Capítulo # 22
En Italia.
Unas horas después.
En la clínica.
A Anastasia estuvieron realizándole exámenes sin parar. Al momento de saber que su corazón estaba completamente sano y que no tenía nada, alivio el corazón de Alain, que creía que estaba pasándole algo malo a su esposa. Hasta que el médico le comentó a ella que todos los episodios podrían ser “pánico o ansiedad”. Logrando confundir un poco a la morena y entender que sí podía ser eso. Por todo lo que había tenido que pasar y cómo después intentó llevar una vida normal.
Después de encontrarse tranquila, decidieron irse al departamento y descansar. Tenían cosas que hacer al día siguiente y la idea era que todo estuviera listo para irse a Francia.
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Unas horas después.
Anastasia se encontraba acostada con Alain en la cama.
—Es hora de buscar ayuda, no le digo por un mal —dijo con suavidad. Su esposa no quería ir para un psicólogo, pero sentía que ella debía de drenar su dolor de alguna manera.
—Está bien, lo haré.
Él se acomodó con cuidado y le dio un beso en la frente. Le encantaba que su mujer accediera a tener ayuda psicológica. Sabía que Joseph la había lastimado a tal punto que debía de sanarse bien.
Ella lo miró con mucha ilusión. Definitivamente, él se merecía tener una esposa maravillosa, sana de mente y físicamente para que pudieran tener un matrimonio duradero.
El hombre la siguió abrazando con tanto amor, que se quedaron dormidos al poco tiempo.
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A la mañana siguiente.
Tasia había despertado a su esposo dándole besos en los labios. Necesitaba que se despertara para poder terminar de organizar el cumpleaños de la abuela de Raffaello.
Al hombre se le había dibujado una sonrisa en los labios.
—Si me vas a despertar de esta forma. Estaré más que encantado —expresó contento y la atrajo a su cuerpo—. Quedémonos un rato más.
—No, sabes que no —le recordó. Quería irse lo más pronto posible a la mansión.
Alain se había separado de ella y se había quitado la sábana con mala gana, quería quedarse más tiempo con ella a su lado, disfrutar de estar así juntitos. Su esposa tenía razón, la idea era adelantar todo lo posible para que, cuando llegara el día, fuera todo más fácil para los empleados.
Ella miraba a su esposo con una sonrisa en los labios, se suponía que debían de estar a buena hora en la mansión y seguían en la cama.
—Amor, no te preocupes por el desayuno —le aclaró él. Quería llevársela a un restaurante—. Comeremos a fuera.
—¿Estás seguro? Podríamos tardarnos más —le comentó arqueando la ceja derecha.
—No —aseguró entrando al baño.
Tasia se levantó de la cama para sacar la ropa que usarían ambos, no quería seguir perdiendo tiempo.
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En la mansión Santoro.
Rita estaba disfrutando del desayuno en compañía de su familia, hasta que llegó la pareja Palmer para poder ver a su hija pequeña.
—Buenos días —dijo Danny, mirando a presentes.
—Buenos días —respondió Raúl y sonriéndoles—. Vengan a desayunar.
—Muchas gracias, pero ya desayunamos —respondió Aimeé sentándose en una silla disponible.
Fátima llegó al comedor con el bebé en brazos. Al ver a la suegra de su hermano, se lo entregó a ella.
—Tengo un hambre horrible —comentó con cierto asombro.
—Espero que no sea otro bebé —bromeó su padre.
—¡No, claro que no! —expresó la joven madre—. Esperaba ver a Alain aquí.
—Nosotros también. De seguro vendrá con Anastasia en unas horas —comentó Rita sonriéndole a su nieto—. No creo que estén mucho tiempo aquí.
—Ni yo —afirmó Danny con cierta seriedad. Esperaba que su hija se quedara unos días con ellos, pero de seguro no pasaría.
—¿Por qué no? —preguntó la anciana mirándolos con curiosidad.
—Alain es un adicto al trabajo —aclaró su nieta—. De seguro te organizarán el cumpleaños y se van.
—Eso es posible —aseguró Rina.
Escucharon el sonido del timbre.
—¿Serán ellos? —soltó Raúl con cierta intriga.
Para sorpresa de todos, era la pareja Santoro Palmer.
—¿Todavía no han llegado? —preguntó Lili mirándolos.
—Como que son la pareja más esperada —comentó con cierto asombro Omar.
—Sí, es que quiero platicar con ella y saber qué pasó ayer —dijo ella. Caminando hacia ellos y sentándose en una silla libre—. Es que se me hizo extraño ayer su actitud.
—A mí también —afirmó su madre, que no le había dado tiempo de verla y abrazarla.
—Nos tocará esperar —dijo Raffaello con su hijo en brazos.
Y se dirigió a sentarse con ellos y platicar un poco, hasta que llegaran su cuñada y su amigo.
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En otro lugar.
En un restaurante.
Anastasia estaba disfrutando de su desayuno.
El celular de Alain comenzó a sonar.
—Es Charlotte —dijo él, contestó la llamada—. Buenos días, Charlotte. ¿Qué sucede?
—Buenos días, tonto. Aquí estoy molesta contigo. ¿Por qué no me dijiste que me sacaste de la organización del australiano?
—¡Yo no te saqué! —aclaró seriamente—. Tú misma lo hiciste, al momento que estuviste en la clínica.
—Sabes, que quería estar en ese evento.
—No vamos a discutir, Charlotte, espera que yo llegue a Francia en unos días y lograr que puedas estar ahí —dijo. No quería pelear con ella y menos por el celular—. ¿Sabes que no te dejaré sola?
—Más te vale, Alain…
Él cortó la llamada y miró cómo su esposa estaba curiosa.
—Es una historia medio larga. Terminemos de desayunar y nos vamos.
Tasia no quiso preguntarle, se le había la molestia en su rostro y lo que menos deseaba era que se pusiera mal y menos visitando a las personas que más querían.
Terminaron de comer para irse a la mansión Santoro.
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En Francia.
En la empresa Dupuis.
Charlotte se encontraba en su oficina.
Emir había entrado sin permiso de ella y al verla se sintió muy atraído. Esa rubia sabía complacer a un hombre y era dominante.