Capítulo # 39
Alain y Anastasia se despidieron de la familia Yilmaz y se fueron a la empresa Dupuis.
A las pocas horas, Charlotte llevó a Alaia a la mansión Dupuis Palmer.
En la mansión Dupuis Palmer.
Alain le había dado un baño a su hija y la había acostado en la cama.
—Deja de moverte —dijo, intentando colocarle el pijama.
La pequeña pelirroja se movía mucho y le divertía.
Su padre, como pudo, la vistió y le dio un beso en la frente.
—Tienes que dormir, princesa —dijo, apagando la luz de la habitación y cerrando la puerta para que su hija descansara.
Tasia estaba esperándolo desde la puerta de su habitación.
—¿Ya se durmió?
—No lo sé, pero ella es una niña obediente —le recordó, acercándose a ella y dándole un beso en los labios—. Es hora de bañarnos y descansar.
—Tenía otros planes, pero sí estás muy cansado…. Podemos dejarlo para mañana —confesó coqueta.
—Para mi mujer, todo lo que desea —pegándola a su cuerpo y sonriéndole—. Tenemos que seguir disfrutando de nuestra sexualidad. Amo a nuestra hija, desde que nació solo lloraba para comer o si se ensuciaba el pañal.
Ella le sonrió ampliamente. Era verdad, su hija había sido un ángel desde su nacimiento, su vida sexual no había cambiado en nada y lo maravilloso que, desde que Alaia tenía un año y medio, dormía sola en su habitación. Muy poco se enfermaba y muy poco se le metía en la cama.
Cuando Anastasia se sintió preparada para ser madre, se lo hizo saber a su marido y comenzando a intentarlo, no tardó mucho en quedar embarazada. Muy pronto Emiliano cumpliría seis años y su hija apenas tenía cuatro años, y los pequeños se llevaban de maravilla y a la vez Alain estaba contento de que los niños se llevaran tan bien. No se arrepentía de ser madre de una niña tan maravillosa y ser tía de un niño tan risueño.
—Camina —le ordenó con picardía y se fueron al baño.
Se darían un baño refrescante y después se unirían en uno solo, amándose como ellos sabían hacerlo.
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Al día siguiente.
En la empresa Dupuis.
Alain estaba terminando una reunión, cuando sintió la puerta abrirse y era su hija que venía corriendo hacia él.
—¡Alaia! —exclamó con una sonrisa y besando su mejilla derecha—. ¿Qué haces aquí?
—Mi madrina me fue a buscar y quería ver a mi papito —respondió abrazándolo.
El hombre estaba mirando al padre e hija.
—Es muy hermosa su hija.
—Sí, es idéntica a la madre de hermosa —aclaró con una sonrisa en los labios.
Al hombre se le hacía difícil entender cómo una niña tan pelirroja fuera hija de unos padres morenos, pero al conocer a la cuñada del señor Dupuis lo entendió todo.
La puerta se abrió y era Charlotte con una mirada de pocos amigos.
—¿Estás ocupado, Alain? —preguntó con cierta molestia en su tono de voz.
—No, acabo de terminar una reunión y déjame llevar a la niña con mi mujer —le pidió. Algo le pasaba a su amiga, ¿qué había descubierto que estaba tan enfurecida?
La rubia no podía creer que tuviera tan mala suerte con Emir. Acababa de descubrir que estaría viviendo unos años en Francia porque había hecho negocio con su amigo Raffaello y no podía creerlo.
El hombre salió de la oficina y a los pocos minutos apareció Alain solo; cerró la puerta e hizo que su amiga se sentara en la silla.
—¿Qué pasa? —preguntó con suavidad.
—¿Sabías que Raffaello y Emir Yilmaz trabajaran juntos? —preguntó con cierta molestia.
El francés estaba sorprendido.
—Ni idea, pero sabía que Raffaello estaba expandiendo su propia empresa y no sabía que había hecho negocios con el turco Yilmaz. ¿Pero, qué te puede afectar que ellos hagan negocios? —preguntó confundido.
—Tengo que decirte la verdad. En algún momento lo sabrás y no quiero que lo sepas por él —dijo con un tono de voz serio—. Emir Yilmaz, es el donador de esperma, —le soltó con cierta molestia y observó que su amigo estaba confundido—. Es el padre de Emiliano.
Alain se levantó de golpe y confundido.
—¿Cuándo ustedes? —preguntó confundido y enojado—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—No iba a casarse conmigo, te recuerdo que ellos no lo hacen y tampoco iba a irme a Turquía —le recordó acomodándose en la silla y medio sonrió—. Igual, Emiliano no se parece en nada a él y no podía pelearlo porque no se parece a él.
—¿¡Por favor, Charlotte!? ¡Un hombre sabe cuándo un hijo es suyo!
—Lo sé, ya tuvimos la primera pelea por el niño —confesó sin más—. Lo verá, pero solo a él.
—¿O sea, que ya lo sabe?
—Como dices, un hombre sabe cuándo es su hijo y no pude negárselo —confesó con suavidad—. No lo quiero cerca de mí.
—¿Y qué harás, sabes que es viudo? No hay nada que le impida enamorarte —le recordó con seriedad. Ahora entendía por qué ocultaba la verdad y en cierto modo la comprendía.
—No voy a ser su amante de nuevo, Alain, ya lo fui y sufrí muchísimo, eso sería la locura —afirmó con rudeza—. Emiliano llegó porque tenía que llegar y no quiero volver a pasar por todo lo que pasé.
—Char…
—¡Creía que sería fácil ser madre y no lo es! No quiero pasar nunca más por una crisis.
Su amigo la miró con cierta preocupación y la mayor crisis que tuvo su amiga fue cuando el pequeño Emiliano tenía seis meses, que fue su último intento de suicidio. Fue la peor de todas y creía que la perdería para siempre.
—Esta vez, sí voy a protegerte —aseguró él.
Charlotte lo miró tiernamente.
En eso escucharon un alboroto y salieron a ver qué estaba pasando. Los pequeños estaban jugando.
Emiliano estaba haciéndole burla a Alaia y ella molesta con él.
—No peleen —dijo la secretaria de Anastasia cómo disfrutaba de las ocurrencias de esos dos.
—Vengan para acá —ordenó Alain, lo que menos deseaba que fueran a interrumpir a su mujer, que de seguro estaba en una reunión.
Los pequeños obedecieron y se fueron corriendo a la oficina de Alain, mientras que Charlotte tenía una reunión con una mujer.