Capítulo # 40
En la mansión Dupuis Palmer.
Solo se escuchaban las risas de los niños, ellos estaban disfrutando de que Anastasia estaba jugando a las escondidas con ellos y se la estaban pasando increíble con ella.
Alain solo sonreía y ayudaba a los pequeños a esconderse para evitar de que su mujer los encontrara jugando. Hasta que llegó el momento de descansar.
—Estoy agotada —confesó Anastasia sentándose en el sofá—. Esos niños me harán morir —expresó con aquella exageración y sin dejar de reírse—. Ellos tienen energía eterna.
Esas palabras hicieron que Alain soltara una carcajada tan llamativa que no podía evitarlo. Era muy cómico ver a su mujer quejarse por algo.
—Papi —dijo acercándose a Alaia con una sonrisa en los labios—. ¿Puedo comer helado?
—Sí, vamos a comer helado porque papá también quiere —comunicó y miró a su esposa que también quería comer helado—. También te traeré —conocía su mirada cuando quería algo y no se lo daba—. ¿Y Emiliano?
—Está jugando con el gatito —contestó risueña.
—Ve a buscarlo, pelirroja —le ordenó.
La pequeña salió corriendo a buscarlo.
—¿Y la niña? —preguntó Tasia reuniéndose con él—. Quiero un pote enorme para mí.
—¿Será antojo? —preguntó arqueando la ceja.
—No, mi periodo está por bajar —le informó—. ¿Sabes, he estado pensando que mi hermana no tuvo más hijos?
—Sí, Raffaello se moría por tener una niña —dijo con cierta extrañeza—. Desde que tuvimos a Alaia, ellos se encariñaron con ella y dejaron el tema de tener hijos.
—Sí, mi hermana supo elegir un buen nombre para ella —comentó con una sonrisa.
Alain estaba divertido.
—Alaia es igual a mi nombre con la diferencia de que colocó la “a” al final de Anastasia para que sonara femenino.
—¡Ja, ja, ja! Alaia Charlotte Dupuis Palmer —dijo con aquella felicidad en su rostro—. Suena bien.
—Oye, ¿crees que esos dos terminen juntos? —preguntó cómo venían agarrados de las manos los niños.
—Puede ser o puede ser que no. Tú y Charlotte no lo fueron y no creo que nuestros hijos, pase —aseguró ella con una tranquilidad y probando el helado de chocolate—. ¡Delicioso!
El francés les sirvió a los niños helados y se fueron a la sala a seguir jugando y divirtiéndose tranquilamente.
Las horas fueron pasando y había llegado la hora de dormir. Los niños siempre dormían juntos. Antes de salir de la habitación, Anastasia se había despedido de ellos con un beso en la frente y se fue a reunir con su marido que debía de estar esperándola en la cama.
—Está bien, iremos mañana por la mañana —dijo Alain hablando por el celular, cuando sintió los pasos de su mujer—. Hasta luego.
Ella había observado que terminó de hablar con alguien por el celular.
—¿Qué sucede?, ¿pasa algo?
—Era Raffaello, parece que Liam está ansioso de vernos y quieren venir para acá —respondió mirándola cómo caminaba hacia él—. Pero, es mejor irnos, así nos llevamos a Emiliano a Italia. No confió en Charlotte en estos momentos y es mejor protegerlo.
—Amor, sé que Emiliano para nosotros es como un hijo más, pero tenemos que entender una cosa, si ellos deciden regresar. Puede ser que se lleven al niño a Turquía.
—Me niego. ¡Emiliano no se va a separar de nosotros y de eso me encargo!
Tasia no quería que su esposo se sintiera mal, pero los padres del niño eran Charlotte y Emir, ellos tenían todo el derecho de llevárselo a donde quisieran y no podían decir nada.
—Amor, ven a dormir conmigo —le pidió. Estaba realmente cansado y no sabía qué sería del futuro de su amiga y del pequeño.
Ella obedeció y fue con él, quería dormir en sus brazos y esperar que amaneciera.
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Al día siguiente.
Los niños se habían levantado con una sonrisa en sus labios, se fueron corriendo a la habitación de la pareja y disfrutando en despertarlos.
Emiliano fue quien ayudó a Alaia a subirse a la cama y a que comenzara a molestarlos.
Alaia fue hacia los pies de su padre y comenzó a hacerle cosquillas para despertarlos y veía cómo se movía, pero las risitas de los niños despertaron a la pareja.
—Estos pequeños —expresó Alain intentando levantarse y miró el reloj que eran las seis de la mañana—. ¡Vaya a dormir!
La morena sonreía porque Emiliano se había acomodado en sus brazos para quedarse con ella.
—Alaia, duerme con papá —le ordenó ella adormilada.
La pequeña fue hasta su padre y se acomodó entre sus brazos para quedarse dormida.
Alain volvió a quedarse dormido al sentir el cuerpecito de su pequeña que lo abrazaba con aquel amor. Su hija se volvía traviesa en compañía de Emiliano y no podía hacer nada porque le gustaba que fuera divertida en ciertos momentos de su vida.
Ellos se quedaron dormidos por una hora más, hasta que Anastasia se despertó para preparar a los niños para que desayunaran y pudieran viajar a Italia.
Como siempre, Alain fue el último en levantarse e ir a desayunar.
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En el comedor.
Alaia estaba devorándose el desayuno.
—Respira —dijo su madre con una sonrisa en los labios—. No se irá la comida.
La niña la miró y siguió comiendo tranquilamente.
Alain se reunió con ellos y se sentó en la silla que era de su padre. Comenzó a hacerlo cuando nació su hija Alaia, en honor de que ya era padre y era el jefe de la familia.
Observó cómo su hija comía. Era increíble lo que le gustaba la comida a su hija. Algunas veces creía que era grosería de ella para llamar la atención de ellos, pero no. Le encantaba comer y, lo mejor de todo, disfrutaba de las verduras y frutas. Se parecía mucho a su mujer a la hora de elegir comida y era muy astuta. No era tan dulcera como hubiera esperado, pero le encantaba la comida salada y no era delicada.
—¿Quieres más? —preguntó Anastasia a su hija.
—Sí, mami, quiero más fresas y brócoli —dijo con los ojos iluminados de querer comer más.