Un matrimonio con el Diablo

7: Salvaje y mudo

A diferencia del crecimiento de otros infantes contemporáneos, los gemelos sintieron desde muy jóvenes la indiferencia de su padre. No se trataba de no verlo con frecuencia o no pasar tiempo con él, sino que no eran del interés de su progenitor en absoluto. Por esa razón, fueron vulnerables a cualquier peligro, porque en la mansión, solo contaban con una persona que los amaba con sinceridad y los cuidaba. Ahora que Galip estaba ausente, se sentía otra vez la hostilidad de las niñeras, aquellas mujeres hipócritas que tanto detestaba Erdogan. 

Incluso si la mayoría de empleadas buscaban congraciarse con la nueva señora, el porcentaje restante estaba cómodo con su posición e influencia. Tal era el caso de la niñera principal, esta se encargaba del cuidado y bienestar de los gemelos. No obstante, la mujer no laboraba como debía ni tampoco tenía intención de establecer lazos con Bahar, porque suponía que los niños simplemente serían un obstáculo para ella. Creyendo eso, la niñera no tuvo remordimiento al seguir abusando de los menores a su cargo. 

Nadie se atrevía a contradecirla. 

El escenario no era diferente a lo habitual, al menos, no para Ercan. La criatura observó con temor cómo su hermano le respondía a gritos a la niñera mientras esta ejercía más fuerza al agarrarlo de su frágil muñeca. El motivo de la disputa era simple. Se trataba de Erdogan rebelándose contra los abusos de la niñera. 

—¡Niño malcriado! ¡Cierra la boca si no te quieres quedar sin comer hoy! —chilló frustrada, enrojeciendo a tal extremo que parecía fuera de sus cabales. Erdogan rechinó los dientes, gritando más fuerte para que soltara su muñeca. —¡Te dije que te calles! —repitió enojada, empujando al niño hacia atrás. Tal acción violenta ocasionó que el menor cayera de espalda al suelo de la habitación. 

Las otras niñeras, en lugar de auxiliar a Erdogan, decidieron ignorar lo que presenciaron y se mantuvieron quietas. De todos modos, no sentían culpa o algo parecido, puesto que esto no era nada grave y los niños se recuperaban mejor que los adultos. Mientras la niñera principal maldecía y veía mal a Erdogan, este se alzó de nuevo, conteniendo el dolor. 

—¡Bluja loca! ¡El monstluo te comelá! —anunció orgulloso. Erdogan no se puso a lloriquear, optó por sonreír antes de alborotar el gallinero cuando se lanzó sobre su cuidadora y la mordió, clavando excesivamente sus diminutas muelas. 

—¡Demonio andante! —gritó enardecida, sintiendo un dolor intenso al percibir las uñas y los dientes de Erdogan en su piel. Las mujeres se escandalizaron al ver gotas de sangre, como si el pequeño pretendiera arrancarle un trozo de carne. —¡Aparténlo de mí! ¡Suelta mi pierna! ¡Déjame! —se desesperó con dolor, haciendo el intento por despegarlo de su cuerpo. En medio del suceso, las otras personas intervinieron. 

Un par de ellas tomó el cuerpo de la criatura y otras jalaron a la niñera principal. Toda esa situación resultó satisfactoria para Erdogan. 

Por otro lado, Ercan se abrazó más a su peluche, manteniéndose asustado en un rincón de la habitación. Tanto era su miedo que lo único que pudo hacer, fue llorar por ambos. El menor de los gemelos sollozó atemorizado al ver cómo jalaban a Erdogan hasta que la boca de este se llenó de sangre. Finalmente, las niñeras los separaron, auxiliando a la encargada. 

—¡Qué nadie les dé comida a este salvaje y al mudo! —sentenció alterada, apoyando sus brazos en las niñeras para poder levantarse. El poco personal presente asintió, obedeciendo la orden directa. —¡Es un perro loco! ¡No es un ser humano, sino un psicópata igual que el padre! ¡Por eso su madre se fue primero que ustedes! —bramó, escupiendo una sarta de tonterías a modo de desquite. Esas palabras hirieron de alguna forma a Ercan, logrando que su gemelo lo notara. 

Cuando se quedaron solos y confinados en su habitación por el sonido de la cerradura, Erdogan se limpió la boca y buscó a su hermano, tomando responsabilidad por la horrible escena. Se sentó en el suelo, gateando hacia el rincón que funcionaba como lugar seguro de su gemelo, entonces asomó su rostro por la puerta semiabierta del armario, donde Ercan visualizó cada detalle. 

—¿Tienes flío? —preguntó inocente, Erdogan, llamando de inmediato la atención de su hermanito. Ercan elevó su mirada con los ojos llorosos, entonces se relajó un poco al ver la sonrisa brillante del mayor. —Ya no reglesalán. ¿Tuviste miedo? —susurró feliz. A continuación, terminó de abrir la puerta y extendió sus brazos. De inmediato, Ercan se lanzó a abrazarlo, ocultando su rostro en el cuerpo diminuto de Erdogan. —No debes hacheles caso. —le hizo saber, depositando un besito en la frente de su gemelo. 

Frecuentemente, las niñeras se quejaban de que su trabajo era aún más difícil, porque alegaban que Ercan era un niño mudo. El menor no hablaba ni pronunciaba ninguna palabra, tampoco emitía sonidos al momento de llorar o lastimarse, era como un muñeco sin voluntad. Todos creían eso, a excepción de su gemelo. La otra razón por la que Erdogan empezó a rebelarse fueron por las burlas hacia su hermano. 

—Mamá nos cuida desde alibla. —aclaró con dificultad para pronunciar dicha letra. Para ese instante, Ercan le creyó. Él nunca desconfiaría de su hermano mayor cuando lo protegía mucho. —Galip vendlá plonto. —lo calmó, mirando a su retrato vivo con mucho amor al mismo tiempo que le limpiaba las lágrimas. 

—¿Dluele? —se preocupó Ercan, señalando las heridas físicas de su cuerpo. Al escuchar la voz del menor, Erdogan se sintió contento de recordar que era el único con quien su hermano hablaba. Despeinó el cabello rubio de su gemelo, negando. 




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