5 de agosto, 2028.
Decían por ahí, que la próxima dueña de la hacienda y de todas las riquezas del signore Ernesto, sería su esposa viuda. Más que rumor, que corría por ahí debido a las sirvientas de Bianca, se consideraba un hecho porque nadie ayudaría a Caeli, el pueblo entero la detestaba, creyéndola arrogante y déspota solo por ser hija de una acaudalada familia, que la dejaría en la ruina.
Los chismes perturbaron los agotadores oídos de Antonie, quizás por eso fue que no prestó atención a lo que rumoreaban, debido a su cansancio. Solo vino de visita por el duelo, que nadie vivía, era más bien como un festejo, sin embargo, la signora Benedetto le insistió en que se quedara, proporcionándole una habitación para compartir con la bebé. Nunca imaginó la vergüenza infinita que pasó durante la noche, Nayla no dejó de llorar y estaba muy avergonzado como para pedir ayuda. Aún no entraba en su cabeza cómo estaba sobreviviendo.
Esa mañana todo en él detonaba, que regresaría a Milán a ocultarse tras los pantalones de su hermano mayor porque no podía lidiar con la bebé, a cualquier lugar que iba cargaba con una pañalera, recomendación de Eric. No se quedó a desayunar y salió silenciosamente, pensando que nadie lo descubriría, pero él se fue a meter a otro lío.
—Estarás contenta después de dejarme en ridículo. ¿No, maldita ciega? —arremetió crudamente, gobernada por ese odio profundo, que le profesaba a la muchachita, a quien le jaló el cabello de la nuca, provocándole que terminara con el rostro hacia arriba. —¿Acaso no sabes quién es? ¡Es el maldito presidente de una marca lujosa! —aumentó la fuerza de su agarre, importándole un carajo, que Caeli no se defendiera.
La salida está en frente mío, es mi momento antes que Nayla se despierte, creyó Antonie, a sabiendas que solo debía atravesar ese portón y luego se subiría a su camioneta, atravesando todo el terreno antes de entrar a las calles de Florencia, no obstante, no pudo evitar que todo el cuerpo se le llenara de cólera por lo que veía.
—¿Entonces tienes planeado meterte a su cama también? Debes llevarle más de diez años y dudo que tenga mal gusto, madre. —pronunció rabiosa, avivando el fuego. Bianca explotó, hablar con esa mocosa solo le sacaba más canas, que debía tapar con tinte.
—Eres el colmo, Caeli. Incluso siento lástima por ti. —escupió prepotente, provocándole náuseas su existencia y le dio un tirón, desestabilizándola. La joven impactó contra el suelo, manchándose el vestido, sin embargo, se carcajeó perdida. —¿Sabes? —se detuvo, a espaldas. —Si fueras un poco inteligente, habrías tratado de seducir al invitado. Eres irritablemente preciosa y si lo convencieras con tus encantos, hasta se casaría contigo para que no pierdas tu herencia. —aconsejó neutra.
Caeli se sacudió el regazo, apoyándose en su bastón nuevo, que tardó en conseguir para pararse.
—¿Ahora te preocupas por esta ciega inservible, madre? —usó un tono irónico, sacando de sus castillas a Bianca, nombrada que estuvo al límite de ahorcarla y mandar a hacer un hueco para que la fuera enterrada junto a su abuelo. —Pensé que querías deshacerte de mí, pero ahora me das un consejo. —esbozó una sonrisa arrogante.
—De todos modos, siempre hablas y nunca ejecutas. Eres alguien que solo roba oxígeno. —acreditó en el comentario su verdadera intención, metiéndose a la casa. Tan pronto Caeli escuchó la puerta, la rabia y la impotencia azotaron su cuerpo. Apretó los dientes de una forma insana, al ritmo, que su sangre se calentaba, queriéndola destrozar.
<<Vecchia megera>> maldijo cabreada.
—¡¿Quién demonios está ahí?! ¡Lárgate estorbo de la naturaleza! —bramó frustrada. Sus venas se cocinaron tanto, que estallaron al escuchar unos pasos. No podía ver, pero agudizó otros sentidos, que la salvaron en varias ocasiones. La muchacha apuntó a su alrededor con el bastón en alto, moviéndose desconfiada de su entorno, quienes solo buscaban hundirla.
Antonie De Luca se entregó a las autoridades con un brazo arriba, inconscientemente.
—Despertarás a la bebé con tus gritos. ¿Cuántas veces debo decírtelo, ragazza? —tanteó el terreno, gobernado por la rubia, quien no se inmutó en mostrar su disgusto al encontrárselo. Lo aborrecía, no era nada personal, sin embargo, odiaba todo lo que se moviera y pudiera respirar. —Soy tan despistado, que no sabía que no podías…—desempeñó un papel comprensivo, pero ella barrió el piso con su intento de empezar de nuevo.
—¿Qué no puedo ver? Idiota. Lárgate antes que te dé con mi bastón. —añadió cascarrabias, moviéndose a pasos lentos porque internamente tenía miedo de pegarle a la bebé. —¿No me escuchaste? ¡Soy ciega, no muda! ¡Piérdete! —disparó a quemarropa, ahuyentando hasta el gato, que pasaba. Antonie suspiró cansino, girándose para irse, pero en ese instante, Caeli se olvidó de su sensatez y corrió hacia dónde creía estaba su casa, no obstante, pisó mal, haciéndola esperar una caída contra los escalones, que nunca llegó.
—Ten un poco de cuidado. —sostuvo su cintura mientras que con la otra mano agarraba el portabebés, colgando de su mismo hombro, la pañalera. —Si te dejas llevar por tus emociones, podrías resultar herida. —recomendó, aunque ella de inmediato reaccionó:
—No soy ninguna damisela en peligro, ahora suéltame. —se quitó el brazo masculino de encima, manteniéndose a distancia para no compartir ningún espacio con el desconocido.
—Al menos, deberías darme las gracias.
—Pues espere sentado, Antolin. —no reconoció su acto caballeroso, además de confundir su nombre por otro. Eso indignó al castaño, dominado por la ira.
—¡Es Antonie! —gritó molesto, apresurándose para agarrarla del codo, atrevimiento, que enfadó a Caeli. —Te lo dije ayer. ¿Cómo es posible que no recuerdes bien mi nombre? —preguntó incrédulo, de que alguna mujer no le prestara atención. La muchacha sonrió viendo todo negro, como siempre.
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Editado: 19.04.2022