Cuatro años atrás.
La codicia se paga con lo que uno más ama.
Eso aprendió Thessar a través de un río ensangrentado a medida que apretaba los puños, observando sin emoción alguna la escena enfrente suyo. Su corazón se había bloqueado y en lugar de entender, su codicia aumentó, generando un irresistible deseo de venganza al detallar el cuerpo de su mujer y el de los sirvientes que intentaron protegerla.
No se percató del color que adquirió su vista ni mucho menos que una sonrisa destrozada se ensanchaba en sus labios. Tal vez hubiera seguido en aquel trance de no ser por el llanto desconsolado de los bebés que inundaron sus oídos. La mirada oscura de Thessar se enfocó en las pequeñas criaturas que apenas cumplían un mes de nacidos. Entonces, sus piernas flaquearon, impactando contra el piso sucio de la mansión.
—Nunca me amaste como lo hiciste con ellos. —pronunció ahogado, sintiendo que el nudo en su garganta lo iba a matar. Asimismo, acercó una mano al rostro magullado de su esposa, entrando en contacto con la sangre seca. De repente, la escena se volvió más escalofriante cuando los destellos de la luna se filtraron por el ventanal, confirmando que a sabiendas de que la atraparían, su mujer nunca abandonó a los niños.
Incluso si podía salvarse al dejarlos, ella los abrazó, protegiéndolos a costa de su vida. Lo más sorprendente era que por la posición, los brazos de la fallecida seguían sosteniendo con firmeza a los gemelos, luciendo sus extremidades como un nido de ramas secas. Tras el asesinato de su esposa, Thessar se surmergió en una miseria, ignorando el llanto triste de los pequeños, víctimas de la codicia y huérfanos de madre.
—¡Señor! ¡Los forenses están en camino! ¡No debe tocar nada! —anunció agitado, su mano derecha, corriendo en su dirección con la tenue luz de un candelabro. A Thessar no le interesó nada más que su esposa muerta. —La señora…—balbuceó incrédulo, Galip, tomando consciencia de la escena sombría. Por inercia, se fijó en su jefe, sintiendo un dolor profundo en el corazón al notar que Thessar mantenía una expresión fría pese a verse quebrado.
Fue cuestión de segundos para que Galip actuara, agachándose para tomar en brazos a los pequeños niños, estos incrementaron su llanto al ser alejados del cuerpo frío de su madre, como si supieran que perdieron al ser que más los amó y cuidó. Rápidamente, el castaño limpió la sangre del rostro de los bebés a medida que trataba de calmarlos aunque no había consuelo suficiente y el padre de estos, no hizo nada más que abrazar el cuerpo de su mujer.
Thessar se aferró con desesperación.
—Galip. —llamó a su asistente, rechinando los dientes al mismo tiempo que hundía sus uñas en los hombros de su esposa. Sin poder controlarlo, las lágrimas se deslizaron por sus cachetes, humedeciendo el cabello de la fallecida.
—Dígame, señor. —contestó con retraso, lidiando con los pequeños pese a que creyó que el primero en cargarlos sería su padre. No obstante, la siguiente orden de Thessar, lo desconcertó al detectar odio y repudio.
Thessar mordió sus labios, sintiendo que iba a explotar si escuchaba una vez más aquel ruido irritante. Sin ningún de remordimiento y culpando a sus hijos en silencio, dictaminó:
—Desaparece a esos niños de mi vista.
No les perdonaría haber matado al amor de su vida.