Capítulo # 38
En Francia.
En la mansión Dupuis Palmer.
Anastasia se había dado un baño con Alain, le había dado un té cuando lo había visto un poco más tranquilo y salió a llamar a Charlotte. Sabía que no se enojaría con ella por la hora, pero debía de ayudar a su esposo para que sanara.
—La verdad, no sé mucho. Ellos murieron en un terrible accidente después de mis padres y yo quedé al cuidado de la mano derecha de mi padre y Alain fue llevado a Italia por sus padrinos —comentó en vía telefónica Charlotte—. Alain, no toca mucho el tema y nosotros nos unimos más porque no teníamos con quién desahogarnos.
Anastasia sentía que estaba en una situación sin salida, lo que estaba contándole no le servía de mucho y su marido no quería tocar el tema. Eso significaba que él había descubierto algo o simplemente se negaba a aceptar lo que había pasado en realidad con sus suegros. No quería enfurecer a Alain investigando sin su consentimiento y prefirió que él sanara para contarle lo que estaba sucediendo.
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En la habitación.
Alain estaba intentando controlarse, pero al visitar la tumba de Archie vinieron los momentos más dolorosos que pudo vivir al perder a sus padres y más que estaba la duda de que si sus padres murieron en un accidente o los mataron. Sabía que su padre estaba dolido por lo que había pasado con la familia Morin y ver devastada a Charlotte lo había enfurecido y no había pasado mucho tiempo cuando ellos murieron extrañamente.
En eso sintió el sonido de la puerta y era su mujer entrando con cuidado.
—¿Cómo te sientes? —preguntó al verlo tan triste y esos ojos azules rojos de haber llorado tanto—. Mi amor —sentándose en la cama para acariciar el rostro de su esposo con tanto cuidado—. Aquí estoy para ti.
—Lo sé —logró decir con voz apagada—. Perdóname por asustarte, solo que muy poco he ido a ver a mis padres —desviando su mirada para que no lo mirara—. Sé que estás confundida, pero, por favor. No me preguntes nada de ellos, que no quiero recordarlos.
—Eso es hacerte daño, cuando tengamos hijos y pregunten por sus abuelos —le dijo con suavidad—. ¿Qué les dirás?
—No lo sé, pero por los momentos no me siento preparado para hacerlo. Y cuando llegue el momento, espero tener el valor de hacerlo —aseguró. Esperaba que, cuando tuviera un hijo, tuviera aquella fortaleza de hablar de sus padres con sus pequeños y que el dolor no viniera a causarle daño.
Tasia prefirió no hablar nada y acostarse con él en la cama, no quería dejarlo solo y que sanara a su tiempo. Tampoco quería obligarlo a hablar algo porque sería difícil para ellos y no quería que su matrimonio se viera afectado.
Los días siguientes fueron pasando rápidamente. Alain estaba con el mismo ánimo de siempre y seguía con su trabajo como si nada. Entonces Anastasia regresó a su vida normal como si no hubiera sucedido nada y solo se comunicaba con Charlotte para saber de ella y de su bebé.
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Seis años después.
En la mansión Dupuis Palmer.
Alain logró despertarse por una risita que no lo dejaba dormir. Sin pensarlo, abrió los ojos lentamente y miró a la pequeña pelirroja que estaba sonriéndole. Traía su pijama puesto de ositos.
—Amor, despierta —dijo su esposa, colocándose el zarcillo en su oreja derecha—. Se está haciendo tarde. Y tú —mirando a la pequeña pelirroja—. Ve a cambiarte, Alaia.
Alaia era una preciosa pelirroja de ojos azules profundos como su padre y de piel blanca como su tía Lili.
Alain se incorporó de la cama y le sonrió a su mujer.
—¿Cuándo le vamos a decir que es adoptada? —preguntó bromeándole. Aún le costaba creer que ella fuera su hija biológica, porque no se parecía en nada a él, solo el color de sus ojos y que se parecía físicamente a su esposa, con la diferencia de que era pelirroja y blanca. En la familia de su mujer siempre nacía un pelirrojo y su hija era una de ellos.
Su esposa soltó una carcajada.
—Así que no quieras, es nuestra.
Alaia llegó corriendo de nuevo a la habitación, pero sin ropa.
—¡Alaia! —exclamó su padre molesto—. Tienes que vestirte, tienes cuatro años.
Anastasia tomó entre sus brazos a su hija y sonrió porque su esposo le había colocado una sábana a su hija. Su esposo era muy celoso con su retoño y lo entendía. En la mansión siempre estaba llena de empleados.
—Voy a vestirla, antes de que te dé algo —dijo ella, dándole un beso en los labios—. Te estaremos esperando a fuera.
Alain había visto salir a su mujer e hija de la habitación. No podía creer que había pasado tanto tiempo desde que se casó por la iglesia con su mujer y que tuvieran un matrimonio tan bonito, perfecto y lleno de amor.
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En la sala.
Charlotte estaba esperándola.
—Emiliano —habló a su hijo de cinco años. Era un rubio precioso, se parecía mucho a ella cuando era una niña y adoraba lo buen niño que era y como era el mejor amigo de su ahijada, Alaia. De esa pelirroja que se enamoró al momento en que nació.
—Llegaron —dijo Tasia. Bajando las escaleras en compañía de su hija, que tenía un vestido de color morado—. Pensé que llegarían tarde.
—No, claro que no. Quiero dejarlos en el restaurante e irme a una reunión —aclaró ella mirándolos.
—Vamos a hacer algo, puedes dejarme a Emiliano conmigo y después vas al restaurante.
—Eso haremos, nos veremos en una hora —dijo, antes de darle un beso en la mejilla a su hijo y salió de la mansión de sus amigos.
Emiliano miró a Anastasia.
—Tía, tengo hambre.
—Tenemos que esperar un poco al tío Alain —aclaró antes de que los niños comenzaran a portarse mal.
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En otro lugar.
Emir estaba admirando la ciudad. Tenía seis años que no pisaba Francia, desde que había recuperado lo que Joseph le tenía y ver por última vez a Charlotte. Logro establecerse y seguir resguardando su identidad como el faraón para que nadie supiera que era él y su mano derecha apoyándolo en todo momento, no confiaba en nadie.