No tenía un plan, no sabía qué hacer con mi vida ahora que mi pasado estaba tan lejos, y el dolor de la traición aún tan presente.
—No tienes que decidir todo de inmediato —continuó la abuela, como si hubiera leído mi mente—. A veces, el simple hecho de estar aquí, de permitirte sentir, ya es un paso adelante.
En ese momento, la puerta trasera se abrió y los sonidos del jardín invadieron la cocina. Los hijos pequeños de la familia corrían por el césped, persiguiéndose entre risas y gritos. Su alegría era tan pura, tan despreocupada, que me costaba no sentir un pequeño pinchazo de envidia por esa inocencia que yo había perdido hace tanto tiempo.
—Mira a esos niños —dijo la abuela, observándolos con una mirada llena de ternura—. Ellos no piensan en el mañana, ni en lo que dejaron atrás. Solo viven el momento, y encuentran felicidad en las cosas más simples.
—Ojalá pudiera ser tan fácil para mí —murmuré, más para mí misma que para ella.
—Lo será, con el tiempo. No es que olvides el dolor o lo que has perdido, pero aprendes a vivir con ello. A encontrar pequeños momentos de paz en medio de la tormenta.
Me quedé en silencio, dejando que sus palabras se asentaran en mi mente. Tal vez tenía razón. Tal vez, con el tiempo, podría encontrar una manera de sentirme en paz, de no dejar que el pasado siguiera gobernando cada pensamiento, cada decisión.
—Hoy no hay nada que debas hacer —dijo, levantándose de la mesa con una sonrisa amable—. Tómate el día para ti. Ve al mar, respira. A veces el mejor remedio es dejarse llevar por la naturaleza, ella sabe cómo sanar nuestras heridas.
La miré agradecida, asintiendo levemente. Tal vez era justo lo que necesitaba: un día para estar sola, para ordenar mis pensamientos y encontrar un poco de claridad en medio del caos. Mientras la casa se llenaba del bullicio matutino, me aferré a esa idea, sintiendo que tal vez, solo tal vez, podía comenzar a dar pequeños pasos hacia adelante.
Es extraño como el tiempo te puede destruir y te puede sanar, no es algo que se ve de un momento a otro, evidentemente hace de las suyas, no te da el dolor y te lo quita así de la nada, eso es lo que no me agrada, porque no puede ser tu amigo, simplemente hace de tu vida un juego, un vaivén entre felicidad, tristeza, y todas las emociones que puedes experimentar.
Me gustaría decir que me hice amiga del tiempo, pero parece odiarme, o al menos no hay una buena relación, cuanto más intento seguir, dejar que todo sane a su ritmo, hay algo que me hace caer, es como subir de nuevo la misma escalera, ver las metáforas de cómo es en verdad este mundo desanima, pero también te hace creer que hay esperanza.
Me aferro a la idea de que todo tiene un nuevo comienzo y pensar que lo que estoy haciendo es dar un nuevo inicio a mi vida, no desde cero, pero es mejor a decir que nunca inicié, o que nunca le di otra oportunidad a todo lo que me rodea.
—Hola, T/N —Andy me alcanzó al llegar a la playa, donde la mañana se sentía fresca.
—Buen día —respondí suavemente con una sonrisa.
Hablar con la abuela comenzaba a ser mi parte favorita de estar aquí, sabía cómo mejorar mi estado de ánimo, como si de verdad fuera mi abuela y me conociera de hace años y no unos días.