Capítulo # 24
Alain y Anastasia disfrutaron estar con Lili y Raffaello, estuvieron sonriendo, platicando y bromeando de todo un poco.
A Lili le gustó ver a una hermana risueña, habladora y consentidora con su hijo; esperaba que todo marchara bien en la relación de su hermana con su esposo y que vinieran más seguidos a Italia.
Raffaello veía a su amigo feliz, enamorado y aliviado en saber que no se había equivocado de mujer; que a pesar de que ella había tenido un pasado horrible, estaba cambiando por él y eso se podía ver.
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En el departamento Dupuis Palmer.
Al llegar, Anastasia se quitó las sandalias y fue al sofá. Quería estar cómoda mientras su esposo disfrutaba de tomar un poco de agua.
—Estuvo muy buena la cena. Liliana es una excelente cocinera —comentó él caminando hacia ella.
Ella miró a su esposo y medio sonrió.
—Lo que nunca seré, sabes que no me llevo bien con la cocina —le recordó—. Lo mío es otra cosa.
—No estoy diciéndote que aprendas a cocinar, solo que cocina deliciosa —le aclaró antes de que se fuera a hacer una idea equivocada—. Tenemos que ir mañana a buscar mansiones que estén en venta, me gustaría dejar eso listo.
—Estoy de acuerdo, pero eso sí. Que tenga una piscina enorme. Adoro bañarme —lo miró y noto su sonrisa—. Ven aquí.
El hombre sin dudarlo se sentó a su lado y acomodó su rostro en su cuello.
—Me encantaría tener muchos momentos así a solas.
—Sé por dónde vas —soltó divertida como sentía los labios de Alain en su cuello—. Me haces cosquillas.
—Vamos a la cama y lo que menos haremos es descansar —expresó cargándola en peso y llevándosela a la habitación.
Tasia no paraba de reírse de felicidad, le encantaba cómo era su esposo y cómo la trataba, a pesar de que tenían tan poco tiempo conviviendo, esperaba que nada pasara después del tiempo.
Al llegar a la habitación. El hombre la había acostado en la cama y la besaba con tanta pasión que no quería que su momento mágico se acabara, que fueran uno solo y que fueran felices con el pasar de los años, pero no quería pensar mucho en el futuro, también quería vivir al máximo el presente.
A Tasia le encantaba cómo la miraba Alain, con esos ojos tan azules que le hacía latir su corazón rápidamente. Daría lo que fuera por amarlo con locura y ser inmensamente feliz.
Las ropas comenzaron a caer en el suelo, solo se podía sentir el ambiente lleno de pasión y amor. Alguna risita de complicidad y felicidad de la pareja. Ambos querían vivir el momento y disfrutarlo.
El francés sentía cada vez un poco más de tensión cuando besaba o tocaba íntimamente a su mujer, no quería que vinieran momentos desagradables en sus recuerdos y que no disfrutara de sus caricias.
—Alain —dijo, ella con mucha impaciencia. Su esposo era un hombre demasiado apasionado, pero le gustaba mucho jugar con ella… A veces sentía que lo hacía para hacerla molestar o ella era muy impaciente.
—Solo un poco más —logró decir al volver a acariciar y besar su cuerpo. A veces creía que Anastasia no conocía el placer por completo y algunas veces era un poco impaciente, pero tenía que enseñarle que tenía que ir a su ritmo, que no le gustaba apresurar las cosas y que hacer el amor se disfrutaba.
Ella agarró su rostro y lo besó apasionadamente, quería que la besara en la boca y que estuvieran besándose por un buen rato.
Él intentaba no soltar una carcajada, su mujer estaba volviéndose dominante en la intimidad y no le molestaría ser dominado por ella.
Los amantes estuvieron amándose y dándose placer mutuamente, querían demostrarse que cada momento era único y especial entre ellos.
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En Francia.
En la empresa Dupuis.
Charlotte había terminado todo su trabajo y estaba por irse a descansar.
Hasta que alguien abrió la puerta del despacho y ella se le quedó mirando e intentando asimilar que hacía Emir allí parado.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con cierto asombro y molestia a la vez.
—Quería verte…
—Ya me viste en la mañana —expresó muy sorprendida, nunca había conocido a un hombre tan insistente en su vida—. ¿Sabes, que puedo demandarte por acoso?
El hombre se había encogido de hombros y con una sonrisa sexi.
—Te ves cansada, podría darte unos masajes y…
Charlotte lo miró sin poder asimilar lo que estaba pasando, había intentado entender. ¿Por qué era tan necio?
—Me voy a mi hogar, te dije que nos veríamos mañana y así será —dijo, agarrando su bolso y acercándose a él. Tenía que dejarle en claro que no estuviera atosigándola—. No me gusta que me estén molestando y, sí, en verdad, quieres que pasemos por momentos placenteros, por favor. Respeta mi decisión.
El turco se le quedó mirándola con mucha seriedad, no le gustaba que la mujer tuviera carácter y mucho menos que estuviera ordenándole, pensó que si la iba a buscar a su oficina se sentiría alagada y no fue así. Estaba molesta y seria.
—Está bien, será a tu modo, pero eso sí. Mañana tendremos una cita —dijo con voz ronca de deseo y acariciándole la mejilla con su mano—. Al menos, permíteme llevarte a tu hogar.
—Eso me parece bien —dijo, no quería ser grosera con él. No se veía mal hombre y no podía negar que quería volver a estar entre sus brazos. Pero, tampoco quería que se ilusionara con ella. Estaba rota y era mejor sanar primero antes de comenzar una relación con alguien.
—¿Qué piensas? —preguntó, al momento de abrir la puerta de la oficina.
—En nada, mañana hablaremos con calma —logró decir antes de salir de la oficina.
Emir estaba intrigado con la rubia. Nunca había conocido a una mujer tan decidida y con carácter, en cierto modo no quería obsesionarse con ninguna mujer porque terminaría casándose con una mujer de su cultura, para evitar que su familia se enojara con él.
Ellos salieron de la empresa. A Charlotte se le había hecho cómodo como si Emir había ido solo a buscarla, creía que estaba con sus hombres y pudieron platicar un rato. Era la primera vez que disfrutaba de una plática tan tranquila.