Capítulo # 6
En la clínica.
En la sala de espera.
Rita le había llevado un poco de café a su ahijado, hijo y sobrino. Lo amaba con todo su ser por ser hijo de su mejor amiga, y que tuvo la dicha de criarlo por unos años.
—No te sientas culpable, Alain —dijo ella acariciando su espalda dulcemente—. Tú no eres el culpable de nada.
—Mi deber era protegerla y accedí en traerla —comentó sollozando. No tenía el valor de mirarla a la cara —. Tú confiaste en mí y mira.
—Mi niño —dijo agarrando su mano y dándole ánimos—. Te enamoraste de una muchacha que está rota por dentro y lo sabes.
—¿También me vas a juzgar? —le preguntó con cierto asombro.
—No, claro que no —aclaró con voz dulce—. Tú mereces ser feliz, has tenido una vida muy dura para que esté diciéndote a quien debes de amar.
—Gracias, eres mi madre, tía y madrina más maravillosa del mundo —expresó con tanto agradecimiento. Amaba los momentos que vivió con ellos y como veía a los hermanos Santoro como su familia.
—Siempre estaré para ti —afirmó con tanto amor.
—Tengo que verlo —dijo levantándose de la silla, mirándola con una mirada sombría—. Necesito dejarle en claro que Anastasia es mía.
Ella no lo entendía al principio, hasta que comprendido sus palabras.
—No, eso es muy peligroso.
—Tengo que hacerlo, que entienda que Anastasia no está sola y que tiene a un hombre a su lado —afirmó con aquella seguridad. No quería que él creyera que ella nunca tuvo a nadie a su lado, si llegara a morir.
—Pero, eso es poner tu vida en riesgo —comentó completamente alarmada.
—Entiéndeme, por favor…
—Bien, no estoy de acuerdo, pero sí te apoyaré. Nos iremos juntos a la comisaria, no pienso abandonarte Alain —dijo con aquella firmeza. Su amiga se lo confió y ella era la segunda madre de Alain.
—Vamos —dijo él completamente decidido.
Rita le informo a su esposo que saldría con Alain y que le estuviera avisando si llegara a pasarle algo a la jovencita. No quería que ella muriera. Sabía que se había equivocado, pero merecía una segunda oportunidad.
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Media hora después.
Alain esperó que se tranquilizó un poco. No quería que ese malnacido lo viera mal y que pensara que había matado a Anastasia. Sintió la mano de su madrina apoyándolo.
—No te bajes el auto —le pidió él.
—Está bien, lo haremos a tu modo —expresó con mucho pesar. Quería estar a su lado, pero no lo hizo.
Él, sé abajo del auto y se encaminó hasta la comisaria. Al llegar pidió que ver al recluso Joseph Williams. Tuvo que esperar unos minutos, hasta que le dieron el permiso para poder verlo y así decirle sus verdades en su cara.
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En la celda
Joseph estaba muy ansioso. Necesitaba escaparse de allí y volver a Turquía. No podía permitir que lo llevaran a estados unidos, porque sería su muerte. Tendría que buscar alguna solución para escaparse.
—Aquí estás —dijo Alain mirándolo con odio.
—¿Quién demonios eres tú? —preguntó Joseph con indiferencia.
—Soy el hombre de Anastasia.
Al escuchar esas palabras el hombre se enfureció, nadie tocaba a su juguete; por años estuvo desasiéndose de todos esos enamorados que llego a tener su mujer.
—¡Eso es mentira! ¡Anastasia sería incapaz de engañarme! —exclamó enfurecido. La tenía bien dominada y controlada.
Alain lo miró con furia.
—¿Crees que eras indispensable para ella o qué?
—No mientas. Anastasia nunca me engañaría. Ella me pertenece a mí, no sabes nada…
—Lo único que sé que eres un enfermo que no le importó meterse con ella y con su hermana. No te basto en hacerle daño a Liliana para también hacerle daño a Anastasia.
—Ella es mía, es mi juguete y nadie va a venir a quitármela —dijo enfurecido. Medio sonrió al recordar que le había disparado—. ¡Ojalá se muera!
Alain se enfureció. Quería golpearlo y matarlo a golpes, pero no le daría ese lujo.
—Eres un enfermo y estás mal de la cabeza… Anastasia se va a recuperar y tendremos muchos hijos —dijo para hacerlo enojar y lo logró.
—¡Ella tiene que morir! No voy a permitir que nadie toque su cuerpo, ella es mía, ella me pertenece a mí y no voy a permitir que tú lo toques.
—Es demasiado tarde —dijo mirándolo con una sonrisa burlona—. Ella es mía.
—¡No y no! —exclamó completamente desquiciado. Ella era su juguete favorito, la tenía a su merced y la dominaba tanto… Era placentero hacerle todo lo que quería y amenazarla—. Saldré de aquí y te mataré.
—Eso lo veremos —aseguró él con una media sonrisa—. Disfruta de tu nueva vida en la cárcel.
Él salió del lugar. Necesitaba moverse rápido para qué trasladarán a Joseph a Estados Unidos y poder investigar bien lo que había pasado entre ella y él. Algo le decía que él se aprovechó de la vulnerabilidad de ella para hacerla su amante…
Joseph no quería creerlo.
—Que sea mentira —dijo caminando como un desquiciado por la celda—. Tú no pudiste engañarme, tú no. ¡Desgraciada!
Entonces vinieron recuerdos del pasado.
En New York.
Unos años atrás.
Anastasia se sentía muy mal. Le dolía el cuerpo, esta vez Joseph se había pasado, le había dado una golpiza.
Joseph, mirando el cuerpo de su mujer. Le había pegado en las costillas, abdomen y muslos para que sus suegros no se dieran de cuenta de que estaba golpeada.
—Mi amor, ves. Esto te pasa por estar hablando con hombres —dijo él intentando acercarse a ella, pero intentó alejarse de él. Logrando que se enojara con ella y le jalo fuertemente el cabello—. No te pongas de exquisita, si obedecieras, Anastasia, nada de esto te estuviera pasando.
Ella temblaba de miedo, solo estaba pidiéndole una información cuando los había visto su amor, no estaban haciendo nada malo.
—No es mi amigo, no lo conozco. Solo estaba pidiéndome una información —dijo en defensa y adolorida por su maltrato—. Siempre quieres castigarme, no me dejas hacer amigas. No puedo comer comidas que me gustan, no me dejas hablar con nadie —entonces sintió una cachetada en su mejilla—. Estás loco.