Viernes 28 de mayo, 2012.
La mansión en donde se residía, no era diferente a una jaula dorada. Especialmente, porque cada movimiento era monitoreado por la seguridad interna. Analizar esos detalles fue más fácil durante el tiempo que quedó confinada en su habitación. Entonces, el trabajo se redujo al recibir el permiso para pasear y recorrer los alrededores. Se suponía que eso haría que la adaptación a un nuevo mundo se facilitara, sin embargo, existían muchas variables que se interponían. Nada era igual que antes.
Los ojos de Thessar estaban por cada rincón.
—Señor Galip. ¿Por qué no he podido ver a los niños? —cuestionó imperturbable al asistente. Era curioso disimular su intriga, ya que no recibía solamente clases de etiqueta de él, sino que ahora la perseguía. —Ha transcurrido una semana entera. —exigió una respuesta, observando el hermoso jardín al mismo tiempo que bebía una taza de té.
Bahar entendía que no podía frecuentar a los niños hasta que estuviera recuperada. No era un buen comienzo presentarse con toneladas de maquillaje para tapar los pecados de su padre. Indirectamente, eso le comentaron las empleadas al ver que se inquietaba por ver a los gemelos. Para la turca, era complicado no desconfiar de cualquier cosa.
—No debe preocuparse por ellos, señorita. —respondió indiferente Galip, desviando la mirada a las empleadas. Ante la respuesta vaga, la turca dibujó una sonrisa irónica, apretando la tela de su vestido. —Descanse hasta que se sienta cómoda. —recomendó con experiencia, queriendo que la muchacha no se exigiera tanto.
Hubo un silencio que ninguno de los presentes supo interpretar. Bahar continuó muda, buscando una hipótesis al porqué no podía ver a los niños. Ese análisis se vio perturbado cuando vio por el otro camino opuesto a una mujer joven. El asistente también notó a dónde se dirigía la mirada de la castaña, aún así, no añadió ningún tipo de información.
—Mis heridas han sanado, señor. Quiero ver a los pequeños. —insistió persistente, ignorando el hecho de que la invitada pasó de largo junto a los guardaespaldas de la mansión, en una dirección a la que Bahar tenía prohibida ir. —Disfruté el té. Por favor, recojan las cosas. —ordenó acostumbrada a su nueva posición. Galip de inmediato la siguió cuando ella empezó a caminar.
Se vio obligado a preguntar:
—¿A dónde pretende ir? —pidió una respuesta, sintiendo que los nervios florecían en su cuerpo, porque la dama iba en camino al dormitorio de los gemelos. —No debería venir por acá. —expresó autoritario, a sabiendas que Bahar no era capaz de tener conocimiento sobre la estructura de la mansión. No se le ocurrió que la muchacha ya estuviera tejiendo sus propias conexiones entre los empleados.
La turca se plantó a medio sendero, permitiendo que las otras empleadas la alcanzaran. Entonces, giró el cuello, clavando su mirada clara encima de Galip. El asistente podía lucir tímido y acomplejado frente a ella, como si le tuviera lástima, pero no por nada, era la mano derecho de un tirano como Thessar.
—Si ellos no quieren venir a verme, no tengo otra opción que ir a visitarlos. ¿No piensa lo mismo? —soltó firme, teniendo de antemano información respecto a que Galip cuidaba a los niños como si fueran sus propios bebés. —En nuestro primer encuentro, se fueron tras el señor Thessar unos minutos después y a mí me dejaron sola. Supongo que no les agrado. —recopiló los hechos. El asistente no refutó y suspirando, tomó la delantera, guiando a la nueva madrastra de los gemelos.
—Son pequeños, tenga en cuenta eso. —pronunció a la defensiva, sacando un escudo que protegería a los herederos de cualquier peligro. Bahar reconoció de inmediato su determinación. Por esa razón, no volvió a importunar al asistente hasta que llegaron a una habitación de puertas anchas. Era más bien una sala de juegos.
Ante Bahar se abrió un mundo nuevo cuando Galip ingresó sin titubear, siendo recibido por los niños en escasos segundos. La turca estudió el ambiente, contando la cantidad de empleadas y niñeras que los servían. Además, a diferencia de los alrededores de su habitación que exudaban oscuridad y monotonía, en este anexo era lo contrario. Era como si los empleados se esforzaran por brindarles un entorno adecuado a las criaturas.
—Debería decir algo, mi señora. —susurró una empleada a su oído, sacando a la turca de su trance, puesto que se estancó en el umbral de la puerta. La intervención de la mucama, llamó la atención del mayor de los gemelos, la mirada de este se transformó, luciendo similar a la de su progenitor.
Esa similitud no pasó desapercibida para ella.
—Los vi esta mañana, pero igual los extrañé. —confesó amoroso Galip, besando la cabeza de cada niño hasta que se arrodilló. Acarició las manos de los gemelos, capturando su atención con rapidez. —Han tenido una actitud muy descortés estos días, así que la señora ha venido a ver cómo se encuentran, Erdogan y Ercan. —explicó la aparición de Bahar, esperando su cooperación. El nombre de ambos comenzaban con la misma inicial E&E.
Los empleados de la mansión eran conscientes de que los niños repelían a su madrastra. Por tal motivo, se inventaban excusas o hacían algún berrinche para no verla cada vez que la muchacha los llamaba a su habitación o a comer.
—Me comentaron que suelen pasar gran parte de su día jugando dentro del anexo. —intervino amable Bahar, tomando la iniciativa para incorporarse a la conversación. Entonces dio un par de pasos, deteniéndose al notar que uno de ellos se escondía en los brazos de Galip y el otro arrugaba su nariz. —¿Por qué no jugamos afuera hoy? —intentó otra cosa, brindándoles su mejor sonrisa. Ninguno de los gemelos reaccionó.