Italia, Milán, 2028.
Lo intentó, quiso hacer funcionar su matrimonio, aquel que estaba condenado al fracaso porque su corazón frío se cerraba las puertas, marcándose rejas alrededor para que captaran el mensaje, él no amaba y no se enredaría amorosamente con otra italiana. Se casó para saldar una deuda con una mocosa caprichosa y para cerrar el problema, la tuvo encima porque decía haberse enamorado de él, cuestión que no le creyó al principio, aunque, lo notó después.
Era un hombre exitoso, pasó de ser un hijo bastardo y olvidado, a ser el presidente de la marca de lujo, que manejaba su familia como dueños. Marcó el tiempo en su reloj de muñeca, juzgándola en silencio por su falta de responsabilidad. Los últimos meses su esposa y él no habían cohabitado en la misma casa, Antonie se la pasaba en viajes de negocios mientras que Annia se deprimía.
—Llegas tarde, mia cara. —presionó su falta cuando la mujer entró a la sala, lugar donde se llevaba a cabo su divorcio. En el espacio yacían el abogado de Annia y el suyo. —Pensar que tú presentaste la demanda de divorcio y, aun así, no maduras. —detalló al autor, que inició todo esto. Ambos eran interesados y no se ocultaban la enemistad que se formó durante su matrimonio.
La italiana sonrió falsamente, arreglándose el bolso, que colgaba en su hombro mientras marchaba hacia su silla, ubicada al costado del licenciado. Annia Berlusconi era difícil de leer, sus labios temblaban ligeramente, ocultando su trastorno de ansiedad.
—Aunque hubiera llegado temprano, ni siquiera te habría notado. Eres perfecto siendo invisible. —devolvió el contraataque, burlándose con una sonrisa arrogante. El buen humor de Antonie se esfumó, preguntándose por qué no se divorció antes. Hace dos años, él no era más que la sombra de su hermano mayor, pero cuando su imagen cayó, fue su momento de brillar, su oportunidad de probarse y demostrar que también merecía reconocimiento.
—Era tan invisible, que se te salían los ojos cuando cruzaba el umbral de la puerta de nuestra casa. —rechinó irritante, provocándola. Annia tomó asiento en frente suyo, parpadeando sus pestañas como si no hubiera escuchado eso. —Pero, en fin, no seré parte de tu jueguito infantil, principessa. —paró su pleito. Los licenciados intervinieron antes, que se formara una lucha libre entre esos dos.
—Es mejor comenzar de una buena vez. —informó el abogado de su esposa. —Y tratemos de no tener problemas verbales durante el proceso. —advirtió paciente, implorándoles que se llevaran bien en el tiempo, que estuvieran reunidos. Anteriormente, se había desarrollado otras reuniones para acordar los términos del divorcio, fue vía digital porque uno estaba lejos y el otro no quería respirar el mismo aire que su futuro ex.
—Puedo con eso. —fue flexible, dirigiéndose a su esposa para incordiarla. —¿Y tú estarás bien, cariño? Créeme que no olvido tu impaciencia y tus berrinches cuando no consigues algo. —rebajó su nivel de concentración y su condición como adulto. Annia apretó sus manos por debajo de la mesa, clavándole una mirada de furia porque ya no aguantaba estar ahí y sostenerle fuertemente la mirada, que parecía desvanecerse conforme los segundos pasaban.
—Cierra la boca y no hables. —ordenó al borde. —¿Acaso no tienes algún negocio que cerrar? Terminemos con esto de una vez porque el signore De Luca es un hombre ocupado y no desperdiciará su valioso tiempo en nosotros, es tan tacaño, que prefiere ahorrarlo para personas que realmente lo valgan. —lo ridiculizó, haciéndolo ver como un adicto al trabajo y un insensible frente a temas personales. Antonie De Luca esbozó una sonrisa a boca cerrada, derribando a su joven esposa con las llamas saltonas en sus ojos color miel.
Los licenciados intercedieron antes que se desgreñen con palabras.
—Empezaré con los términos modificados del divorcio. —tomó palabra el abogado de Annia, parándolos porque sus personalidades tan opuestas, colapsaban juntas. —Luego pasaremos con el juez para que los divorcie. —prosiguió, aproximándose a leer todo lo enumerado, además de los códigos judiciales. Ambos profesionales fueron los únicos en hablar, ya que ni la solicitante ni el demandado, articularon argumento.
Antonie cruzó los brazos, viéndola sin parpadear mientras que ella imitaba su acción con superioridad. No existían hijos, por lo tanto, el proceso iba a ser más fácil, ya que no había criatura que los ate el resto de sus vidas. Pasaron a otra sala, manteniendo sus distancias. Perdieron noción del tiempo, disparándose dardos por la espalda hasta que escucharon:
—Firmen aquí.
***
La genuinidad de un ser humano a veces traía golpes duros, evidenciando su estupidez para procesar una traición frente a sus ojos. El divorcio no finalizó bien en términos personales, aunque cada uno era libre. Su ex abandonó la sala cuando volvió a ser la signorina Berlusconi, metiéndole un golpe en el brazo para dejarle en claro, que nunca serían amigos.
No obstante, al salir después de ella, se quedó mirando una escena un tanto particular para sus ojos. A una distancia no tan corta, visualizó a su mejor amigo, Dante Caruso, quien también era vicepresidente de la empresa y conocido cercano de su hermano mayor. Lo que lo sorprendió fue en que sus brazos, cargaba una cosa envuelta en una manta rosa. La curiosidad lo picó.
—¿En qué diablos te metiste, Dante? —analizó la cercanía con la que se veían su ex y su amigo. Dante Caruso era un mujeriego, quien en cada ciudad que pisaba, tenía una amante, por eso se le hizo raro verlo tan cercano a su esposa, corrección, ex esposa. —Gira, Antonie. Gira y huye. —murmuró para sí mismo, ordenándole a su cuerpo que reaccionara cuando vio a Dante, besarle la mejilla a Annia y pasarle a la cosa, para luego escapar del interior de los juzgados. Y fue tarde al momento de moverse porque ella lo interceptó, meciéndose muy nerviosa e intranquila. —Fui claro cuando dije que esperaba no volverte a ver jamás. —su rostro se endureció.
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padre e hija, matrimonio por contrato, diferencia de edad y divorcio
Editado: 19.04.2022