José Alfredo Jiménez no tenía razón cuando en la canción, la vida no vale nada, dijo: “...comienza siempre llorando y así llorando se acaba.” El gran José Alfredo estaba equivocado al pensar que todas las bondades que la vida ofrece para que seas feliz, no valen nada. Piénsalo por un momento y reflexiona. ¡No siempre todo lo bello de la vida de ayer fue mejor¡ ¡No todo lo que tiene la vida hoy es mejor! He aquí un ejemplo. Recuerdo que cuando niño me llevaban a un pueblito muy peculiar que, su mejor pasado fue en la época en que proliferaron las haciendas, las cuales eran muy productivas en materia agrícola, ganadera y pecuaria, pero que hoy en día ese lugar al que me refiero no es ni la sombra de lo que un día fue. Actualmente en esa zona rodeada de esteros, lagunas y mar, se le conoce como “Las Haciendas”, y ahí se encuentra el poblado de Puerta de Palapares, ubicado en el municipio de Santiago Ixcuintla, Nayarit. Ciertamente los mejores años del lugar que tuvo el privilegio de ver nacer a mi abuela materna ya pasaron.
El asunto es que mi abuela cuando lo visitaba, reía mucho al escuchar esa frase tan célebre del sitio, misma que su hermano Lupe también replicaba: “hubieras venido ayer”. Ayer hubo mucha comida y bebida, hoy como ves nomás hay botellas de vino y cerveza quebradas y basura por todos lados. Ayer había música, los marismeños trajeron mucho pescado y las mujeres los prepararon de distintos modos. Había también mucho camarón crudo, cocido y seco, que cada quién trajo para botanear. Como te digo, ayer se puso muy bueno el ambiente, como nunca en muchos años, ayer este pueblito tuvo vida. Hubo uno que otro pleito, mataron a Martin, el vecino con el que jugábamos de niños. ¿Te acuerdas? Por ahí hizo un charco de sangre —señaló el tío Lupe con su dedo índice el sitio donde había fallecido Martín—, ¿me creerás que en ratito llegaron los puercos a comerse la moronga? Ahí estuvo el pobre agonizando grite y grite de dolor con un cebollero retacado en la panza. Es que también estuvo chingue y chingue todo el rato, gritando: “Vida nada te debo, vida estamos en paz”.
En serio que yo no entiendo a la gente, Martín era leído, estudió medicina en Guadalajara, allá estuvo muchos años y de qué le sirvió. Estaba medio loco o loco y medio, se la pasaba sólo en la laguna anzuelo en mano sacando tortugas y jaibas, nomás eso comía, pero ayer estuvo todo el rato gritando y repitiendo lo mismo. Y, es que la gente se cansa, que le costaba estar por ahí sentado calladito la boca. Luego, luego, se puso delante de él un cristiano y, sin decir ni agua va, le dió un puñete en la panza; con uno tuvo para adelantarse en el camino. Dios lo tenga en su santa gloria —se persignó varias veces el hablante—. Así que hoy, hermanita de mi vida, no tengo nada qué ofrecer de comer ayer, bendito sea Dios, todo se acabó. A lo mejor te puedo dar un vaso de agua del pozo, pero no sé si quieras, porque haz de disculpar lo bien sentado, pero con ésta calor no le dan ganas uno ni de levantarse de la hamaca.