Parecía haber crecido durante su enfermedad, y de alguna manera se había ido zafando sutilmente de lo infantil que era. Pero también en cuanto a su soledad había acabado. Allí estaba la madre de la muchacha, que ahora hablaba con ella más seguido. Sólo se arrepentía de las veces que había pasado de largo, indiferente y arisco, y por fin se sentía satisfecho con haber pagado esa culpa. Parecía que la vida se abría paso hacia él por todas partes, y lo único que deseaba y lo estimulaba era volver a abrir los polvorientos libros y retomar sus estudios. Ya sólo tenía que esperar un par de días más, para que la muchacha estuviera completamente recuperada, quería saborear ese primer éxito.
De pronto, recibió una llamada, se trataba de su paciente que le contaba con pesadez que repentinamente sintió un leve aturdimiento. Estaba como borracha, sus pies se volvían pesados, un aro de plomo se cerraba alrededor de su cabeza. Debido a aquella debilidad tuvo que volver a recostarse. Sus manos y todo su cuerpo los sentía helados, pero una fuerza tan impetuosa la obligó a cerrar los ojos y a aventar su celular. Hizo un enorme esfuerzo por llegar pronto a casa. Al cabo de unos minutos, llegó hasta la habitación donde estaba la muchacha. Ahí la encontró sentada en el escritorio, quería retomar la escritura. De sus manos cayó un cuaderno sin escribir. Lo había destinado a diario desde que aprendió a escribir. Y siempre había esperado una vivencia, un acontecimiento para escribir la primera página. El destino la había traicionado.
Justo cuando acababa de empezar su vida, empezaban a brillar estrellas sobre su noche. Quería escribir sobre sus experiencias y —no estaba seguro— tal vez también de amor. Ahí quedaron postradas lapiceras de tinta negra y roja, sobre recortes de periódicos viejos escritos por German Dehesa, parafraseando a Amado Nervo. «"Vida nada te debo, vida estamos en fax".» Desde muy pequeña le gustaba juguetear con la caligrafía, incluso ahora, que quiso fijar su futuro y su pasado, trazaba hermosas letras curvas, rellenándolas de rojo y negro:"Vida nada te debo, vida estamos en paz".». ¡Aquello tenía que resplandecer! Entonces... dejó de escribir..., había una salpicadura de tinta en su mano. Una pequeña mancha redonda de color rojo. Muerta..., ¡había demasiadas cosas en su interior que se le revelaban! ¡Con qué gusto se habría ido él en lugar de ella, con qué gusto se habría ido él hace tres semanas, se habría ido sin hacer ruido y sin llamar la atención! Pero ¿ahora? ¿Por qué jugaba así la vida con él? Todo se le hizo confuso.
Ya sólo sentía que había sido un sueño, la dicha o la desdicha, las personas o la soledad, lo pasado y el porvenir. ¿En qué consistía morir?, pensó dolorosamente. Sólo quería despedirse de esa niña que le mostró el camino hacia la felicidad. Se limitó a contemplar aquellos rasgos mientras reposaban. ¿No había soñado que allí se cumpliría su destino? ¿Y no había sido así gracias a ella, sólo que de una manera completa, totalmente diferente a lo que pensaba, morir no vivir? Acarició sus facciones con la mirada. Y la sonrisa que circundaba su rostro infantil mientras ya dormía. Entonces, el pájaro de al lado comenzó a trinar. Al principio lo hizo muy cuidadosamente, como para ensayar. Luego se empleó a fondo, con todas sus energías, cantaba y daba gritos de júbilo, se elevó una melodía que se mecía arriba y abajo.Volvía a sonar muy bajo o lejos. A lo mejor estaba posado en un árbol, fuera, en medio de la primavera. La canción se fue haciendo cada vez más suave, cada vez más tierna, como la de una flauta, como la de una voz de muchacha. Una muchacha, una niña...
El recuerdo volvió tímidamente a traer un dolor y conmovió su corazón. Poco a poco volvió a recordarlo todo, pero no en la sucesión correcta, sino en imágenes sueltas, una tras otra. El sonriente rostro de niña se alzó de la oscuridad del olvido. Y, luego, la enfermedad y la madre, toda la casa..., el círculo de las experiencias corrió hacia atrás. El pájaro de al lado ya no cantaba. Veía la habitación como en un lejano pasado y estaba sentado en ella aquella primera noche en la que llegó a Guadalajara, y fuera corría la lluvia, y él lloraba su amargo abandono. ¡Cómo se reía ella! La habitación se quedó completamente en silencio.