Capítulo # 37
En Canadá.
Alain se reía de ver a su mujer cómo se había caído tantas veces practicando. La primera vez que se cayó en la nieve se había preocupado, pero ella sonreía y se divertía. Que su preocupación se había ido, solo disfrutaba de verla intentando esquiar.
—Ya, te harás daño —comentó acercándose a ella y ayudándola a levantarse—. Se supone que estamos aquí para que disfrutes y ya te estás enojando.
Ella estaba muy seria y divertida a la vez, quería aprender, pero no se le daba por nada en del mundo. Al principio iba casi a darse un mal golpe; si no hubiera sido por su esposo, no sabía qué hubiera pasado. Pero quería aprender para venir en un futuro con su hijo o hija.
—Necesito aprender —insistió ella con aquella seguridad y terquedad—. Un poco más.
El francés negó con el dedo. Llevaba horas en ese plan y era mejor descansar un poco, y volverlo a intentar de nuevo al día siguiente. La idea era disfrutar de su luna de miel, y no quedarse viudo.
—Déjalo, tendremos una semana para seguir practicando. Si sigues en ese plan, me voy a quedar viudo —expresó con aquella seriedad en su mirada y su esposa solo le quedó asentir—. Será lo mejor y así te tomas un vaso de chocolate caliente.
—Bien —dijo, no muy decidida a irse. La verdad, quería seguir intentándolo.
Alain ayudó a su esposa a salir de allí para que se fueran a la cabaña, por suerte logró alquilar una para que no tuvieran que estar en una posada y que tuvieran que compartir con los demás.
Anastasia estaba un poco triste, creía que sería fácil, pero no lo era y también quería proponerle a su esposo que la llevara a New York para visitar la tumba de su sobrino Archie. Cuando vivía, lo visitaba algunas veces y se quedaba horas en el cementerio.
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Una hora después.
Ella se había dado un baño caliente y encontró a su esposo acostado en la cama.
—¿Tienes frío? —preguntó quitándose la bata y dejando notar su desnudez.
—Ven aquí —pidió él. Quería hacer el amor con ella.
Ella obedeció y se acostó a su lado, sintió los brazos de su esposo abrazándola y ella buscó sus labios para besarlo.
Alain recibió los besos de su mujer encantado, quería hacer el amor con ella y disfrutar al máximo su sexualidad. Al principio quería tener un bebé para que estuviera contemporáneo con el hijo o hija de su amiga, pero después de pensarlo tanto, llegó a la conclusión de que todavía no era el momento y que era mejor disfrutarse mutuamente, y prepararse para la llegada de su futuro hijo en unos años más. No había prisa para tenerlo, así que disfrutarían de ellos unos años más.
Tasia cada vez se sentía tan feliz y amada en los brazos de Alain, no sabía si estaba haciendo bien o mal, pero amaba tanto a su francés que estaba dispuesta a hacer lo que fuera para hacerlo inmensamente feliz y que nunca se sintiera decepcionado de ella. Sabía que no debía de dar él todo de nuevo, pero Alain le había demostrado que él merecía todo y hacerlo inmensamente feliz. Estaba más que demostrado todo lo que había hecho por ella y cómo seguía amándola como la primera vez que se lo dijo.
El hombre amaba el cuerpo de su mujer. Era un cuerpo sumamente atractivo y hermoso que siempre estaba dispuesto a recibir placer. A veces no entendía por qué Joseph había hecho tan desgraciada a Anastasia, a una mujer tan dulce, cariñosa e inteligente que estaba dispuesta a todo por él. Pero, el destino era caprichoso y había decidido que ellos debían de conocer y ser felices.
—Alain… —Logró decir ella cuando sintió cómo su esposo se movía en su interior, sabía que él era un hombre muy cuidadoso y dulce, pero en las últimas semanas todo había cambiado un poco. Ahora veía a ese hombre tan apasionado y complaciente que esperó que ella pudiera adaptarse a él—. Un poco más suave.
Alain se detuvo de repente, ¿acaso la había lastimado?
—¿Te hice daño? —preguntó al mirarla.
—No, solo que medio un poco de miedo —confesó. Ya no era tímida en esa parte, su marido le había dado tanta confianza que podía expresarse tranquilamente.
—¿Quieres que me detenga? —preguntó preocupado.
—No, ¡claro que no!
Él volvió a besarla con tanta ternura, tenía que seguir cuidándola para que no regresaran esos recuerdos que la habían atormentado por tanto tiempo, lo importante era que estaban disfrutando mutuamente.
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Minutos más tarde.
Tasia se encontraba abrazándolo y habló.
—Amor, me gustaría ir a New York y visitar la tumba de Archie —pidió ella.
—No lo sé, no quiero que te pongas mal —comentó con cierta seriedad. Sabía que ella había sido muy apegada a él y no quería que ella se sintiera mal—. No quiero verte sufrir.
—Confía en mí y te juro que no sufriré.
Él le dio un beso en la frente y la atrajo a su cuerpo con cuidado.
—Sabes, amor, no quiero que tengamos un hijo aún.
Ella se levantó de golpe.
—¿De verdad? ¡Hasta había pensado en embarazarme en unos meses!
—Eres un amor —dijo besándola y pegándola a su cuerpo—. No, amor, es que no me siento preparado todavía y la verdad… Quiero que disfrutemos al máximo todo lo que es el tema de la intimidad.
—Estamos superándolo —aclaró con una mirada llena de amor—. Te amo, Alain, has tenido una paciencia de oro y eso nunca lo podré olvidar. Eres mi sanador y mi héroe.
—Mi amor —besando sus labios con tanta pasión. No esperaba que ella fuera a decirle eso, pero se sentía feliz y orgulloso de que ella lo viera de esa forma.
Tasia separándose de sus labios y acarició su rostro.
—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida y nunca me cansaré de amarte de verdad —lo miraba con ojos de admiración, amor y sobre todo de pasión. Gracias a él sabía lo que era disfrutar de hacer el amor y cómo se sentía cada vez que él tocaba su cuerpo.
El francés volvió a hacerle el amor a su mujer, demostrándole que la amaba con locura y que nunca se cansaría de decírselo.